..................................Cambiando Paradigmas .... Psicóloga. Verónica D. Montes ................

sábado, 9 de febrero de 2013

El adulto libre: el desaprendizaje

«Serás libre,
 no cuando tus días no tengan
preocupaciones ni tus noches penas o necesidades,
sino cuando todo ello aprisione tu vida y, 
sin embargo, 
logres sobrevolar, desnudo y sin ataduras»

Jalil Gibran


Lo que se trae a la consciencia puede curarse o desprogramarse. Lo que se queda en el inconsciente nos ata sin remedio.
El inconsciente se forma con las capas de sedimento de las experiencias, los aprendizajes, las emociones y los recuerdos que van conformando los cimientos de la consciencia. Resulta más difícil librarse de estas capas del inconsciente que de las propias emociones conscientes que vivimos a diario, porque aquellas se han acumulado a lo largo de mucho tiempo, tanto, que hemos olvidado su procedencia.
La emoción del momento puede reprimirse, pero el inconsciente sigue dictando de forma silenciosa nuestro comportamiento, como una hoja de papel que ha sido enrollado durante mucho tiempo: podemos mantenerla lisa con la palma de la mano, pero en cuanto la soltamos se enrolla de nuevo.

Sócrates recomendaba a sus discípulos el trabajo de anamnesis, un diálogo consigo mismo para recordar y acceder así a la verdad oculta tras el olvido. Siglos más tarde el trabajo individual con la mente y con las emociones sigue siendo necesario para llegar a la raíz de nuestras inclinaciones, analizarlas y empezar a deshacerlas. 
Es un proceso lento, que exige dedicación, sobre todo en las fases iniciales cuando tenemos que reconsiderar, poco a poco, cada creencia y prejuicio. Este proceso de limpieza es parecido al que un buen jardinero lleva a cabo en el jardín: para que las flores puedan embellecer, quitamos las malas hierbas y sembramos en primavera; en invierno podamos los árboles y plantamos; en primavera segamos, en verano regamos. 
Nuestras emociones y nuestra mente exigen un trabajo de mantenimiento: recordar, desbrozar, descubrir, añadir, plantar y alimentar.
Este trabajo de mantenimiento nos llevará a descartar viejas creencias y actitudes, a fortalecer otras y a descubrir nuevas formas de pensar y de sentir. 

Decía el escritor Alvin Toffler: 
«... en el futuro, la definición del analfabetismo no será la incapacidad de leer, sino la incapacidad de aprender, desaprender y volver a aprender».

Durante este proceso aprenderemos, y también desaprenderemos, aquello que representa un obstáculo en nuestra vida.
Bertrand Russell, uno de los intelectuales más influyentes y carismáticos del siglo XX, cuenta en su Autobiografía que la Universidad de Cambridge, el lugar donde pasó los años más felices de su vida, «fue importante para mí porque allí trabé amistades y descubrí la experiencia de la discusión intelectual. Pero no fue importante por la instrucción académica. Dediqué muchos años posteriormente desaprendiendo los hábitos de pensamiento que adquirí allí. El único hábito de pensamiento valioso que aprendí en la universidad fue la honestidad intelectual. Esa virtud la tenían no sólo mis amigos, sino también mis profesores»

Debiéramos exigir por encima de todo a nuestro sistema educativo —escuelas y universidades— que enseñen el mecanismo que lleva a la honestidad intelectual: la capacidad para cuestionar cada a priori, de mirar críticamente, de no perder la objetividad, de ser capaz de escuchar y analizar todas las facetas de una experiencia, de aprender y de desaprender. Este es un hábito intelectual imprescindible y básico para la evolución mental y emocional de las personas. La honestidad intelectual nos obliga, tarde o temprano, a reconsiderar buena parte de las verdades —nuestras verdades— aprendidas en el hogar de nuestros padres y en el mundo exterior, creando un caparazón emocional y mental que nos impide a menudo movernos en la dirección que realmente desearíamos.

Muchas personas pasan su vida entera al dictado de las verdades de los demás y al final pierden la capacidad de saber quiénes son ellas de verdad y qué desean aportar al mundo. No son ya capaces de escuchar lo que les dicta el corazón y la intuición. Viven de acuerdo a criterios prestados, algunos bienintencionados y otros muchos que responden a intereses sociales y económicos descarados. 
Han sido entrenados desde la infancia para aprender sin cuestionar.


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