..................................Cambiando Paradigmas .... Psicóloga. Verónica D. Montes ................

sábado, 9 de febrero de 2013

LA RESILIENCIA, UNA FORMA CREATIVA DE CONTROL EMOCIONAL

La resiliencia es un concepto que pretende explicar los numerosos testimonios vitales de personas —niños, adolescentes y adultos— que han logrado, a pesar de circunstancias vitales adversas o incluso dramáticas, seguir viviendo con fortaleza y coraje. Afirma el psiquiatra francés Michel Manciaux, especialista en resiliencia:
«Todos conocemos niños, adolescentes, familias y comunidades que encajan conmociones, pruebas y rupturas, las superan y siguen viviendo —a menudo a un nivel superior— como si el trauma sufrido y asumido hubiera desarrollado en ellos, a veces revelado incluso, recursos latentes y aún insospechados». 
Se trata de personas que en principio y de acuerdo a las reacciones de la mayoría deberían haberse tornado desconfiadas y resentidas o haber enfermado ante determinadas desgracias y traumas personales; ellas, en cambio, parecen capaces de utilizar sus experiencias emocionales para fortalecerse y transformarse.

Esta capacidad de resistencia a la adversidad se consideró durante mucho tiempo como una respuesta extraña e incluso patológica, pero las investigaciones revelan ahora que la resiliencia es una respuesta ante la adversidad más común de lo que se pensaba y que no implica patología alguna, sino al contrario un saludable ajuste ante los reveses de la vida y la capacidad personal de no dejarse abrumar por las emociones negativas y estresantes. El estrés continuado, en la mayor parte de las personas, provoca una respuesta defensiva, limita las capacidades cognitivas y dificulta la resolución de los conflictos. Las personas resilientes parecen capaces de lidiar con más templanza con los elementos estresantes y de controlar más eficazmente sus reacciones instintivas de miedo y autoprotección para encontrar una solución a los conflictos. 

Como tal, la resiliencia puede considerarse una forma de autocontrol creativo porque implica el coraje de superar la adversidad y el sufrimiento sin renunciar a convivir con las emociones de forma intensa y libre.
 
Las experiencias estresantes no crean en las personas resilientes patrones emocionales negativos que les impidan arriesgarse, en el futuro, a exponerse a situaciones donde puedan sentirse vulnerables. Es decir, estas personas mantienen la capacidad, a pesar de sus experiencias negativas pasadas, de confiar en que la vida pueda irles mejor en el futuro y a arriesgarse a sufrir. 
Esto podría deberse a que los investigadores destacan que las personas resilientes tienen la sensación de que pueden controlar los acontecimientos que les acaecen y son además receptivas a los cambios (les producen menos temor que a la mayoría de las personas porque aceptan que forman parte de la vida y que tienen aspectos positivos). En general suelen ser personas que destacan por su sentido del compromiso, su madurez emocional, un buen autocontrol y el deseo y la capacidad de enfrentarse a los retos aun cuando éstos son de signo negativo, porque los perciben como parte natural de la vida y fuente de aprendizaje y de transformación.

El adulto libre: el desaprendizaje

«Serás libre,
 no cuando tus días no tengan
preocupaciones ni tus noches penas o necesidades,
sino cuando todo ello aprisione tu vida y, 
sin embargo, 
logres sobrevolar, desnudo y sin ataduras»

Jalil Gibran


Lo que se trae a la consciencia puede curarse o desprogramarse. Lo que se queda en el inconsciente nos ata sin remedio.
El inconsciente se forma con las capas de sedimento de las experiencias, los aprendizajes, las emociones y los recuerdos que van conformando los cimientos de la consciencia. Resulta más difícil librarse de estas capas del inconsciente que de las propias emociones conscientes que vivimos a diario, porque aquellas se han acumulado a lo largo de mucho tiempo, tanto, que hemos olvidado su procedencia.
La emoción del momento puede reprimirse, pero el inconsciente sigue dictando de forma silenciosa nuestro comportamiento, como una hoja de papel que ha sido enrollado durante mucho tiempo: podemos mantenerla lisa con la palma de la mano, pero en cuanto la soltamos se enrolla de nuevo.

Sócrates recomendaba a sus discípulos el trabajo de anamnesis, un diálogo consigo mismo para recordar y acceder así a la verdad oculta tras el olvido. Siglos más tarde el trabajo individual con la mente y con las emociones sigue siendo necesario para llegar a la raíz de nuestras inclinaciones, analizarlas y empezar a deshacerlas. 
Es un proceso lento, que exige dedicación, sobre todo en las fases iniciales cuando tenemos que reconsiderar, poco a poco, cada creencia y prejuicio. Este proceso de limpieza es parecido al que un buen jardinero lleva a cabo en el jardín: para que las flores puedan embellecer, quitamos las malas hierbas y sembramos en primavera; en invierno podamos los árboles y plantamos; en primavera segamos, en verano regamos. 
Nuestras emociones y nuestra mente exigen un trabajo de mantenimiento: recordar, desbrozar, descubrir, añadir, plantar y alimentar.
Este trabajo de mantenimiento nos llevará a descartar viejas creencias y actitudes, a fortalecer otras y a descubrir nuevas formas de pensar y de sentir. 

Decía el escritor Alvin Toffler: 
«... en el futuro, la definición del analfabetismo no será la incapacidad de leer, sino la incapacidad de aprender, desaprender y volver a aprender».

Durante este proceso aprenderemos, y también desaprenderemos, aquello que representa un obstáculo en nuestra vida.
Bertrand Russell, uno de los intelectuales más influyentes y carismáticos del siglo XX, cuenta en su Autobiografía que la Universidad de Cambridge, el lugar donde pasó los años más felices de su vida, «fue importante para mí porque allí trabé amistades y descubrí la experiencia de la discusión intelectual. Pero no fue importante por la instrucción académica. Dediqué muchos años posteriormente desaprendiendo los hábitos de pensamiento que adquirí allí. El único hábito de pensamiento valioso que aprendí en la universidad fue la honestidad intelectual. Esa virtud la tenían no sólo mis amigos, sino también mis profesores»

Debiéramos exigir por encima de todo a nuestro sistema educativo —escuelas y universidades— que enseñen el mecanismo que lleva a la honestidad intelectual: la capacidad para cuestionar cada a priori, de mirar críticamente, de no perder la objetividad, de ser capaz de escuchar y analizar todas las facetas de una experiencia, de aprender y de desaprender. Este es un hábito intelectual imprescindible y básico para la evolución mental y emocional de las personas. La honestidad intelectual nos obliga, tarde o temprano, a reconsiderar buena parte de las verdades —nuestras verdades— aprendidas en el hogar de nuestros padres y en el mundo exterior, creando un caparazón emocional y mental que nos impide a menudo movernos en la dirección que realmente desearíamos.

Muchas personas pasan su vida entera al dictado de las verdades de los demás y al final pierden la capacidad de saber quiénes son ellas de verdad y qué desean aportar al mundo. No son ya capaces de escuchar lo que les dicta el corazón y la intuición. Viven de acuerdo a criterios prestados, algunos bienintencionados y otros muchos que responden a intereses sociales y económicos descarados. 
Han sido entrenados desde la infancia para aprender sin cuestionar.


DEL AUTORITARISMO A LA PERMISIVIDAD

Hoy en día la forma habitual de relacionarse entre padres e hijos ya no es la estrictamente autoritaria, en el sentido tradicional en el que los padres imponían su punto de vista y el niño tenía que acatarlo sin discusión. 
Los padres eran dueños de hacer lo que consideraban oportuno con sus hijos, de la misma forma en que una mujer «pertenecía» a su marido. 
Las sociedades actuales han empezado a regular los derechos del niño porque crece la convicción de que tener hijos no implica la posesión de sus vidas y de sus mentes. Los padres y el Estado saben que tienen que tomar ciertas decisiones en nombre del niño no para adoctrinarlo, sino para dotarlo de herramientas que le permitan crecer desarrollando sus facultades en plenitud.
Aunque tradicionalmente no se tenían en cuenta como necesarias la paciencia, contención y amor que necesitan los niños, las investigaciones del psiquiatra Lloyd de Mause develan que cada generación adelanta poco a poco en este sentido: 
«La educación del niño se ha ido convirtiendo en un proceso que exige no tanto la
conquista de su voluntad como su entrenamiento». 

Los padres han adquirido de forma progresiva conciencia de la importancia de respetar no sólo las necesidades físicas del niño, sino también sus necesidades psicológicas y emocionales. 
Resulta ilustradora en este sentido la vida del psicoanalista inglés John Bowlby, cuya aportación a la comprensión del desarrollo de la afectividad infantil ha marcado generaciones posteriores de educadores y pensadores. 
Bowlby nació en Inglaterra en una familia de clase acomodada y, de acuerdo a las costumbres de su época y de su clase social, fue criado por una niñera. Generalmente el pequeño Bowlby solía ver a su madre una hora al día, después de la hora del té. Como muchas otras personas de su época, ella consideraba que la atención parental y el afecto eran peligrosos para el correcto desarrollo del niño. Cuando Bowlby cumplió 4 años su amada niñera dejó su empleo. Tiempo después Bowlby describió esa separación como algo tan trágico como la pérdida de una madre. A los 7 años ingresó en un internado, cuyos recuerdos dolorosos relató en sus posteriores escritos, como, por ejemplo, Separación: ansiedad y angustia. 
Estas experiencias traumáticas de niñez lo ayudaron a desarrollar una inusual empatía frente al sufrimiento emocional infantil.

El sentido patriarcal y autoritario de la educación también se tambalea a medida que la familia tradicional se disuelve y requiere, por tanto, una regulación externa.
Éste es un movimiento imparable a todas luces. ¿A qué responde? Probablemente tiene un impacto determinante en esta nueva conformación social y familiar un creciente deseo de felicidad personal perdurable que abarque nuestra vida entera. La vida se alarga y se crean así nuevas necesidades para los adultos, una vez agotada la fase de crianza básica del niño. Ya no se trata de vivir simplemente para superar los problemas propios de la supervivencia, sino de disfrutar de la vida. A veces este deseo existe en función de criterios individualistas, posiblemente egoístas, y choca con las necesidades de los demás. 
En este contexto social y familiar inestable resulta urgente dotar a las personas de herramientas emocionales sólidas, como por ejemplo el desarrollo de la empatía y de la responsabilidad, para ayudarles a tomar las decisiones más ecuánimes en cada momento.
Esta época de transición descoloca a muchas personas, porque desde el rechazo al autoritarismo muchos padres se han convertido en educadores permisivos
Esta posición permisiva suele responder al miedo de dañar al niño, fruto de la gran cantidad de información, a veces indiscriminada, que brota de todas partes: medios de comunicación, vecinos, amigos, familiares... 
Los estudios demuestran, sin embargo, que muchas creencias populares respecto a la educación de los hijos y de las relaciones humanas están sesgadas, cuando no equivocadas. La educación permisiva otorga una plataforma segura al niño, pero descoloca a los padres, que, temerosos y débiles, pierden su columna vertebral, aquella que sostiene su sentido de autoridad y que no debiera confundirse con el autoritarismo. 

En lugar de ayudar y de guiar al niño, los padres permisivos lo cargan con decisiones impropias de su edad. 
Entregan el poder de decisión a un niño inmaduro, que sufre las consecuencias del desconcierto de sus padres

 ¿Cuándo es aceptable la permisividad? 
El psicólogo Haim Ginott, autor de libros tan influyentes como Between Parent and Child, sugería que la permisividad es aceptable cuando implica respetar la naturaleza infantil de los niños: los niños prefieren correr a andar, se ensucian con facilidad y ponen caras divertidas frente al espejo. Si permitimos que los niños se comporten de la forma espontánea que les es inherente, les animamos a que expresen con mayor soltura y confianza sus emociones y sus pensamientos. 
La permisividad mal entendida significa, en cambio, que aceptamos actos indeseables, como por ejemplo comportamientos agresivos o destructivos. 
Este tipo de permisividad genera ansiedad y demandas cada vez menos razonables, que los padres, y más adelante la sociedad, no podrán conceder.

 La psicóloga Diana Baumrind detectó, en estudios llevados a cabo ya en la década de 1970, que los hijos de padres autoritarios tendían a ser conflictivos e irritables, mientras que los hijos de padres permisivos solían mostrar comportamientos impulsivos, con pocos recursos personales y baja capacidad para lograr sus metas.

Las investigaciones posteriores han confirmado estos patrones heredados. Si decimos a nuestros hijos qué deben sentir, les enseñamos a desconfiar de sus propios sentimientos. Todos los comportamientos no son aceptables, pero todas las emociones y los deseos lo son. 
Los padres deberían, por tanto, imponer ciertos límites sobre los comportamientos, pero no sobre las emociones y los deseos.
 
Existe una educación consciente, a medio camino entre el autoritarismo y la permisividad. 
La educación es cuestión de equilibrio, un equilibrio que se ha de buscar de forma constante porque todos los días no son iguales y las circunstancias cambian y oscilan, a veces sutilmente. En este equilibrio el niño tiene su propia vida emocional, sus preferencias, su lugar; y el adulto también. Es un camino de doble sentido entre todos los miembros de la familia: «Yo te respeto y tú me respetas». 
Lo que debe guiarnos no son reglas rígidas sino unos pocos criterios básicos que conocemos desde que somos capaces de estudiar las emociones: entre ellos destacan el amor incondicional, el desarrollo de la autoestima, enseñar al niño a responsabilizarse de sus actos y el respeto hacia las necesidades de los demás (basado en el desarrollo de la empatía).

Los hijos de padres que aplican estos criterios de inteligencia emocional muestran más disposición a ser cooperativos, enérgicos, sociables y capaces de alcanzar metas.
 
El aprendizaje de criterios educativos equilibrados y emocionalmente inteligentes por parte de los padres tiene una repercusión enorme sobre los hijos. Sabemos, por ejemplo, que los hijos de padres emocionalmente inteligentes suelen elegir amigos cuyos padres también son emocionalmente inteligentes. De esta forma nuestro estilo educativo tiene repercusiones incluso sobre los amigos que elijen nuestros hijos.
 
Explica John Gottman, catedrático de Psicología de la Universidad de Washington, que el primer paso que han de dar los padres para educar a sus hijos con inteligencia emocional es comprender su forma particular de enfrentarse a las emociones y el impacto que esto tiene sobre sus hijos.  

Básicamente los padres tienden a uno de cuatro estilos educativos: 
-despreciativo, 
-condenatorio, 
-no intervencionista o
-emocionalmente competente. 

Con los padres condenatorios o despreciativos los niños aprenden que sus sentimientos son inapropiados o no son válidos. Pueden llegar a creer que hay algo innato que está mal en ellos por cómo se sienten. 
Los padres no intervencionistas, en cambio, están llenos de empatía por sus hijos y les
aseguran continuamente, de acto y de palabra, que pase lo que pase, ellos lo aceptan. Pero no parecen capaces o dispuestos a enfrentarse a las emociones negativas. Esto puede infundir miedo a un niño pequeño porque no tiene la experiencia o el conocimiento para escapar del «agujero» de las emociones. Estos niños no aprenden, por tanto, a regular sus emociones; les cuesta concentrarse y mantener o formar amistades con los demás niños.
Los padres emocionalmente competentes, asegura Gottman, también aceptan de manera incondicional los sentimientos y las emociones de sus hijos. Sin embargo, a diferencia de los padres no intervencionistas, saben que las emociones pueden cumplir un papel útil en sus vidas. Valoran las emociones negativas de sus hijos como oportunidades para la intimidad emocional: escuchan, empatizan, ayudan al niño a definir sus emociones, ponen límites y enseñan tácticas de resolución de conflictos. Son sensibles a los estados emocionales del niño, aun cuando éstos sean sutiles. No se burlan de las emociones del niño ni le dicen cómo debería sentirse. Los hijos aprenden a confiar en sus sentimientos, a regular sus emociones y a resolver problemas.

La labor de los padres es alentar al niño para que desarrolle sus habilidades.
Existen diversos obstáculos en esta tarea, pensamientos que albergamos porque nos dijeron alguna vez que eran ciertos y no los cuestionamos; o porque creemos desear lo mejor para nuestros hijos y en función de nuestros temores intentamos convertirles en personas que no son. Las expectativas a veces nos impiden percibir quién es, realmente, la persona que tenemos a nuestro lado, niño o adulto. Si mantenemos nuestras expectativas abiertas, aceptaremos que los demás son seres independientes, que no nos pertenecen y que tienen su propio camino. Otro peligro en este sentido radica en la humillación. Humillamos a los demás cuando nos burlamos de ellos o cuando les decimos frecuentemente frases o coletillas en apariencia inofensivas:
«Eres un bobo», «Menudo despistado...». 
Las etiquetas son otro de los obstáculos que deben evitarse: «Eres torpe», o incluso etiquetas supuestamente positivas, como «¡Clarita es tan buena!», ayudan al niño a fijar de forma rígida su incipiente idea de quién es. 
Es fácil, por cierto, fijar los defectos del niño a través de las etiquetas. 
Lo evitaremos si mantenemos una mirada generosa sobre el otro y si eliminamos las palabras «jamás», o «nunca», porque éstas cierran todas las puertas a un posible cambio. 

Comparar a nuestros seres queridos con algo o con alguien también es negativo, porque implica que su valor varía según las circunstancias. 
En cuanto a la crítica constante, debilita el esfuerzo de las personas. Un esfuerzo grande puede arrojar un resultado pequeño, pero la persona que lo ha llevado a cabo merece respeto y apoyo. 
Todas estas trampas sutiles de la convivencia y la educación tienen consecuencias dañinas y duraderas para el desarrollo emocional de aquellos que nos rodean, tanto niños como adultos, y conviene que seamos conscientes de ellas para desterrarlas de nuestra forma de relacionarnos con los demás.

Elsa Punset



LOS LADRILLOS EMOCIONALES DEL HOGAR

Un HOGAR se construye a partes iguales con ladrillos de barro y con emociones. 
La calidad de los materiales constructivos de nuestro hogar, sin embargo, no es ni mucho menos tan determinante en nuestra tasa de felicidad como los recursos emocionales de quienes lo habitan. 
Nuestra mente nos permite comprender el mundo de forma racional. Nuestras emociones, en cambio, determinan cómo sentimos el mundo, consciente e inconscientemente. 
Si nuestras emociones están reprimidas o son sobre todo negativas, así sentiremos el mundo: frustrante y negativo. 
Aunque nuestra cultura nos dice que la vida es lo que pensamos que somos, en realidad la vida trata acerca de lo que sentimos que somos. En el fondo instintivo y profundo de nuestro ser no pensamos, sentimos. Estamos hechos de emociones.
Elegimos cuidadosamente las telas y los materiales de nuestras casas, pero no solemos considerar con detenimiento los criterios básicos de convivencia necesarios para disfrutar de un hogar acogedor, un continente seguro que ofrezca amparo a los miembros de la familia y que permita a cada uno desarrollarse de acuerdo a sus necesidades. 
Nos dan las llaves del piso y nos instalamos sin haber elegido los mimbres emocionales que conforman un verdadero hogar. Dejamos lo más importante al azar.
Sin embargo, cuando elegimos pareja y formamos nuestro hogar quisiéramos por encima de todo evitar aquellas trampas de la convivencia que hemos observado en las casas de algunos amigos o en el hogar de nuestros propios padres. Tenemos grabadas en la mente las imágenes de alguna amiga, antaño íntima, que ahora discute con su pareja por cualquier motivo. Hace tiempo que ya no hablan del viaje que querían hacer a Roma o de la búsqueda del trabajo que les haría más felices. Los años han agriado su convivencia y su hijo de 3 años campa a sus anchas por una casa que se ha tornado inhóspita para los amigos. Si miramos hacia el pasado, las escenas no suelen ser mucho más alentadoras. Como la casa de Marta el hogar de nuestros padres encerró sus propias dosis, sutiles o descaradas, de dolor, traición y resignación. Y nos prometimos, antes de formar nuestro propio hogar, evitar las trampas de la convivencia y del desencuentro. Pocos lo logran. Aun con la mejor
voluntad, la rutina y el estrés diario crean un caldo de cultivo en el que surgen el resentimiento y el reproche. El tiempo va generando pequeños rencores y desencuentros que parecen acumularse de forma imperceptible. Resulta difícil aceptar que la vida no es exactamente, o ni siquiera de forma remota, lo que habíamos esperado. 
Es muy tentador achacar nuestras decepciones y expectativas defraudadas a los que nos rodean. Con el paso del tiempo ellos son los culpables de nuestro dolor, o al menos, no hicieron todo lo que pudieron por ayudarnos a vivir mejor. No nos quisieron lo suficiente. Son las semillas del desamor.

La convivencia armoniosa, a pesar de la buena voluntad, no surge de forma espontánea e instintiva. El esfuerzo de todos parece centrarse en controlar las emociones negativas en vez de generar emociones positivas. 
Pocos parecen conseguir de forma instintiva ese hogar seguro y estable donde los miembros de la familia se aceptan incondicionalmente, son sinceros los unos con los otros sin herirse y no culpan a los demás por sus fracasos y sus penas. Donde uno puede sentirse mal sin sentirse culpable. Donde hay tiempo suficiente para escucharse y recursos emocionales para comprenderse y apoyarse. 
¿Cómo lograrlo?
Las relaciones humanas no son fáciles. Como demuestra la cifra de divorcios de segundos matrimonios —hasta un 80 por ciento de los que se vuelven a casar también se vuelven a divorciar— mejorar la convivencia entre personas y lograr un hogar más feliz no depende de cuántas veces lo intentemos. Sólo depende de si conseguimos descifrar nuestras emociones y las de los demás. 

Comprender el sentido de nuestras vidas tiene un impacto enorme sobre nuestra felicidad personal y sobre la forma de relacionarnos con los demás, porque afecta directamente nuestra forma
de sentir el mundo, de emocionarnos. Y allí radica una de las claves básicas del bienestar emocional de nuestro hogar.

LAS EMOCIONES HEREDADAS
 Cada persona encierra dentro de sí un amasijo de sentimientos y emociones tras los recuerdos y las memorias, los fracasos, las pérdidas o la alegría vivida. 
Como el respirar o el dormir, sentimos y nos emocionamos de forma instintiva. Allí dentro, en la caja oscura del cerebro, grabadas en cada célula y cada nervio del cuerpo, mandan nuestras emociones —sobre todo las emociones de nuestro pasado, que condicionan de manera poderosa nuestra forma presente de sentir el mundo—.
Los especialistas dividen el mundo emocional de las personas en dos tipos de emociones, negativas y positivas. 
Esta distinción resulta útil en algunos aspectos pero también entraña confusión, porque tendemos a creer que determinadas emociones negativas —por ejemplo, el miedo, la ira o la tristeza— deben ser evitadas. Éste es un error de base. 
Las emociones, tanto las positivas como las negativas, cumplen un papel evolutivo, es decir, existen porque sirven para ayudarnos a sobrevivir en un entorno complejo. Las emociones negativas, en concreto, son fundamentales para ayudarnos a sobrevivir en un entorno amenazante o potencialmente peligroso.
El miedo permite huir o mantenerse inmóvil ante determinados peligros. 
La ira nos da fuerzas para reaccionar y defender nuestro entorno y a nuestros seres queridos. 
La tristeza es una brújula muy útil: fomenta la introspección, que nos permite detectar
cuándo algo va mal para intentar remediarlo. 
En este sentido las emociones negativas también cumplen una función positiva en nuestras vidas si aprendemos a descifrarlas.
 Algunas personas desconfían del carácter instintivo de las emociones y las reprimen porque temen sufrir o incluso perder el control de sus vidas. Pero intentar vivir y pensar al margen de nuestras emociones es una falacia: no sólo nos limita sino que las emociones reprimidas pasan al inconsciente y son mucho más incontrolables desde esa parte de nuestra mente

El problema surge cuando, a través del estrés y de los patrones emocionales negativos, las emociones negativas llegan a condicionar nuestras vidas en un sentido destructivo
 Y es que no sólo las situaciones objetivamente peligrosas nos estresan. 
El simple recuerdo negativo e inconsciente de un afecto, situación o lugar puede contaminar nuevas vivencias, aunque éstas en principio no tengan por qué presentar los mismos peligros. 
Este miedo a volver a sufrir genera un estrés que nos afecta, fisiológica y psíquicamente, como si nos estuviese ocurriendo lo que en realidad sólo tememos. 
De hecho los expertos aseguran que el estrés causado por los sentimientos de abandono,
de ser apartado, olvidado o despreciado, de la falta de amor y de seguridad, hacen estragos peores que el de muchos accidentes traumáticos.
 Conocer nuestras emociones nos ayuda, pues, a controlar nuestras ansiedades, no
sólo aquellas de tipo patológico —como es el caso del estrés postraumático— sino las
numerosas asociaciones negativas que arrastramos de forma inconsciente, fuente de
tantos problemas y desajustes psicológicos que lastran nuestra vida diaria. 

Los patrones emocionales negativos echan raíces en nuestra psique debido al conjunto de
eventos y experiencias con los que aprendimos a lo largo de la vida. 
Pueden ser costumbres, acciones y palabras sutiles, repetidas a lo largo de muchos años, que erosionan lentamente nuestra autoestima y conforman creencias profundas acerca de nosotros mismos y de los demás.  
En este sentido el peso de lo que Richard Dawkins llama, cuando se refiere a patrones genéticos heredados, el código de los muertos, también puede aplicarse a los patrones emocionales inconscientes que heredamos de nuestros padres y del entorno. Son patrones emocionales ajenos que, sin embargo, conforman poderosamente nuestra forma de sentir y vivir la vida diaria. Con ellos aprendimos que ciertas emociones son lícitas y otras no. Y en función de ello respondemos a la vida con patrones emocionales aprendidos en la infancia. 
Por eso es fácil que cada día nuestro hogar se parezca más al hogar de nuestros padres.

Los patrones emocionales de nuestros padres no tienen por qué ser erróneos o rechazables, pero son patrones personales, difícilmente transferibles, ya que ellos desarrollaron sus respuestas emocionales ante un determinado entorno: sus propios padres, sus amigos, su colegio y la sociedad que les rodeaba, con sus valores pertinentes. Ellos además tenían su propio temperamento, su propia forma de ser. El problema que entraña asumir las respuestas emocionales de nuestros padres en bloque es que es muy probable que no sean las adecuadas para nuestra forma de ser, nuestras aspiraciones o el entorno en el que vivimos.
Si hemos intentado a lo largo de nuestra infancia, como les ocurre a tantos niños, adaptar nuestro temperamento y nuestros sueños para que sean éstos los que encajen con los patrones emocionales heredados de nuestros padres, habremos instalado en nuestra psique un programa que no es el adecuado para nuestras necesidades.

Desaprender se convierte, pues, en parte intrínseca y necesaria del desarrollo del adulto para poder así recuperar la brújula emocional peculiar y única de cada persona.  

No podremos sentirnos bien en un traje emocional que no es el nuestro, reprimiendo nuestras necesidades, emociones y deseos propios en aras de convenciones sociales y prejuicios arraigados en el pasado. La media de vida de los seres humanos, en los países occidentales, está en torno a los 78 años y es demasiado tiempo para sentirse mal con uno mismo. 
De entrada pone muy difícil la convivencia con los demás. ¿Cómo transmitir serenidad y felicidad si uno intuye que está encerrado en la vida equivocada? ¿Cómo no culpar a los demás?
También resultará difícil que tras tanto sacrificio personal, justificado o injustificado, aceptemos que otros quieran tomar su propio camino. Si nosotros hemos sufrido, si nos hemos adaptado, ¿por qué no ellos? A nuestros hijos, a nuestros amigos, a nuestra pareja, al mundo entero intentaremos convencer de que no existe otro camino. Ignorar y reprimir las propias emociones implica, generalmente, ridiculizar y rechazar las emociones de los demás, sobre todo las de los niños.

En resumen, no tomamos una sola decisión que no esté influida por las emociones que hierven en el subconsciente. 
Y lo peor de todo es que constatamos que nadie nos ha enseñado a gestionarlas. Hemos aprendido un sinfín de cosas sin sentido, pero no sabemos cómo incidir sobre nuestra conducta cotidiana gestionando mejor lo único, o casi lo único, que la determina. 

Para reconocer y modificar nuestros patrones emocionales necesitamos herramientas de alfabetización emocional

Afortunadamente, y gracias a la extraordinaria plasticidad del cerebro, resulta posible, a cualquier edad, aprender a reconocer nuestras emociones y a convivir con ellas y con las de los demás, desarrollando así nuestra inteligencia emocional y social.
 
Comprender o vislumbrar el porqué de nuestras vidas puede transformarlas.

Elsa Punset





Vuélvete maestro de tu mundo emocional



"La desolación puede darte muchas cosas que la felicidad no puede.  De hecho, la felicidad te quita mucho.  Te quita todo lo que siempre has tenido, lo que siempre has sido.  ¡La felicidad te destruye!  La desolación nutre tu ego y la felicidad es básicamente un estado de ausencia de ego.

Ese es el problema, el verdadero meollo del asunto.  Es por eso que la gente encuentra muy difícil ser feliz. Es por eso que millones de personas en el mundo han decidido vivir en la desolación.  Te da un ego muy, muy cristalizado.  Miserable, eres.  Feliz, no eres.   
En la desolación hay cristalización; en la felicidad te vuelves difuso.  Si se entiende esto las cosas se vuelven muy claras.

La desolación te vuelve especial.  La felicidad es un fenómeno universal, no tiene nada de especial.   
Los árboles son felices y las bestias son felices y los pájaros son felices.  Toda la existencia es feliz excepto el hombre.  Al estar desolado, el hombre se vuelve muy especial, extraordinario.

La desolación te permite atraer la atención de la gente.  Siempre que estás desolado tienes atención, te tratan amigablemente, te quieren.  Todos empiezan a cuidarte.  ¿Quién quiere lastimar a una persona desolada?  ¿Quién siente celos de una persona desolada?  ¿Quién quiere estar en contra de una persona desolada?  Sería demasiado vil.

La persona desolada es cuidada, querida, atendida.  Se invierte muchísimo en la desolación.  Si la esposa no está desolada, el esposo simplemente tiende a olvidarla.  Si está desolada, el esposo no puede darse ese lujo.  Si el esposo está desolado, toda la familia, (la esposa, los niños), está a su alrededor, preocupada por él; eso reconforta mucho.  Uno siente que no está solo, que tiene familia, amigos.
Cuando estás enfermo, deprimido y en la desolación, tus amigos van a visitarte, a reconfortarte y a consolarte. 
Cuando eres feliz, esos mismos amigos sienten celos de ti.  Cuando realmente seas feliz, encontrarás que todo el mundo está en tu contra.
A nadie le gusta una persona feliz, pues hiere los egos de los demás.  Los demás empiezan a sentir: “Te has vuelto feliz y nosotros seguimos arrastrándonos en la oscuridad, la desolación.  “¡Cómo te atreves a ser feliz cuando todos nosotros estamos en esta desolación!”.
Por supuesto, el mundo está compuesto por gente desolada y nadie es lo suficientemente valiente como para dejar que el mundo se ponga en su contra; es demasiado peligroso y arriesgado.   
Es mejor colgarte de la desolación que te mantiene siendo parte de la multitud.   
Sé feliz y serás un individuo; si es estás desolado serás parte de una multitud: hinduista, mahometana, cristiana, india, árabe, japonesa.
¿Feliz?  ¿Sabes lo que es la felicidad?  ¿Es hinduista, cristiana, mahometana?   
La felicidad es simplemente felicidad.   
Uno es transportado a otro mundo donde deja de ser parte del mundo que ha creado la mente humana, del pasado, de la historia terrible.   
Uno deja de ser parte del tiempo por completo.  
Cuando realmente eres feliz, extático, el tiempo y el espacio desaparecen.

Albert Einstein dijo que en el pasado los científicos creían que habían dos realidades: espacio y tiempo.   
Pero él demostró que estas dos realidades no son dos, sino que son dos rostros de la misma realidad.   
Entonces acuñó el término espacio-tiempo, una sola palabra.   
El tiempo no es más que la cuarta dimensión del espacio.   
Einstein no era un místico, pues si no habría introducido también la tercera realidad: lo trascendental, ni espacio ni tiempo.  Eso también está ahí; yo lo llamo el testigo.   
Una vez que están los tres, tienes a la trinidad completa.   
Tienes el concepto de trimurti completo, las tres caras de Dios, las cuatro dimensiones.  La realidad es tetradimensional: tres dimensiones de espacio y la cuarta dimensión es el tiempo.

Sin embargo, hay algo más.  No puede llamarse quinta dimensión porque no es la quinta realidad; es el todo, lo trascendental.   
Cuando eres realmente feliz empiezas a adentrarte en lo trascendental.   
No es social, no es tradicional, no tiene nada que ver con la mente humana.

Sólo observa tu desolación, mírala y serás capaz de encontrar las razones de que exista.  Entonces observa los momentos en los que de vez en cuando te permites el gozo de estar alegre y ve qué diferencias hay.   
Te darás cuenta de que cuanto estás desolado eres un conformista.  La sociedad te ama, la gente te respeta, incluso puedes llegar a convertirte en un santo, pues los santos están desolados.  La desolación está escrita profundamente en sus rostros, en su mirada.  Como están desolados, están en contra de toda alegría.  Condenan toda alegría como hedonismo, toda posibilidad de alegría como pecado.  Están desolados y les gustaría ver a todo el mundo igual.  De hecho, sólo en un mundo miserable pueden ser considerados santos.  En un mundo feliz tendrían que ser hospitalizados como enfermos mentales.  Son patológicos.

Yo he visto muchos santos y observado las vidas de los santos de antaño.  El noventa y nueve por ciento de ellos son simplemente anormales: neuróticos o incluso psicóticos.  Además, fueron respetados por su desolación, recuérdalo.

Los grandes santos hacían ayunos muy largos, torturándose.  Pero eso no es algo muy inteligente.  Sólo los primeros días, la tercera semana, es difícil; la segunda semana es muy fácil; la tercera semana se vuelve difícil comer; la cuarta semana lo has olvidado por completo.  El cuerpo disfruta comerse a sí mismo y se siente menos pesado, obviamente, y sin problemas que digerir.  Además, toda la energía que se utiliza para la digestión está disponible para la cabeza.  Puedes pensar más, puedes concentrarte mejor, puedes olvidar al cuerpo y sus necesidades.

Sin embargo, eso simplemente crearon gente desolada y una sociedad desolada.  Observa tu desolación y encontrarás que hay ciertas cosas fundamentales.  Primera: te hace respetable.  La gente se muestra más amigable hacia ti, más simpática.  Tendrás más amigos si estás desolado.  Es un mundo muy extraño, hay algo de base que está mal.  No debería ser así; una persona feliz debería tener más amigos. Pero vuélvete feliz y la gente sentirá celos de ti, ya no serán amigables.  Esto es porque se sienten traicionados; tienes algo que ellos no pueden conseguir.  ¿Por qué eres feliz?  Entonces a través de las diferentes épocas de la historia hemos aprendido un mecanismo sutil: reprimir la felicidad y expresar la desolación.  Se ha convertido en nuestra segunda naturaleza.

Debes deshacerte de ese mecanismo.   
Aprende a ser feliz y a respetar a la gente feliz, aprende a prestar más atención a la gente feliz, recuérdalo.  Este es un gran servicio a la humanidad.  No seas demasiado amigable hacia la gente que está desolada.  Si alguien está desolado, ayúdalo, pero no seas demasiado amigable.  No le des la idea de que la desolación es algo valioso.  Permítele saber perfectamente bien que lo estás ayudando pero no por respeto, sino simplemente porque está desolado.  No estás haciendo nada sino tratando de sacar a un hombre de su desolación, pues la desolación es desagradable.  Permite que  la persona sienta que la desolación es así, que estar desolado no es algo virtuoso, que no le está haciendo un gran servicio a la humanidad.

Sé feliz, respeta la felicidad y ayuda a la gente a entender que la felicidad es la meta de la vida: satchitanand.   
Los místicos de Oriente han dicho que Dios tiene tres cualidades. 
Es sat: es verdad, ser.   
Es chit: consciencia.  Y, a fin de cuentas, el punto más alto 
es anand: felicidad.   
Donde quiera que esté la felicidad, está Dios.  Siempre que veas a una persona feliz, respétala; es santa.  Cada vez que sientas una reunión alegre, festiva, piensa en ella como en un lugar sagrado.




Destantea a las rutinas de la mente


¿Te sientes triste?   
Baila o párate bajo la ducha y mira cómo desaparece la tristeza de tu cuerpo conforme desaparece su calor. Siente cómo el agua que cae sobre ti se lleva la tristeza de la misma manera en que se lleva la transpiración y el polvo de tu cuerpo.  Observa qué sucede.

Trata de poner a la mente en una situación tal que no pueda funcionar como siempre.  Cualquier cosa servirá.  De hecho, todas las técnicas que se han desarrollado a lo largo de siglos no son sino maneras de tratar de distraer a la mente de los patrones establecidos.

Por ejemplo, si te sientes enojado sólo haz algunas respiraciones profundas.  Inhala y exhala profundamente durante dos minutos y mira dónde está tu enojo.  Confundes a la mente, no puede correlacionar ambas cosas.  La mente comienza a preguntarse: “¿Desde cuándo respira la gente profundamente cuando está enojada?  ¿Qué está pasando?”.

El punto es hacer cualquier cosa pero nunca repetirla.  Si cada vez que estés triste te metes bajo la ducha, la mente se acostumbrará.  Después de tres o cuatro veces la mente aprende: “Muy bien, estás triste, es por eso que te metes bajo la ducha”.  Entonces se vuelve una parte constitutiva de tu tristeza. No, nunca lo repitas.  Continúa destanteando a la mente todo el tiempo.  Sé innovador, sé imaginativo.

Tu pareja dice algo y tú te sientes enojado.  Siempre has querido pegarle o aventarle algo.  Ahora, cambia: ¡ve y abrázalo!  ¡Dale un buen beso y destantéalo también!  Tanto tu mente como tu pareja se destantearán.  De repente las cosas ya no serán iguales.  Verás que la mente es un mecanismo; cómo se pierde completamente si cambias la estructura; no puede competir contra lo nuevo.  Abre la ventana y permite que entre una brisa nueva.



Cambia el patrón de enojo


Puedes librar cosas mil veces, pero si el patrón básico no cambia, volverás a acumularlas.  No hay nada malo en liberar energía.  Es bueno, pero no tiene nada que ver con lo permanente.

Los métodos orientales son totalmente diferentes de los occidentales.  No son catárticos; por el contrario, te enfrentan con tu patrón de acción.  No se preocupan mucho por la energía reprimida.  Tienen que ver con el patrón, con los mecanismos interiores que crean la energía, que la reprimen y que hacen que te enojes y que estés triste, deprimido y neurótico.  Debe romperse el patrón.   
Liberar la energía es muy sencillo; romper el patrón es difícil, es un trabajo duro.  Ahora trata de hacer algo para cambiar el patrón.

Todos los días durante quince minutos, en cualquier momento que te sientas bien, cierra la puerta de tu cuarto y enójate, pero no lo liberes.  Continúa forzándolo, llega casi a enloquecer de enojo pero no lo liberes.  Nada de expresión, ni siquiera una almohada para pegarle.  Reprímelo de todas las maneras posibles, ¿entiendes?  Es exactamente lo opuesto a la catarsis.

Si sientes que surge tensión en el estómago, como si algo fuera a explotar, jálalo hacia adentro; ténsalo tanto como puedas. Si sientes que los hombros se están tensando, ténsalos más.  Tensa el cuerpo tanto como puedas, como si fuera un volcán sin cráter hirviendo por dentro.  Eso es lo que hay que recordar: sin liberación, sin expresión.  No grites, pues si no el estómago se liberará.  No golpees nada, pues si no los hombros se liberarán y se relajarán.

Durante quince minutos aumenta el calor, como si estuvieras a cien grados.  Durante quince minutos aumenta la tensión hasta el clímax.  Pon la alarma de un reloj y cuando suene haz tu máximo esfuerzo.  Cuando la alarma se detenga, siéntate en silencio, cierra los ojos y observa lo que sucede.  Relaja el cuerpo. Haz esto durante dos semanas.  Este calentamiento del sistema hará que tus patrones se fundan.



Adréntate profundamente en el “no”


Practica este método cada noche durante sesenta minutos.  Primero, por cuarenta minutos vuélvete negativo, lo más negativo que puedas.  Cierra las puertas, pon almohadas por todos lados, descuelga el teléfono y dile a todos que no te molesten durante una hora.  Coloca una nota en la puerta que diga que deben dejarte totalmente solo durante una hora.  Con una luz muy baja, pon una música triste y siéntete muerto.

Siéntate y percíbete negativo.  Repite “no” como mantra. Imagínate escenas del pasado en las que hayas estado realmente muy mal y hayas querido suicidarte, en las que hayas sentido que la vida no tenía sentido, y exagéralas.  Recrea toda la situación a tu alrededor.  Tu mente te distraerá.  Dirá: “¿Qué estás haciendo?  ¡La noche está muy hermosa y la luna está llena!”.  No la escuches.  Dile que puede regresar después, pero que por el momento estás dedicado por completo a la negatividad.  Sé religiosamente negativo. Chilla, llora, grita o maldice; lo que se te antoje.  Sólo recuerda una cosa: no te alegres.  No permitas ninguna felicidad.  Si te sorprendes siendo feliz, ¡date inmediatamente una cachetada!  Regresa a la negatividad.  Golpea almohadas, pelea con ellas o bríncales encima.  ¡Sé malo!  Encontrarás que es realmente muy difícil ser negativo durante esos cuarenta minutos.

Ésta es una de las leyes básicas de la mente: cualquier cosa que hagas no la puedes hacer conscientemente, y si la haces conscientemente sentirás una separación.  Estás siguiendo esta ley pero sigues siendo un testigo; no te estás dejando llevar por completo.  Surge una distancia, y esa distancia es tremendamente hermosa.  No estoy diciendo que fabriques esa distancia.   Es un efecto secundario, no necesitas preocuparte por él.

Después de cuarenta minutos, sal de repente de la negatividad.  Deja las almohadas, enciende la luz, pon alguna música hermosa y baila durante veinte minutos.   
Sólo di: “!Sí!  ¡Sí! ¡Sí!”, deja que sea tu mantra.  Después date un buen baño en la ducha.  Eso desenraizará toda la negatividad y te dará una nueva visión respecto a decir “sí”.  Te limpiará por completo.   
Sin profundizar en el “no”, nadie puede llegar realmente al “sí”.  Debes convertirte en un negador, entonces el decir que sí saldrá de ahí.



Libera al tigre interior


La vida es un fenómeno tan vasto que es imposible manejarlo, y si realmente quieres manejarlo tienes que reducirlo al mínimo.  Sólo así lo puedes manejar.  De otra forma la vida es salvaje y libre.  Es tan libre y salvaje como las nubes, la lluvia, la brisa, los árboles y el cielo.

Realiza una meditación en la noche.  Siente como si no fueras humano.  Puedes escoger cualquier animal que te guste.  Si te gustan los gatos, un gato está bien.  Si te gustan los perros, bien.  ¡O sé un tigre, macho o hembra!  Lo que te guste.  Escoge el que quieras pero no lo cambies.  Conviértete en ese animal.  Muévete en cuatro patas por tu cuarto y conviértete en ese animal.

Durante quince minutos disfruta la fantasía tanto como puedas.  Ladra si eres un perro y haz las cosas que un perro haría; ¡y hazlas realmente!  Disfrútalo y no controles nada.  Un perro no puede controlar nada; ser un perro implica tener libertad absoluta, así que haz lo que venga.  No traigas al elemento humano de control.  ¡Sé realmente un perro de la manera más perruna!  Durante quince minutos ronda por tu cuarto, ladra y salta.  Haz esto durante siete días, te ayudará.

Si eres demasiado sofisticado y civilizado, esto puede dejarte tullido.  Necesitas un poco más de energía animal.  Demasiada civilización te deja paralizado.  Es buena en dosis pequeñas, pero en exceso es muy peligrosa.  Uno debe siempre mantenerse con la capacidad de ser un animal.  Si puedes aprender a ser un poco salvaje, todos tus problemas desaparecerán.  Entonces empieza esta noche, ¡y disfrútalo!



En caso de crisis


Siempre que hay una presión del exterior, (lo que sucederá muchas veces en la vida), resulta difícil entrar directamente en la meditación.  Por ello, antes de meditar tienes que hacer algo durante quince minutos para cancelar la presión; sólo entonces puedes entrar en la meditación, y no de otra manera.

Siéntate en silencio durante quince minutos y piensa que el mundo entero es un sueño; ¡y lo es!  Piensa  en el mundo entero como si fuera un sueño y como si no hubiera nada de importancia en él.

Por otra parte, recuerda que tarde o temprano todo desaparecerá, incluido tú.  No has estado ni estarás siempre aquí.  Nada es permanente.

Además, recuerda que sólo eres un testigo.  Esto es un sueño, una película.

Recuerda esas tres cosas: el mundo entero es un sueño y todo pasará, incluso tú.  La muerte se aproxima y la única realidad es el testigo, así que tú eres sólo un testigo.  Relaja el cuerpo, sé testigo durante quince minutos y después medita.  Podrás hacerlo y no habrá problema.

Sin embargo, deja de hacer esta preparación; si no, se volverá habitual.  Debe usarse sólo en casos especiales en que sea difícil entrar a la meditación.  Si lo haces todos los días será bueno pero te acostumbrarás y ya no tendrá efecto.  Utilízala de manera medicinal.  Cuando las cosas vayan mal y sean difíciles hazla; te abrirá el camino y serás capaz de relajarte.



El T’ai Chi de la desolación


Cuando sientas que estás cayendo en la desolación, comienza lentamente, no vayas rápido: haz movimientos lentos, movimientos de T’ai Chi.

Si te sientes triste, cierra los ojos y deja que las cosas fluyan en cámara lenta.  Empieza muy lentamente, con una visión de conjunto, mirando y observando lo que sucede.  Ve muy lento, de manera que puedas ver cada acto por separado, cada fibra por separado.  Si te estás enojando, enójate poco a poco.

Durante algunos días realiza movimientos lentos en general.  Por ejemplo, si caminas, camina más lentamente que lo normal.  Come más despacio y mastica más.  Si normalmente comes en veinte minutos, hazlo en cuarenta.  Si generalmente abres los ojos rápido, hazlo ahora más lento.  Báñate en el doble de tiempo que normalmente utilizas: haz todo más despacio.

Cuando haces todo más lento, automáticamente todo un mecanismo funciona de manera más lenta.  El mecanismo es uno; es el mismo con el que caminas, hablas, y te enojas.  No hay mecanismos diferentes, es un solo mecanismo orgánico.  Así que si haces todo más lentamente, te sorprenderás: tu tristeza, miseria, enojo, violencia... todo será más lento.

Esto provoca una experiencia tremenda: tus pensamientos, deseos y hábitos antiguos también se hacen más lentos.  Por ejemplo, si fumas, tu mano se mueve muy lentamente: entra al bolsillo... saca un cigarro... lo pones en la boca... saca la caja de cerillos.  ¡Te mueves tan despacio que te toma casi media hora fumar un cigarro!  Te sorprenderás, serás capaz de ver cómo haces las cosas.



Diario lunar


A veces la luna puede afectarnos mucho, así que obsérvala y utilízala.  Lleva un registro diario durante a lo menos dos meses de acuerdo con la luna.  Empieza con la luna nueva y lleva un registro de cómo te sientes ese día; después el día siguiente, y así todos los días, hasta el día de luna llena.  Cuando la luna empiece a declinar, continúa con tu registro.  Serás capaz de ver el ritmo, y que tu estado de ánimo varia de acuerdo con la luna.

Una vez que conozcas tu ciclo lunar, podrás hacer muchas cosas con él.  De antemano sabrás lo que sucederá al día siguiente y podrás estar preparado.  Si vas a estar triste, disfruta la tristeza.  No habrá necesidad de pelear contra ella.  Más que pelear contra ella, úsala, pues la tristeza también puede ser utilizada.



Jadea como un perro


Siempre que sientas un nudo en el estómago, camina y jadea como perro.  Deja que tu lengua cuelgue.  Todo el conducto se abrirá.  Jadear puede ser muy significativo.  Si lo haces durante media hora, tu enojo fluirá de manera muy hermosa.  Todo tu cuerpo estará en ello.

Hazlo algunas veces en tu cuarto.  ¡Puedes usar un espejo y ladrarle y gruñirle.  Después de tres semanas sentirás que sucede algo a un nivel muy profundo.  Una vez que el enojo se haya relajado y se haya ido, te sentirás libre.



Acepta lo negativo


También debes aprender a convivir con tus partes negativas; sólo entonces estarás completo.  Todos queremos vivir sólo con la parte positiva.  Cuando eres feliz, lo aceptas, y cuando no eres feliz, lo rechazas.  Entonces, eres ambas cosas.  Cuando todo fluye te sientes de maravilla, cuando todo se detiene y se estanca te sientes en el infierno.  No obstante, ambas situaciones deben aceptarse.  Así es la vida: consiste en infierno y cielo juntos.  La división de infierno y cielo es falsa.  No hay un cielo arriba y un infierno abajo: ambos están aquí.  En un momento estás en el cielo y en otro momento estás en el infierno.

Tienes que aprender también su aspecto negativo y relajarte con él.  Un día te sorprenderás de que la parte negativa añade sabor a la vida.  No es innecesaria: le da sazón a la vida.  De otra manera se volvería aburrida y monótona.  Sólo piensa que te sientes más feliz y más feliz y más feliz...  ¿Qué harás entonces?  Esos momentos de infelicidad traen chispa, búsqueda y aventura nuevamente.  Recupera el apetito.

Tienes que estar con la totalidad de tu ser.  Todos los aspectos de lo bueno y lo malo tienen que ser aceptados.  No hay manera de deshacerse de nada.  Uno nunca se deshace de nada, pero aprende lentamente a aceptar todo.  Entonces surge una armonía entre la oscuridad y la luz y es hermoso.  A partir del contraste, la vida se convierte en armonía.

Trata de vivir también estos momentos.  No te fabriques problemas.  No pienses: “¿Qué debo hacer para no estar inquieto?”.  ¡Cuando estés inquieto, permanece inquieto!  Cuando seas feliz, sé feliz, y no te preocupes demasiado, sólo sé infeliz, ¿qué más puedes hacer?

Es igual que el clima: es verano y hace calor, ¿qué puedes hacer?  Cuando haga calor, ten calor y transpira, y cuando haga frío, ¡tiembla y disfrútalo!  Lentamente verás las relaciones entre los polos opuestos, y el día que entiendas esa polaridad será un día de gran comprensión y revelación.



En la nube nueve


La felicidad es difusa como una nube, indefinible y cambiando continuamente.  No es temporal ni permanente.  Es eterna.  Además, no está muerta: está muy, muy viva.  Es la vida misma, así que no es estática sino dinámica.  Cambia constantemente.  Esa es la paradoja de la felicidad: que es eterna y cambiante, a cada momento nueva y siempre la misma.  En cierta manera siempre ha existido; en cierta manera a cada momento te sentirás extático y emocionado.  Te sorprenderá  a cada momento.  Es muy nebulosa y no puede ser calificada como momentánea o permanente.

Comienza a sentir una nube de felicidad a tu alrededor.  Sentado en silencio siente una nube a tu alrededor.  Relájate en ella y después de unos días sentirás que se ha vuelto una realidad, porque está ahí; sólo que no ha las sentido todavía.  Está ahí.  Todo vive en una nube de felicidad; simplemente tienes que reconocerla, es todo.  Nacemos con ella.  Es nuestra aura, nuestra naturaleza misma, intrínseca.  Otras veces siéntate en silencio relajado, y siente que te estás perdiendo en una nube de felicidad que te rodea, que cambia constantemente pero permanece contigo.

Conforme comienzas a perderte te sentirás más feliz.  Habrá algunos momentos en que estés completamente perdido.  Cuando la nube es, tú no eres.  Ésos son momentos de satori o samadhi, los primeros vislumbres, aunque lejanos, de la verdad.  Una vez que la semilla esté ahí, el árbol estará viniendo.



¡Imagínatelo!


Si tienes una imaginación fuerte y si puedes utilizar tu capacidad conscientemente, puede ser una ayuda inmensa.  Si no la usas con consciencia puede convertirse en una barrera.   Si tienes alguna capacidad, debes utilizarla; si no, se vuelve como una piedra en el camino.  Debes pisarla y transformarla en un escalón.  Empieza a hacer tres cosas.

Primero imagínate tan feliz como sea posible.  Después de una semana empezarás a sentir que estás muy feliz sin razón alguna; será una prueba de tu capacidad latente.  Lo primero que debes hacer por la mañana es imaginarte inmensamente feliz.  Sal de la cama con el ánimo muy feliz: radiante, chispeante y a la expectativa, como si algo perfecto, de valor infinito, fuera a abrirse o a suceder.  Sal de la cama con un ánimo muy positivo y mucha esperanza, con la sensación de que ese día no será común, de que algo excepcional y extraordinario te está esperando y está muy cerca.  Recuérdalo una y otra vez durante todo el día.  Después de siete días verás que todo tu patrón de comportamiento, tu estilo y tu vibración han cambiado.

Lo segundo es que cuando te vayas a dormir imagínate que estás cayendo en las manos de Dios, como si la existencia te estuviera sosteniendo, como si te estuvieras quedando dormido en su regazo.  Visualiza eso y duérmete.  El punto es imaginar y dejar que el sueño venga, de manera que la imaginación entre en el sueño y se traslapen.

Lo tercero es que no te imagines nada negativo, pues si la gente que tiene capacidad imaginativa se imagina cosas negativas, estas suceden. Si crees que te vas a enfermar, te enfermas.  Si te imaginas que alguien viene y se porta mal contigo, sucede.  Tu sola imaginación creará la situación.  Imagina eso en la mañana y en la noche, y recuerda no pensar en nada negativo durante todo el día.  Si algo viene, inmediatamente vuélvelo positivo.  Dile que no.  Exclúyelo y deshazte de él.



Sonríe desde el vientre


Siempre que estés sentado y no tengas nada que hacer, relaja tu mandíbula inferior y abre ligeramente la boca.  Respira por la boca, pero no profundamente.  Tan sólo deja que el cuerpo respire, de forma que la respiración sea cada vez más ligera.  Cuando sientas que la respiración se ha vuelto muy ligera y que la boca está abierta y la mandíbula relajada, sentirás todo tu cuerpo muy relajado.

En ese momento, siente que surge una sonrisa; no en el rostro sino en tu ser interior.  Serás capaz de hacerlo.  No es una sonrisa que aparecerá en los labios; es una sonrisa de la existencia que se extiende en tu interior.

Inténtalo esta noche y sabrás lo que es, pues no puede explicarse.  No necesitas sonreír con los labios, o el rostro, sino como si estuvieras sonriendo desde el vientre; el vientre está sonriendo.  Es una sonrisa, no una carcajada, así que es muy suave, delicada y frágil, como una rosa pequeña abriéndose en el vientre y su fragancia se extiende por todo el cuerpo.

Una vez que hayas conocido lo que es esta sonrisa, podrás permanecer feliz durante veinticuatro horas.  Siempre que sientas que estás perdiendo la felicidad, cierra los ojos y observa otra vez esa sonrisa y la verás ahí.  Durante el día puedes volver a ella tantas veces como quieras.  Siempre está ahí.



Derriba la gran muralla china


Durante toda su vida, muchas personas han llegado sólo hasta cierto punto en todos los aspectos.  Si estás enojado, llegas sólo hasta cierto punto.  Si estás triste, llegas sólo hasta cierto punto.  Si estás feliz, llegas sólo hasta cierto punto.  Hay una línea sutil más allá de la cual nunca has ido; todo llega hasta ahí y se detiene.  Se ha vuelto casi automático, y en cuanto llegas a esa línea te detienes.

Todos hemos sido educados así: se nos permite enojo pero hasta cierto punto, pues más puede ser peligroso.  Se nos permite cierta alegría pero no más, porque podrías enloquecer.  Se nos permite estar tristes sólo un poco pero nada más, porque podría ser suicida.  Hemos sido entrenados y hay una muralla china alrededor de ti y de todos los demás.  Nunca vamos más allá de ella.  Es nuestro único espacio, nuestra única libertad, de manera que cuando empezamos a estar felices o alegres, esa muralla china se interpone en el camino.  Tienes que estar al tanto de esto.

Realiza un experimento que te ayudará tremendamente.  Se llama el método de la exageración.  Es uno de los métodos tibetanos más antiguos de meditación.  Si empiezas a sentirte triste, cierra los ojos y exagera la tristeza.  Entristécete lo más posible, trasciende el límite.  Si quieres quejarte, sollozar y llorar, hazlo.  Si tienes ganas de rodar en el piso, hazlo, pero ve más allá del límite ordinario, a donde nunca has llegado.

Exagéralo porque ese límite, esa frontera constante dentro de la cual has vivido, se ha vuelto una rutina tal, que a menos que la trasciendas no podrás estar consciente.  Es parte de tu mente habitual, así que puedes enojarte pero no te darás cuenta de ello a menos que trasciendas la frontera.  De pronto estas consciente de ello porque está pasando algo que nunca había sucedido.

Hazlo con la tristeza, con el enojo, con los celos, con cualquier sentimiento de un momento determinado, y particularmente con la felicidad.  Cuando te sientas feliz no creas en los límites.  Simplemente ve y trasciéndelos: baila, canta o menéate.  No seas avaro.

Una vez que aprendas a traspasar el límite estarás en un mundo totalmente diferente.  Entonces sabrás todo lo que te has estado perdiendo en la vida.  Chocarás contra la muralla china muchas veces, pero poco a poco aprenderás a salir de ella, pues realmente no está ahí, es sólo una creencia.



Crea un mundo privado


Practica este método todas las noches.  Tiene tres fases.  Los primeros siete días, practica la primera fase.  Acostado o sentado en la cama, apaga la luz y permanece en la oscuridad.  Recuerda cualquier momento hermoso que hayas experimentado en el pasado: escoge el mejor.  Puede ser algo ordinario, pues en ocasiones las cosas extraordinarias suceden en lugares muy ordinarios.

Estás sentado, quieto y sin hacer nada y la lluvia cae sobre el techo.  El olor, el sonido... estás rodeado y de repente algo hace clic; estás en un momento sagrado.  Caminando un día por la calle de pronto te llega el sol por detrás de los árboles y ¡click!, algo se abre.  Por un momento eres transportado a otro mundo.  Una vez que has escogido el recuerdo, mantenlo durante siete días.  Cierra los ojos y revívelo.  Adéntrate en los detalles.  La lluvia cae sobre el techo, el sonido rítmico, el olor, la mera textura del momento, un pájaro canta, un perro ladra, un plato se cae; todos los sonidos.  Penetra en los detalles en todas las direcciones, desde muchas dimensiones, a través de todos los sentidos.  Cada noche encontrarás que estás profundizando más en los detalles, recordando cosas que tal vez se te escaparon en el momento real pero que tu mente grabó.  Independientemente de si tú te das cuenta o no en el momento, la mente lo graba.

Empezarás a sentir matices sutiles que no sabías que experimentaste.  Cuando tu consciencia se enfoca en ese momento, estará ahí otra vez.  Sentirás cosas nuevas.  Repentinamente reconocerás que estabas ahí pero que se te habían escapado en el momento.  La mente graba todo.  Es un sirviente muy confiable, y tremendamente capaz.  Para el séptimo día podrás verlo con tanta claridad que sentirás que nunca has visto un momento real tan claramente como ése.

Después de siete días, haz lo mismo pero añade algo más.  El octavo día siente el espacio a tu alrededor.  Siente que el clima te rodea por todos lados, hasta un metro de ti. Siente el aura de ese momento que te rodea. Para el día 14 casi serás capaz de estar en un mundo totalmente diferente, aunque consciente de que un metro más allá de ti, están presentes un tiempo y una dimensión totalmente distintos.

La tercera semana añade algo más. Vive el momento, permanece rodeado por él y además crea un anti-espacio imaginario.

En este anti-espacio te sientes muy bien; por ejemplo, un metro a tu alrededor está esa bondad, esa divinidad. Ahora piensa en una situación: alguien te insulta pero el insulto sólo llega hasta el límite. Hay una valla y el insulto no puede pene­trarte. Entra como una flecha y rebota. O bien recuerda algún momento triste: estás lastimado pero la herida llega a la muralla de vidrio que te rodea y queda ahí. Nunca te alcanza. Para la tercera semana serás capaz de ver, (si las dos primeras han ido bien), que todo llega hasta el límite de un metro y nada te penetra.

Entonces, a partir de la cuarta semana mantén el aura contigo. Cuando vas al mercado o hablas con la gente tenlo siempre en mente. Estarás tremendamente emocionado. Te moverás por el mundo teniendo tu propio mundo íntimo, siempre contigo.

Eso te hará capaz de vivir en el presente. Continuamente eres bombardeado por miles de cosas, y estas cosas atraen tu atención; si no tienes un aura de protección a tu alrededor, eres vulnerable. Un perro ladra y repentinamente la mente se ve atraída hacia esa dirección. Aparece el perro en la memo­ria. Ahora tienes muchos perros en la memoria. Un amigo tuyo tiene un perro y ahora del perro pasas al amigo, después a la hermana del amigo, de quien te has enamorado. Empieza todo el absurdo. El ladrido de ese perro estaba en el presente pero te llevó a alguna parte del pasado. Puede llevarte al fu­turo, no puede saberse. Cualquier cosa puede llevar a cualquier otra, es muy complicado.

Por ello necesitas un aura que te rodee y proteja. El perro sigue ladrando pero tú permaneces en ti mismo: asentado, calmado, tranquilo y centrado. Lleva esa aura durante unos días o unos meses. Cuando veas que ya no es necesaria, puedes tirada. Una vez que sepas cómo estar aquí y ahora, una vez que hayas disfrutado de su belleza, de la tremenda alegría que conlleva, puedes tirar el aura.

Pies Felices


Cuando te rías, ríete con todo el cuerpo; ese es el punto que debe entenderse. Puedes reírte sólo con los labios, puedes reírte con la garganta, pero no será profundo.

Siéntate en el piso en medio de la habitación y siente que la risa viene desde las plantas de los pies. Primero cierra los ojos y después siente que vienen oleadas de risa desde los pies. Son muy sutiles. Llegan al vientre y se vuelven más visibles; el vientre empieza a temblar y a estremecerse. Lleva la risa al corazón y el corazón se sentirá muy lleno. Después llévala a la garganta y luego a los labios. Puedes reírte con la garganta y los labios, puedes hacer un ruido que suene como la risa, pero no lo será ni ayudará mucho. Será otra vez un acto mecánico.

Cuando empieces a reírte, imagínate que eres un niño pequeño. Visualízate como un niño pequeño. Cuando los niños se ríen, se revuelcan en el piso. Si te dan ganas, revuélcate. Déjate llevar totalmente. Eso es mucho más importante que el sonido. Una vez que empiece, lo sabrás. Durante dos o tres días tal vez no puedas sentir si está sucediendo o no, pero sucederá. Sácala desde las raíces, como una flor sale de un árbol, viene de las raíces. Va subiendo. No puedes verla en ningún otro lugar, sólo cuando llega y florece en la copa la puedes ver, pero viene desde las raíces, desde muy profundo. Ha viajado desde las profundidades.

Exactamente de la misma manera la risa debe empezar en los pies y moverse hacia arriba. Permite que todo el cuerpo sea sacudido por ella. Siente la vibración estremecedora y coopera con ella. No permanezcas tieso: relájate y coopera. Incluso si al principio exageras un poco, ayudará. Si sientes que la mano tiembla, ayúdale a temblar más de manera que la energía comience a fluir y a distribuirse. Entonces revuélcate y ríete.

Haz esto en la noche antes de acostarte. Diez minutos bas­tarán, y después duérmete. En la mañana, que sea lo primero que hagas; puedes hacerlo en la cama. Que sea lo último en la noche y lo primero en la mañana. La risa nocturna marcará una dirección en tu sueño. Tus sueños serán más alegres, más alborotados, y te ayudarán a la risa matutina: crearán el ambiente. Y la risa matutina marcará la dirección para todo el día.

Cualquiera que sea lo primero que hagas en la mañana, marca la dirección de todo el día. Si te enojas, se vuelve una cadena. Un enojo lleva a otro enojo y luego otro enojo lleva a otro más. Te sientes muy vulnerable, cualquier cosa te da la sensación de ser herido, insultado. Una cosa lleva a otra. Realmente lo mejor para empezar el día es la risa, pero permite que sea algo completo. Durante todo el día, siempre que se de la oportunidad, no la dejes pasar: ¡ríe!



El mantra "sí"


Te estoy enseñando a decirle que sí a la vida, al amor, a la gente. En efecto, hay espinas, pero no hay necesidad de tomarlas en cuenta. Ignóralas; medita en la rosa. Y si tu meditación profun­diza en la rosa y la rosa profundiza en ti, las espinas se irán volviendo más pequeñas. Llega un momento en que la rosa te ha poseído por completo; ya no hay espinas en el mundo.

Empieza a poner tu energía en el "sí"; haz del "sí" un mantra. Todas las noches antes de acostarte, repite: "Sí... sí...", y entra en sintonía con eso. Entra en ritmo y deja que llegue a todo tu ser, desde los dedos de los pies hasta la cabeza. Deja que te penetre. Repite «Sí... sí...". Deja que sea tu plegaria du­rante diez minutos en la noche y después duérmete.

Temprano en la mañana, durante al menos tres minutos, siéntate en la cama y hazlo. Lo primero que debes hacer es repetir "sí" y adentrarte en ese sentimiento. Durante el día, siempre que empieces a sentirte negativo, detente donde estés. Si puedes decir en voz alta "Sí... sí...", bien; si no, al menos repítelo en silencio. Practícalo durante tres semanas.


No estés triste: ¡enójate!

Enojo y tristeza son lo mismo. La tristeza es enojo pasivo y el enojo es tristeza activa. Es difícil que una persona triste se enoje. Si puedes hacer enojar a una persona triste, su tristeza desa­parecerá inmediatamente. También es muy difícil para una persona enojada entristecerse. Si logras entristecerlo, su enojo desaparecerá de inmediato.

En todas nuestras emociones se guarda la polaridad básica, (hombre y mujer, yin y yang, masculino y femenino). El enojo es masculino y la tristeza es femenina. Si estás en sintonía con la tristeza es difícil pasar al enojo, pero me gustaría que lo hicieras. Sácalo, actúalo. Incluso si parece absurdo, no importa: ¡sé un bufón ante tus propios ojos pero sácalo!

Si puedes mantenerte entre el enojo y la tristeza, ambos se vuelven igual de sencillos. Experimentarás una trascen­dencia y entonces serás capaz de observar. Puedes estar detrás de las cámaras y ver el juego y así puedes ir más allá de ambos. De cualquier manera, primero tienes que moverte con facilidad entre esos dos; de otra manera tenderás a estar triste, y cuando uno está pesado la trascendencia es difícil.

Recuerda: cuando dos energías opuestas están distribuidas equitativamente, es muy fácil liberarse de su influencia porque están peleando y cancelándose entre sí y tú no estás atrapado por ninguna. Si tu tristeza y tu enojo tienen la misma fuerza, se cancelan entre sí. De repente eres libre y puedes escapar. Sin embargo, si la tristeza tiene el setenta por ciento y el enojo el treinta, es muy difícil. Treinta por ciento de enojo contra setenta de tristeza significa que quedará un cuarenta por ciento de tristeza; no serás capaz de escapar con facilidad. Ese cuarenta por ciento te atrapará.

Ésta es una de las leyes básicas de la energía interna: permi­tir siempre que las polaridades opuestas tengan la misma fuerza para poder escapar de ellas. Es como si dos personas están peleándose y tú puedes escapar. Están tan ocupados con­sigo mismos que no necesitas preocuparte y puedes escapar.

No inmiscuyas a la mente. Sólo vuélvelo un ejercicio. Pue­des convertirlo en un ejercicio diario, olvídate de esperar a que llegue. Tendrás que enojarte a diario, eso será más fácil. Entonces brinca, da vueltas; grita y sácalo. Una vez que lo hayas sacado sin razón, estarás muy feliz porque tendrás libertad. De otra forma el enojo es dominado por las situaciones, tú no lo manejas. Si no puedes traerlo, ¿cómo vas a poder hacerlo a  un lado?

En un principio parece un poco raro, extraño o increíble, pues siempre has creído en la teoría de que es el insulto de otra persona lo que ha creado tu enojo. Eso no es verdad. El enojo siempre ha estado ahí; simplemente alguien te ha dado una excusa para que salga.

 Tú puedes darte una excusa: imagínate una situación en la que te enojarías y enójate. Háblale a la pared y di cosas, iy pronto la pared te estará hablando! Enloquece completamente. Tienes que llevar el enojo y la tristeza a un nivel similar, donde estén proporcionados exactamente. Se cancelarán entre sí y tú podrás escapar.

George Gurdjieff lo llamaba el método del tramposo: llevar a las energías internas a un conflicto tal que luchen entre sí y se cancelen, de manera que uno tenga la oportunidad de escapar.


Nota los intervalos



Lo realmente verdadero es el intervalo: entre dos palabras, dos pensamientos, dos deseos, dos emociones o dos sentimientos. Siempre hay una pausa; entre el sueño y la vigilia o entre la vigilia y el sueño. En el espacio entre cuerpo y alma, en ese intervalo. Cuando el amor se vuelve odio, la pausa en la que ya no es amor y todavía no es odio. Cuando el pasado se vuelve futuro, la pausa en la que ya no está ahí y el futuro no ha llegado,  ese momento pequeñísimo, ése es el presente, eso es el ahora. Es tan pequeño que no puede ser considerado parte del tiempo. Es tan pequeño que no puede ser dividido. Esa pausa es indi­visible y llega a cada momento de mil maneras.

Tus estados de ánimo cambian de uno a otro y tú pasas por ellos. En veinticuatro horas experimentamos esos inter­valos tantas veces que es un milagro que no nos damos cuenta. Sin embargo, nunca observamos la pausa; hemos aprendido ese truco, a no mirarla. Es tan pequeña que viene y se va y nunca nos damos cuenta de ella, de que ha estado ahí. Nos damos cuenta de las cosas sólo cuando ya no están, cuando se han convertido en parte del pasado. O bien nos damos cuenta cuando están llegando y son parte del futuro, pero cuando realmente están aquí nos las arreglamos para no verlas.

Cuando estás enojado, no lo ves; después te arrepientes. Cuando es muy inminente lo sientes y te ves perturbado porque llegue otra vez. Pero cuando está ahí, de repente te vuelves ciego y sordo, inconsciente, no te das cuenta. La pausa es tan pequeña que si no estás completamente alerta no la percibirás. Es muy pequeña, sólo puedes captada si estás consciente por completo. Sólo cuando estés totalmente ahí serás capaz de ver. Cuando un pensamiento deja de existir y surge otro, entre ambos hay un intervalo sin pensamientos. Eso es lo verda­deramente importante.

Te estoy dando la clave. Ahora debes de empezar a trabajar con esa clave en tu ser. Cuando te quedes dormido, trata de ver la pausa cuando ya no estás despierto y todavía no estás dormido. Hay un momento, muy sutil, pero no dura mucho. Es sólo como un golpe de brisa: está ahí y ya se ha ido. Sin embargo, si puedes percibirlo te sorprenderás: te habrás tropezado con el tesoro más grande de la vida.

Al pasar por la pausa, aún sin darte cuenta, te ves bene­ficiado. Algo, un poco de la fragancia, llega a tu ser aunque no te des cuenta. A partir de este momento ponte alerta. Lenta­mente aprenderás a hacerlo.


Date cuenta tres veces



Los budistas tienen un método particular al que llaman "darse cuenta tres veces". Si surge un problema, (por ejemplo, si alguien siente de pronto deseo sexual, ambición o enojo), tiene que darse cuenta tres veces de que está ahí. Si hay enojo, el discípulo tiene que decir interiormente tres veces: "enojo... enojo... enojo”, sólo para darse cuenta por completo de manera que la consciencia tome nota. 
Eso es todo; después sigue haciendo lo que estaba haciendo. No hace nada con el enojo sino que simplemente se da cuenta tres veces de que está ahí.

Es tremendamente hermoso. En el momento en que tomas consciencia de eso y te das cuenta, desaparece. No puede atraparte porque sólo puede hacerlo cuando no estás cons­ciente. Este darte cuenta tres veces te vuelve tan consciente por dentro que quedas separado del enojo. Puedes verlo objetivamente porque está "ahí" y tú estás "aquí". Buda les dijo a sus discípulos que hicieran eso con todo.

Comúnmente, todas las culturas y civilizaciones nos han enseñado a reprimir los problemas, de manera que poco a poco uno deja de estar consciente de ellos, incluso tanto que los olvida, cree que no existen.

Lo cierto es justo lo opuesto. Toma consciencia de ellos por completo, y al tomar consciencia y enfocarte en ellos, se funden.


La ley de la afirmación



Hay una ley espectacular llamada "la ley de la afirmación". Si puedes afirmar algo profunda, total y absolutamente, esto comienza a volverse real. Es por eso que la gente está en la desolación: ¡afirman la desolación! Es por eso que la gente es feliz, pero sólo algunos, pues pocos están al tanto de lo que hacen con su vida. Una vez que afirmas la alegría, te vuelves alegre.

Vuélvelo una regla: deja de afirmar lo negativo y empieza a afirmar lo positivo. Después de algunas semanas te sorpren­derás de que tienes una llave mágica en las manos.

Por ejemplo, si te entristeces fácilmente, cada noche antes de dormirte afirma veinte veces en silencio y profundamente para ti, (lo suficientemente fuerte para que puedas escucharlo), que vas a ser alegre, que eso va a suceder, que ya viene. 
Has vivido tu última tristeza... ¡Adiós! Repítelo veinte veces y duérmete. En la mañana, apenas te des cuenta de que el sueño se ha ido, no abras los ojos: repítelo veinte veces.

Mira el cambio durante el día. 
Te sorprenderás: a tu alrededor hay algo diferente. Después de siete días habrás afirmado algo y conocido el resultado. Entonces lenta, lenta­mente deshazte de todos los aspectos negativos. Escoge algún aspecto negativo para una semana y deshazte de él. Escoge un aspecto positivo y absórbelo.

Todo depende de nuestra elección. 
El infierno es creado por tus pensamientos y el cielo también. 
"Un hombre es como piensa". 
Una vez que has visto esto, (que el pensamiento puede crear al infierno y al cielo), entonces puedes dar el salto defi­nitivo hacia el no-pensamiento. Uno puede trascender tanto al infierno como al cielo, y recuerda, es más fácil trascender al cielo que trascender al infierno, así que muévete primero de lo negativo a lo positivo. Parece paradójico pero es más fácil dejar algo hermoso que algo horrible. Lo horrible se te cuelga.

Es más fácil dejar de ser rico que pobre. Es más fácil dejar a un amigo que a un enemigo. Es más fácil olvidar a un amigo que a un enemigo. Convierte al infierno en cielo, (las religiones orientales nunca han ido más allá de eso), pero Oriente lo ha inventado), y después abandona también al cielo, pues incluso un pensamiento positivo sigue siendo un pensamiento. ­Empieza a afirmar el no-pensamiento y finalmente sucederá.

Osho. Fragmento de Tonico para el Alma