..................................Cambiando Paradigmas .... Psicóloga. Verónica D. Montes ................

viernes, 13 de enero de 2012

Enseñanzas de Osho



-Cambia tú. Cambia radicalmente. Deja de hacer las cosas que has estado haciendo siempre. Empieza a hacer cosas que no hayas hecho nunca. Cambia radicalmente, vuélvete una persona nueva y te sorprenderás. Nunca estés esperando que el otro cambie.

-Una cosa podría estar bien en este momento y podría ser un error al momento próximo. No intentes ser consistente; de otra forma, estarás muerto. Intenta estar vivo con todas sus inconsistencias.


-Si no vives peligrosamente, no vives. La vida sólo florece en el peligro. La vida nunca florece en la seguridad. Cuando todo está yendo a la perfección, fíjate, te estás muriendo y no pasa nada.


-La vida no te está esperando en ninguna parte, te está sucediendo. No se encuentra en el futuro como una meta que has de alcanzar, está aquí y ahora, en este mismo momento, en tu respirar, en la circulación de tu sangre, en el latir de tu corazón. Cualquier cosa que seas es tu vida y si te pones a buscar significados en otra parte, te la perderás.


-No importa que te amen o te critiquen, te respeten, te honren o te difamen, que te coronen o te crucifiquen; porque la mayor bendición que hay en la existencia es ser tú mismo

Los Dolores de Espalda

La columna vertebral parece estar conectada con los fundamentos más profundos de donde surgen nuestras creencias…

 
Cuanto más encorvada camina una persona, más metida dentro de sí misma va por la vida. 

Los antropólogos nos enseñan la importancia que tuvo en la evolución del sistema nervioso de los homínidos, el hecho de caminar erectos, utilizar nuestras extremidades anteriores y mirar bien al frente, a un amplio horizonte.
La mayor parte de los problemas de espalda se relacionan con el apoyo. Cuando nos empeñamos en cargar con las responsabilidades de los otros, la ausencia de ayuda o apoyo puede provocar un dolor de espalda. 

Hay expresiones populares que confirman estas asociaciones: “cargar con todos los problemas”, o bien “cargamos con la cruz que nos toca”. En cualquier caso, nuestro cuerpo notará el peso que supone cargar con problemas ajenos
Otra expresión con la que estamos expresando nuestra candidatura a sufrir de la espalda: “me siento poco apoyado en la vida”.
La espalda también simboliza aquella parte de nosotros que no vemos o no queremos ver, la “sombra”. Por ese motivo, la espalda puede dolernos cuando dejamos situaciones sin resolver.
Si decimos, “yo me lo echo todo a la espalda”, ésta terminará quejándose de la cantidad de peso que le echamos.
Centrándonos en la columna vertebral, esta es un tubo óseo largo y flexible que sostiene la cabeza y se apoya en la cadera. Formada por treinta y tres vértebras superpuestas que se distribuyen en: cervicales, dorsales, lumbares, sacras y coccígeas. En palabras de la maga-masajista Doña Magdalena a Alejandro Jodorowsky (“El maestro y las magas”): “…cada vértebra de la sagrada columna es un escalón que te lleva de la tierra al cielo. Desde la grandeza y potencia de las lumbares, trepa hacia las sentimentales dorsales y llega a las lúcidas cervicales, para recibir la caja craneana, cofre de los tesoros…
Podríamos considerarla como el símbolo de la firmeza interior, los problemas aparecen cuando somos inflexibles, cuando nos anquilosamos a nivel de ideas, de emociones, creativa o materialmente.
Relacionándola con los egos, podríamos decir que la parte alta está conectada con nuestro ego intelectual, la zona media con lo emocional y la parte baja con lo sexual y material. Este sería un esquema muy básico para averiguar el origen del dolor…
La columna vertebral es también un eje equilibrador de nuestro desmembrado cuerpo.

Una lucha de poder entre los padres, o entre las familias de ambos, padre y madre, podría producir en el hijo una escoliosis o desviación de columna.
En realidad hay muchas patologías asociadas a la columna: Fractura vertebral, hernia de disco, dolor de espalda, artrosis, lumbalgia, cervicalgia, cervicobraquialgia, dorsalgia, lumbociatialgia, quistes, tumores, listesis, ciatica, deformación del raquis…
Estaría muy bien tratar de observar nuestras dolencias con “otra mirada

Los Niños del tercer Milenio

Los Niños del tercer Milenio:

Este proceso se inició al momento del cambio de era, de Piscis a Acuario, exactamente en 1948 según la astrología , es decir después de la segunda guerra mundial, cuando ya se pudo apreciar rápidos cambios generacionales (los hippies, los Beattles, Woodstock, el rechazo a la guerra de Vietnam, etc.), los cuales se aceleraron en las décadas de los ochenta u noventa con el New Age. Se apreció una “masificación” espectacular de cambios significativos en los niños y niñas que nacían a partir de los noventa y principio del 2000... presenciamos en este lapso de tiempo, cinco generaciones de niños y niñas (u oleajes), precedidas por una generación llamada la “Generación de Transición”...
GT : La Generación de Transición está compuesta por los adultos y abuelos actuales, así como los niños, niñas y jóvenes cuyo sistema nervioso central (SNC) está en proceso de ajuste; lo que se traduce patológicamente en niños y niñas con Déficit de Atención e Hiperactividad, así como en niños teflón , autistas y bipolares . Dichos cambios se hicieron sentir a partir, más o menos, la década de 1950.
El termino “generación” es una manera de decir. No es que cada generación está compuesta con los hijos o hijas de la precedente. La aceleración de esos cambios es tal que hablamos de periodos de 5 a 10 años para las dos primeras generaciones. Las tres últimas generaciones están llegando casi paralelamente, con intervalos de sólo un par de años. Eso quiere decir que en una misma familia, por ejemplo, el hijo mayor puede ser de la primera generación, y los hermanos menores la segunda, tercera, cuarta o quinta generación.
G1 : Es la primera generación de niños y niñas del Tercer Milenio, los cuales empezaron a nacer masivamente a finales de los años ochenta y al principio de los años noventa. Esta generación tiene tendencia a ser extrovertida, retadora y carismática. Rompen paradigmas. Esta generación presenta varias tipologías de niños y de niñas, una de ella fue el famoso “Índigo” que se ha hecho notar por su rebeldía, aversión a la mentira y por no tener miedo a denunciar lo que estaba mal y carente de amor. Esta generación puso en tela de juicio la educación tradicional. Si bien es cierto que esta generación tenía tendencia a tener un metabolismo de un alto nivel energético, estos niños y niñas ya no presentan síntomas patológicos de Hiperactividad ni de Déficit de Atención (salvo cuando hay casos de entorno violento o demasiado caótico, con gran carencia afectiva) que solía diagnosticarse en la Generación de Transición.

G2 : Es la segunda generación de niños y niñas del Tercer Milenio. Se hacen notar entre 1992 y 2000, aunque algunos de estos niños nacieron antes. Tienen tendencia a ser más tranquilos, pero poseen una gran fuerza interior. Lideran a través del ejemplo, son pacíficos y gentiles. En general, pueden ser bastante introvertidos. Son muy sensibles ¡a veces demasiado sensibles! Esta generación se divide en varias tipologías de niños y niñas, una de ella es el niño “Cristal” .

G3 : Es la tercera generación de niños y niñas del Tercer Milenio. Son “balanceados” y determinantes. Cuentan con una lógica multi-nivel aun mayor que las dos primeras generaciones y tienen acceso a una conciencia aún más “ampliada”. Han nacido entre 1998 y 2005, más o menos, aunque existen algunos jóvenes y adultos de esta generación que han llegado antes.

G4 y G5 : Son niños y niñas que tienen un alto nivel de “maestría espiritual ” , es decir, que manejan innatamente la multi-lateralidad y multi-dimensionalidad y tienen un alto grado de desarrollo espiritual. Tienen además la facultad de sentir a gran distancia. Están naciendo a partir de 2003, aproximadament e, aunque hay casos aislados de jóvenes que nacieron antes. Cada uno de estos niños y niñas viene con un don específico que los educadores deberían reconocer y ayudar a desarrollar. Cada uno de ellos va a ayudar enormemente a la construcción de la nueva sociedad y abrir la conciencia y la vida interior de los adultos. La Fundación Ascend de Australia ha documentado en detalle no solamente cinco generaciones sino siete, cada una dividida en once sub-clases de perfiles psico-emocional-espirituales específicos; lo que nos da un total de 77 sub-clases de niños y niñas del Tercer Milenio repartidos en siete oleadas. No es de sorprender sabiendo de la riqueza y variedad del Ser intimo humano y la generosidad de la Naturaleza.

Se la denominaba a nivel internacional Índigo porque, según la autora estadounidense Nancy Ann Tape, su campo energético, también llamado aura, vibra dentro de un espectro azul-añil, lo que corresponde a una frecuencia de expansión de conciencia y cuyas características principales son la sensibilidad, intuición y espiritualidad.

Los niños Cristal son niños muy sensibles que llegaron paralelamente o después de la generación una. Son muy perceptivos y hasta psíquicos, en varios grados. Tienen un importante propósito de vida global, su corazón es muy abierto. Son niños un poco introvertidos que poseen una fuerza interior extraordinaria. Son descritos en los libros de Doreen Virtue, Eduardo Melamud , Sandra Aisenberg, y en los artículos de Sharyl Jackson, Steve Rother , Celia Fenn , entro otros autores.

Ayudar a los niños a resolver conflictos emocionales



Dahlia corría alrededor de la casa, gritando y llorando. “¡La odio! ¡La odio! ¡No voy a jugar con ella nunca más!” Al final, sus pasos se fueron haciendo más lentos, y le contó a su padre lo que había pasado. Él escuchó con atención. Cuando Dahlia terminó de hablar, su padre le preguntó: “¿Quieres contarme algo más?” La niña añadió algunos detalles y acabó llorando amargamente. El padre la escuchó. Cuando Dahlia acabó, él reconoció: “Lo comprendo, y te quiero mucho”. Dahlia aceptó el abrazo y el apoyo de su padre, mientras sollozaba en sus brazos. Luego, la tormenta de lágrimas terminó tan repentinamente como había comenzado. Dahlia se levantó y anunció con alegría: “Papá, ¿sabías que mañana Tina y yo iremos juntas a la playa? Estamos construyendo una casita de madera, con Adam y Tom. Antes de ir, le diré a Tina que no voy a volver a estropear su trabajo, y seguro que ella será amable conmigo”.

¿Qué hizo que este conflicto tuviera un final feliz? ¿Cómo consiguió Dahlia salir de su enfado por completo y ser consciente de su parte de responsabilidad en el asunto?

En la reacción del padre, hubo tres ingredientes principales que ayudaron mucho: 1) Atención, 2) Respeto y 3) Confianza.
Él le ofreció a su hija atención total, y la tomó en serio mientras ella descargaba sus sentimientos. Él la respetó y confió en ella, sin intervenir ni darle consejos. Expresó amor incondicional y permitió que Dahlia se sintiera poderosa y dueña de sí misma. En otras palabras, el padre se limitó a seguirla y apoyarla, mientras que ella resolvía su propio conflicto. Al final, cuando la copa de su enfado quedó “vacía”, ella estaba preparada para asumir su responsabilidad y actuar.
A algunos padres les sorprenderá no solo que Dahlia recuperase el ánimo, sino también que pudiera admitir su propia responsabilidad en el asunto y tuviera el propósito de comportarse mejor. Habría sido tan tentador para su padre acusar: “¿Y tú qué has hecho para que ocurra esto?” o aconsejar: “Podríais juntaros las dos y hablar de ello”. En cambio, gracias a la confianza y el apoyo de su padre, Dahlia tuvo el poder de generar su propia comprensión del asunto.

A menudo nos sentimos tentados de compartir nuestra sabiduría y dar consejos a los niños en lugar de escucharlos.
No obstante, cuando les damos un consejo o una interpretación de los hechos como: “¿Y tú? Seguro que también le has hecho daño”, o “Me tendrías que haber llamado”, o cualquier otro comentario que represente nuestra propia percepción de la situación, el resultado es casi siempre una escalada en el estado de alteración del niño hasta derivar en una rabieta mayor. ¿Por qué?
Porque ahora, además de la pena con la que ya está lidiando, estará furioso con nosotros por no escuchar, por juzgarlo y subestimarlo.
Nunca es útil dar consejos al sabio. Y los niños son muy sabios, hasta verdaderos maestros, en el arte de sanar por sí mismos de la tensión de una tormenta emocional, cuando se les presta atención y se les apoya sin juzgarlos.


El poder del silencio
Aunque sabemos que en nuestra sociedad, por lo general, el silencio resulta incómodo, no decir nada puede ser lo mejor que podemos hacer para el bienestar emocional del niño.
Escuchar atentamente y en silencio es un voto de confianza, respeto y amor. La escucha le da al niño un claro mensaje de que nos interesa, le aceptamos –sea cual sea su estado de ánimo–, confiamos en él o ella y respetamos su forma de descargar el dolor. Aun sabiéndolo, a veces me sorprendo a mí misma dándoles consejos a mis hijos, a pesar de mis buenas intenciones. Cuando me ocurre esto, me disculpo y sigo escuchando.

Si percibes que decir palabras de validación no hace más que aumentar el enfado de tu hijo o hija, acuérdate del silencio.

El niño necesita ser escuchado, y ofrecerle el regalo del silencio es a menudo el mejor camino hacia el amor. La validación auténtica, sin interpretar los sentimientos del niño y sin juicios ocultos ni consejos, ayudan al niño a expresar sus sentimientos sin llorar, lo que lleva a su recuperación emocional. Aunque puede que nos sintamos incómodos ante la expresión dramática de sus emociones, para el niño es una forma saludable de dejarlas salir.

Más de una vez he escuchado juramentos de odio entre hermanos que gritaban: “¡No voy a volver a jugar nunca más con él!”, y yo no dije nada más que: “Oh” al final del todo, y siempre recibí al cabo de unos minutos el premio de una risa procedente de la sala de juegos. Cuando los sentimientos de odio se expresan libremente ante alguien que escucha con amor, el niño puede superar esa emoción y volver a experimentar amor y felicidad.

¿Y si un niño es “destructivo”?
Los padres formulan a menudo esta pregunta sobre la forma de expresión que elige su hijo o hija. “Sí –dicen–, todo eso está muy bien, pero ¿qué pasa si, para expresar su ira y ansiedad, el niño es destructivo o le hace daño a alguien?”
Empecemos por pensar qué significa “ser destructivo”. Si la acción es segura para todos, ¡dejemos que el niño lo haga! De hecho, padres y madres pueden alentar formas de agresividad no peligrosa, de manera que el niño sienta que tiene poder. Muchas agonías infantiles se deben a que se sienten impotentes, controlados e indefensos.

Un día, cuando uno de mis hijos tenía cuatro años, vació toda la ropa de su armario alegremente. Yo respondí con un dramático “¡Oh, no!” que le proporcionó el sentido del poder que estaba buscando. Yo volví a colocarlo todo en su sitio, solo para que él pudiera repetir la “terapia”. Confié en su necesidad de hacerlo y en la utilidad del proceso. Pasados dos meses jugando a esto y a otros “juegos de poder” que no comportaban riesgo alguno, este comportamiento desapareció, y con él un montón de estrés relacionado con los celos hacia su hermano que entonces era un bebé. (En mi libro Raising Our Children, Raising Ourselves –en español, Aprender a educar sin gritos, amenazas ni castigos– hay todo un capítulo sobre las posibilidades casi milagrosas de los “juegos de poder” y cómo jugar a ellos).

Lo mismo puede aplicarse a los juegos agresivos entre niños. A menudo, jugar a luchar es una terapia muy eficaz para todos los que participan en ella, o simplemente pura diversión. Cuando nadie está sufriendo ningún daño de verdad, lo mejor es que los adultos nos apartemos a un lado. Una vez más, la norma es confiar. Si alguien se hace daño, vendrán a buscar ayuda. Cuando participa un bebé en el juego o nos preocupa algo en especial, podemos seguir nuestro instinto, observar y comprobar que todo está bien, pero deberíamos tratar de permanecer tan invisibles como podamos.

Hay muchos ejemplos de agresividad no dañina, así como actividades que pueden redirigirse muy fácilmente hacia otras más seguras. Si a un niño le gusta rasgar libros, esa actividad puede redirigirse hacia una pila de revistas viejas; pintar las paredes puede convertirse en arte sobre papel. Una simple necesidad de romper cosas se puede redirigir para encender una hoguera con una pila de madera al aire libre, o romper algún material inútil que tenemos intención de desechar. Cuando algo es seguro no es destructivo.

Al contrario de lo que preocupa a tantos padres, los niños distinguen bien entre el apoyo a una necesidad emocional y el cheque en blanco a la destrucción. No van a volverse destructivos ni a despreciar las propiedades de valor. Todo lo contrario. Si pueden expresar sus necesidades con libertad y de forma segura, les permitiremos ser pacíficos y respetuosos con las posesiones que nos importan, y tendrán clara la distinción entre lo que se puede romper y lo que no. Nuestros miedos no solo son infundados, sino que además entorpecen nuestra capacidad de dar apoyo a los niños.

Responder a las causas
Cuando los niños se comportan peor es cuando más necesitan nuestro amor. El verdadero impulso destructivo es aquel que es peligroso o demasiado difícil de reparar. En estos casos, habría que ofrecer una guía y una atención especial al verdadero origen del problema. La verdadera agresión significa un gran dolor y una necesidad. Un niño necesita saber que expresar rabia con palabras, lágrimas, gritos o formas no dañinas de agresividad está bien, pero hacer daño a los demás o destruir cosas es absolutamente inaceptable y es preciso detenerlo clara y rápidamente. El niño que está fuera de control, con rabia, necesita nuestra ayuda para tratar la fuente de su dolor. Interrumpir su acción no hace desaparecer los sentimientos que la provocaron. Necesita nuestra compasión, amor, comprensión y tiempo de dedicación exclusiva. Pero lo primero es detener inmediatamente el comportamiento agresivo peligroso, sin hacer daño ni ofender al niño.
Puede ser muy difícil a veces, cuando nuestro propio dolor nos lleva a enfurecernos a pesar de nosotros mismos. Necesitamos tratarnos a nosotros con la misma compasión con que tratamos al niño. Igual que él o ella, no podemos permitir que nuestra ira nos dañe a nosotros mismos o los demás, y al mismo tiempo necesitamos poder expresarnos y dejar salir nuestras emociones. En mi trabajo con padres y madres, he visto que gritar no nos ayuda a manejar nuestro propio dolor, sino que más bien lo refuerza.
Si observas a tu hijo o hija, es obvio que su dolor viene de sus propios pensamientos: “No me quieren, no soy buena, mamá no me quiere, necesito que jueguen conmigo, necesito ese juguete…” etc. En el caso de los adultos, nuestra propia rabia se ve alimentada por el mismo tipo de pensamientos confusos: “Mi hija debería hacer lo que yo le digo, tendría que vestirse sola, estar tranquila, darse prisa, respetarme…” etc.

Cuando te encuentras lleno o llena de rabia, tómate tiempo para respirar hondo y pregúntate si tus pensamientos son verdad, si son válidos en el presente, si son útiles y si te ayudan a ser el padre o la madre que tú deseas ser. Así calmarás la causa de tu enfado y podrás tranquilizarte lo suficiente como para atender a tu hijo o hija.
Los niños pierden el control igual que los adultos, pero más fácilmente; tienen menos experiencia en el manejo de las tormentas emocionales. Si nos tomamos tiempo para reflexionar sobre nuestros propios sentimientos, ellos aprenderán a hacer lo mismo.
Los niños nos observan para estar seguros de que cuando crezcan serán más capaces de controlar sus propios impulsos. Vernos fuera de control hacia ellos es muy desalentador e incapacitante, y les causa un gran daño personal.

¿Si no podemos controlar nuestros impulsos basados en el dolor, cómo lo van a conseguir ellos?
Incluso podemos enseñarles que se pueden cuestionar sus pensamientos dolorosos, mostrando cómo nos cuestionamos los nuestros.
Cuando detenemos de una forma amable una acción peligrosa fuera de control, le damos al niño un triple mensaje: 1) “Puedo contar con mis padres para que me ayuden cuando pierdo el control”, 2) “Cuando crezca seré capaz de controlarme y actuar con compasión como lo hacen mis padres”, 3) “Mis padres ven mi necesidad. No soy malo, es mi acción la que es peligrosa. Me aman y soy digno de ser amado, y, como ellos, aprenderé a expresarme con libertad pero de una forma segura”.

Cuando un niño resulta dañado, deberíamos atenderle primero, sin regañar al agresor. Al ver nuestra compasión hacia el niño que se ha hecho daño, es probable que el agresor sienta remordimiento, aunque haga todo lo posible por fingir que no es así.
Si nos centramos en regañar o castigar al agresor, por otro lado, perdemos la oportunidad de mostrarle un ejemplo de cómo cuidar a los demás. Por el contrario, puede que sienta rabia hacia ti y hacia el otro niño, además de odio hacia sí mismo.
Es mejor detener una acción peligrosa con amabilidad y claridad. Un niño necesita recordar que los sentimientos se pueden “expresar”, pero no “llevar a cabo”. Después de atender al niño que ha salido malparado, podemos decirle al agresor: “Veo que estás muy enfadado (triste, atemorizado…). Te ayudaré a descargar tus sentimientos sin peligro y a resolver tus necesidades”.

Responder con amor a una agresión entre hermanos
Cuando mi hijo Lennon tenía cuatro años, empezó a molestar, a veces de forma agresiva, a su hermano de un año de edad, Oliver. Como este comportamiento era nuevo en nuestro hogar, al principio no pensamos mucho en ello, simplemente le decíamos que parase de hacerlo y no le hacíamos mucho caso. Dos semanas más tarde, cuando estaba sola con Lennon, le expresé mi amor por él y le dije que era una persona maravillosa. Su respuesta fue como una sacudida: “Tú no me quieres. Soy terrible”.
“¿Por qué?”, pregunté con ansiedad, y él me respondió: “Porque le hago daño a Oliver”. Un niño que nunca había recibido un castigo y que siempre había sido alegre y encantador estaba allí sentado ante mí sufriendo celos, y estaba desarrollando una pobre imagen de sí mismo.

Aquel día empecé a abrazar a Lennon cada vez que molestaba a Oliver. Sé que esto puede sonar como un premio, y no solo para nosotros los adultos. Un niño que se siente mal por dentro no ve que se esté portando mal. Ve que siente un dolor muy profundo, soledad, falta de amor y pérdida de control. Yo respondí a su petición de ayuda y amor, dándole lo que necesitaba.
Me di cuenta de que mi reacción inicial estaba basada en el miedo, y por eso mismo era contraproducente. Cuando le expliqué a Lennon que le estaba haciendo daño a su hermano y le pedí que dejara de molestar, fue entonces y solo entonces cuando reforcé sus sentimientos de “ser malo” y él los internalizó. Si yo hubiera seguido enseñándole que estaba haciendo algo malo, puede que hubiese acabado por convertirse en un abusón resentido. En lugar de eso, cambié mi comportamiento y respondí a su necesidad de amor.

Descubrir la fuente del problema –los celos– me llevó a dedicarle a Lennon un montón de tiempo en exclusiva y a levantar la imagen que él tenía de sí mismo. “Tengo tanta suerte de vivir contigo”, “Eres tan importante para mí”, “Te quiero”, son palabras que compartimos en el tiempo que pasamos juntos. Si le hacía daño a su hermano, yo le detenía con amabilidad (retirando al bebé, en lugar de apartarlo a él, si era posible), le daba mi amor, y le decía “Veo que quieres hacerle daño a tu hermano. Es normal que te sientas así. Te quiero lo mismo cuando quieres hacerle daño. Cuando crezcas serás capaz de controlarte a ti mismo, pero por ahora yo te voy a ayudar”. Y le ayudé hasta que recuperó su energía y su amor por la vida, por sí mismo y por su hermano pequeño.

Hay muchas historias como esta en mi familia y en las familias con las que trabajo. El denominador común en todas ellas es la confianza en el niño. Si el niño “se porta mal”, es que está sufriendo y tiene una razón válida para hacer lo que hace. Si nuestra respuesta compasiva no ayuda, eso no significa que tengamos que abandonar la confianza y la aceptación. Más bien, significa que tenemos más que aprender, que la causa es más profunda de lo que podemos ver, y que todavía no hemos resuelto el enigma. Tenemos que seguir buscando o buscar a alguien que nos pueda ayudar.
Puede que nos resulte difícil dejar nuestras reacciones emocionales a un lado. Nuestra rabia, preocupación y problemas no resueltos de nuestra propia niñez pueden ser obstáculos que nos hagan más difícil el prestar ayuda al niño. Cuando me parece que no puedo evitar esa reacción emocional, me aparto de la escena (no tiene por qué ser físicamente), me tomo un respiro y me doy un “tiempo aparte” a mí misma. Trato de conectar con el centro de mis emociones, y me cuestiono la validez de mis pensamientos, expectativas y creencias. Y siempre encuentro que no son verdad, y que sin esos pensamientos negativos yo consigo ser la madre amorosa que deseo ser.

Cuando se les valida y se les escucha, los niños descargan sus trastornos emocionales por sí mismos de forma creativa.
Es importante permitir que el llanto siga su curso, mientras le damos al niño nuestra atención total, y desarrollar la capacidad de atender las rabietas y las expresiones de ira. Jugar haciendo ruido, dejarse llevar por la risa tonta o chillar puede ser beneficioso emocionalmente. Aparte de irnos a otra habitación, o pedirle al niño que juegue en otra habitación, o incluso afuera, todo eso no tiene “cura”. Más bien, esos comportamientos son la propia cura, la forma en que el niño se cura a sí mismo de muchos de los trastornos que sufre en su vida diaria. Los niños tienen una capacidad mágica para dirigir sus propias escenas dramáticas. Podemos confiar y aprender de ellos.
Cuando hacemos frente a un comportamiento de nuestro hijo o hija que nos altera, tenemos dos opciones. Podemos responder desde nuestro miedo, o podemos dudar de nuestros pensamientos y descubrir por qué el niño está actuando así. Una vez hayamos comprendido eso, podremos responder con amabilidad, y no con juicios o de forma controladora.

Aunque a veces los padres pueden necesitar la ayuda de un consejero o consejera, desarrollar la confianza y la capacidad de escuchar y conectar siempre es un buen camino hacia una vida familiar armoniosa y unos hijos saludables emocionalmente y con confianza en sí mismos.

Por Naomi Aldort
(Autora de Aprender a educar sin gritos, amenazas ni castigos)
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© Copyright Naomi Aldort 1997, revisado ligeramente en 2007. Reimpreso y revisado con permiso de The Nurturing Parent.