..................................Cambiando Paradigmas .... Psicóloga. Verónica D. Montes ................

domingo, 19 de mayo de 2013

El proceso febril en la infancia desde la medicina antroposofica

Lo que durante generaciones fue natural para toda madre, hoy es inaudito
 
Uno de los síntomas más alarmantes, que delatan el distanciamiento de la naturaleza por el que atraviesa el hombre de nuestra época es el que, de día en día, va perdiendo más el sentido necesario para interpretar los hechos fundamentales de la vida, o sea, para comprender la relación que existe entre la salud y la enfermedad. Se encuentra desamparado ante los procesos de su propio organismo, al haber disminuido su instinto de discriminación entre lo saludable y lo nocivo. 
Tanto es así que, hoy en día la mayoría de la gente sólo ve en la enfermedad un suceso molesto, y con frecuencia hasta peligroso, que debe eliminarse cuanto antes, preferentemente empleando vacunas preventivas, o bien con medicamentos de efectos radicales, aún cuando sólo se trate de una inofensiva fiebre catarral. Aquello que durante generaciones ha sido evidente y natural para toda madre, al hombre de nuestro tiempo le parece un concepto totalmente nuevo e inaudito. 
Nos referimos al hecho de que toda enfermedad propiamente dicha, o bien sus síntomas de carácter secundario, como la fiebre, puede tener como motivo un fin oculto de vital trascendencia para el desarrollo físico y anímico del individuo.
 
El miedo a la fiebre
Especialmente en el caso de las enfermedades infantiles los padres, conscientes de su responsabilidad y en su afán de velar por un ser indefenso y dependiente de la ayuda de sus semejantes, ven con angustia y espanto los aspectos, al parecer sólo negativos y peligrosos, de las enfermedades. 
Muchos padres, ignorando la relación de los hechos fundamentales entre sí, exigen del médico que elimine la fiebre con la mayor rapidez posible y algunos, neciamente, incluso juzgan la aptitud de aquel en función de la velocidad con que logre reducirla o extinguirla. 
Esta actitud tiene su origen en la falsa suposición de que la fiebre es una enfermedad en sí misma.
En efecto, hoy en día el mercado ofrece numerosos medicamentos por medio de los cuales el médico está en condiciones de disminuir, e incluso eliminar la fiebre en el término de pocas horas. Pero, lamentablemente, se le presta muy poca atención al hecho de que se hace cada día más necesario poner en el mercado nuevas "drogas prodigiosas" más potentes, debido a que las anteriores dejan de surtir efecto. 
Sin embargo parece ser que la relación "drogas peligrosas-eliminación de la fiebre-curación" carece de fundamento. A qué se debe, si no, el que a pesar de todo los médicos cada día tengan más trabajo y los hospitales no den abasto? Sin duda alguna, gran número de enfermedades en estado agudo pierden rápidamente su carácter violento gracias a esa clase de medicamentos, pero después de estos tratamientos se ve con frecuencia que el paciente no ha sanado en la verdadera acepción de la palabra -no se restablece del todo- aquejándole, a veces muy pronto, otro tipo de trastornos, pues los anteriores no han sido curados realmente, sino sólo tratados sintomáticamente, es decir, reprimidos.
El motivo de que se presenten más y más enfermedades sin estados febriles, tal como se observa hoy en día, no residirá quizás en que el hombre ha perdido el hábito de generar la "fiebre curativa" a raíz del empleo de medicamentos violentos? 
Sea como fuere, es un hecho indiscutible que el hombre civilizado apenas conoce en la actualidad la sensación de disfrutar de plena salud, se encuentra en un continuo estado de "suspenso" entre una especie de "semienfermedad" y "semisalud".
Hasta hace poco esta evolución se había limitado a los adultos. 
Sin embargo, es de lamentar que los "éxitos" médicos descritos se vayan extendiendo paulatinamente a grupos de individuos de edades cada vez menores, es decir, a escolares e incluso a párvulos y lactantes. 
Hay actualmente niños de dos o tres años que no responden a estos tratamientos, debido a que han tenido ya amplio contacto con los antibióticos existentes, y como los diversos gérmenes se han ido haciendo resistentes a tales medicamentos, la fiebre no se deja reprimir. 
Cada dos o tres semanas vuelven a presentar alguna enfermedad febril aguda. En ese momento se puede percibir la desesperada vehemencia con la que el niño que ha nacido sano desea experimentar y hacerle frente a una enfermedad, aunque sólo sea por una vez. 
Ese niño está vacunado contra todo, pero a pesar de ello, quiere ponerse a prueba a sí mismo en una enfermedad, quiere que le dejen hacer uso de sus propias capacidades curativas para fortalecer con ello su constitución.
Es obvio que en los casos de abuso de medicamentos nos encontramos ante manifestaciones degenerativas de nuestra civilización, degeneraciones que, por el momento, aún no constituyen normas. Pero tampoco cabe duda de que estas tendencias van en ascenso, de que el número de esos desdichados niños es ya enorme y de que seguirá en aumento. 

Del sentido de la fiebre
 
En la historia de la Medicina probablemente no haya habido ningún gran médico que no haya instruido a sus discípulos con gran énfasis en el hecho de que la fiebre no es una enfermedad sino algo semejante a un arma, de la que dispone y que produce el enfermo en su lucha contra la enfermedad. 
Para el médico que trata a sus pacientes aplicando principios biológicos, este concepto es obvio y en los últimos tiempos ha sido totalmente confirmado por la Medicina Académica. El profesor O. Westphal de Friburgo, quien ha vuelto a investigar los procesos febriles, dice al respecto: 
"La fiebre es sólo uno de los síntomas de una enfermedad. Hoy sabemos con toda certeza que la fiebre en sí es todo lo contrario de una enfermedad, es decir, que la fiebre es parte de los mecanismos de defensa del organismo contra las enfermedades infecciosas."

Ya hemos destacado que se pueden presentar complicaciones y recaídas y, ante todo, una convalescencia prolongada, a raíz de hacer desaparecer la fiebre prematuramente, sin combatir la enfermedad en sí en forma curativa. 
Además, extinguiendo la fiebre antes de tiempo, el organismo, con frecuencia, no genera inmunidad alguna contra esa determinada afección, de modo que, por ejemplo, una escarlatina cortada con antibióticos puede reincidir varias veces. Y es que el cometido real del médico no debe consistir en mitigar la fiebre, sino que sus esfuerzos deben dirigirse a la vigilancia de su evolución biológica, permitiéndole ejercer su función de factor beneficioso. 
Se sobrentiende que toda enfermedad puede presentar una evolución grave. En esos casos la naturaleza del tipo de fiebre pone en manos del médico importantes indicios para diagnosticar precozmente tales situaciones. Por lo tanto, es necesario consultar al médico cuando se presenten temperaturas altas, con el fin de que vigile el curso de la fiebre.
Sin embargo, es imprescindible que la persona que está al cuidado del enfermo esté persuadida de la acción benéfica de la fiebre y sepa que una potente reacción febril ayuda al paciente a restablecer la armonía perdida entre los procesos que tienen lugar en su organismo.
La inquietud interior inherente al temor a la fiebre y sus complicaciones, de las que quizás se haya oído hablar en alguna oportunidad, se transmite lamentablemente con demasiada rapidez al paciente, dificultando con ello los procesos de curación.
Estas consideraciones son aplicables muy en especial a los estados febriles de los niños. Hay niños vigorosos que presentan temperaturas hasta de 41 grados y a los dos o tres días están completamente sanos. Los padres que tienen experiencia ya han aprendido a recibir con agrado los estados de alta fiebre que acompañan a las afecciones agudas, como la gripe, anginas, o las enfermedades infecciosas infantiles ?principalmente el sarampión y la escarlatina. Reconocen en ellos el gran vigor con el que sus hijos se defienden de la enfermedad.
Igual que todas las crisis por las que se atraviesa en la vida, también la fiebre viene frecuentemente acompañada de manifestaciones desagradables. Puede causar una considerable afluencia sanguínea al cerebro con dolores de cabeza bastante fuertes. 
Se sobrentiende que, o bien el médico o bien la madre, intentarán detraer la sangre de la cabeza, ya sea con compresas frías en las pantorrillas, o poniéndole al niño medias mojadas, o haciéndole lavados de agua tibia con vinagre.
También hay que tener en cuenta el hecho de que algunas enfermedades se tornan sólo peligrosas cuando presentan alguna inflamación sin la alta fiebre correspondiente. 
La fiebre es, por consiguiente, una exteriorización plena de sentido de la vitalidad del enfermo. 

El sarampión
Los padres que observan con atención el desarrollo de sus hijos tienen experiencia de que toda enfermedad infantil, siempre que se sobrelleve de modo adecuado, redunda en beneficio del niño. En el sarampión es donde se observa con mayor claridad. Un sarampión fuerte se presenta con una especie de esponjamiento de la piel y las mucosas, lo que produce constipado o catarro, conjuntivitis, tos con secreción de flemas y, sobre todo, un ablandamiento de las facciones. Los rasgos se tornan borrosos, de modo que a menudo se observa una transformación hacia una fisonomía casi grotesca. Pero, una vez transcurridos dos o tres días, la hinchazón desaparece y, tanto la fiebre como las manifestaciones catarrales de ojos, nariz y bronquios, disminuyen. Paulatinamente, pero siempre con mayor claridad, aparece una expresión hasta entonces desconocida en el rostro del niño y, transcurrido un tiempo, a los padres alertas les llama la atención que hasta el parecido al padre o a la madre, que había tenido hasta entonces el niño, ha disminuido también y que ha surgido un rostro nuevo de expresión más individual. Se observan también otros cambios en el niño y desaparecen particularidades y dificultades que se habían observado hasta entonces en su carácter. 
Evidentemente el niño ha entrado en una nueva fase de su desarrollo. 
Para expresarse con toda exactitud podría decirse: ?El niño ahora está mejor encarnado: su cuerpo y su alma han llegado a una mejor compenetración?. 
Sólo es posible hallar una explicación más precisa para estos sucesos si se profundiza en el estudio de la más íntima relación entre los procesos que ocurren en el ser humano. Con ayuda del proceso febril, el niño ha conseguido vencer ciertas características adoptadas por transmisión hereditaria, logrando así encontrarse a sí mismo. 
Su propio ser, aquello que representa su propia personalidad, se ha impuesto. -con la ayuda del sarampión y la cooperación de la fiebre-.
Con esto nos hemos acercado a la comprensión del verdadero sentido de este tipo de enfermedades: el Yo del niño, es decir, su propio ser, que actúa dentro de él mismo, hace uso del aumento de temperatura al que nosotros llamamos fiebre para lograr su realización. 
Es a través de esa experiencia como consigue hacerse dueño y señor dentro de su propio reino. 

La fiebre escarlatina
Todavía no se reconoce suficientemente que en el organismo humano toda manifestación fisiológica no es tan solo un fenómeno químico, sino que simultáneamente, es también un instrumento de los procesos anímico ? espirituales. 
Esto queda demostrado brevemente en el ejemplo de la fiebre escarlatina.
Cuando en su senda hacia una alta meta, que considera digna de esfuerzo, al hombre se le presentan obstáculos difíciles de superar, a veces exclama montando en cólera: "Estoy que exploto!" 
Es decir, está que "se sale de sus casillas", de su envoltura, en la que se siente aprisionado. Su rostro enrojecido, la vena frontal hinchada, demuestran que su conmoción se extiende también a todo su cuerpo físico. 
Su energía volitiva acumulada quizás se descargue dando un puñetazo en la mesa, y así como en una exteriorización volitiva de esta especie los músculos del brazo son los instrumentos de un alma con voluntad propia que se levanta en cólera, así reside también, por ejemplo en la cavidad muscular del corazón, o sea, en cada uno de sus latidos, la voluntad espontánea de vivir que se genera en nuestra alma. 
Sí, efectivamente todo proceso térmico fisiológico generado en nuestro cuerpo es un transmitir de las fuerzas ocultas espontáneas de nuestro ser espiritual y anímico, siempre y cuando disponga de carácter volitivo. 
El calor es el portal a través del cual nuestra voluntad de vivir, que tiene su origen en el núcleo de nuestro ser, invade nuestro cuerpo, anidando en nuestro mundo emocional.
Por eso no establecemos simplemente una comparación al darle a la fiebre la denominación de cólera o ira orgánica, instintiva o espontánea. 
En realidad, cada uno de los procesos febriles es motivado por un incremento de nuestra voluntad de vivir. 
El enfermo de escarlatina se libera literalmente de su "envoltura", de su piel enrojecida que frecuentemente cae a jirones en un justificado ataque de ira y toma posesión de su cuerpo, de esa corporeidad que puede oponerle más de un obstáculo y más de una traba oculta a la ocupación del alma y del espíritu. 
Ese enfermo está tratando con vehemencia de poner en consonancia con sus necesidades el "modelo" que le ha impuesto su corriente hereditaria, ya que no siempre le viene bien. Precisamente una enfermedad dramática como ésta nos ilustra sobre el motivo oculto anímico-espiritual de la fiebre. 
Por lo tanto, toda ingerencia violenta en los procesos febriles representa al mismo tiempo un choque para el ser espiritual del hombre, significa debilitar su voluntad de vivir.
La reincidencia de los perjuicios provocados al eliminar la fiebre de manera inadecuada, en lugar de guiarla con inteligencia, ejerce, especialmente en los organismos en desarrollo, una acción perniciosa sobre la evolución de la personalidad, creando disposiciones a la abulia, o sea, a debilitar la voluntad y a cohibir la iniciativa vital, pudiendo llegar incluso a conducir a estados de melancolía y depresiones en la edad madura. 
Ocurre exactamente lo contrario con aquellos seres humanos que, en su infancia, han logrado poner en consonancia su individualidad con el "instrumento cuerpo" en formación, valiéndose de los procesos patológicos que haya exigido el giro de su destino. Estos seres seguirán siendo más sanos físicamente y más elásticos anímicamente. 

Con respecto al problema de las vacunaciones
 
Partiendo de lo expuesto, nos encontramos ante un nuevo aspecto de la gran responsabilidad que debemos asumir al vacunar, sin reflexionar, a nuestros niños contra todas clase de enfermedades infantiles. 
Nuestro concepto de que cada una de las enfermedades infantiles desempeña una profunda misión en el destino evolutivo de la personalidad, demuestra que el eliminar artificialmente las posibles enfermedades no es tan beneficioso, y de ningún modo tiene aspectos tan positivos, como se desea ver hoy en día. 
Sin embargo, si con continuas vacunaciones evitamos al organismo del niño la típica controversia con las enfermedades infantiles, tan beneficiosa en la mayoría de los casos, asumimos en pago -según Rudolf Steiner-, en nuestra función de médicos y de educadores, la obligación de activar y armonizar las fuerzas anímicas de nuestros niños con medidas pedagógicas adicionales, tal como se hace por ejemplo en la pedagogía de las Escuelas Waldorf.
Por otra parte, el educador deberá tener conciencia de que toda medida pedagógica provoca reacciones. 
Así como, por ejemplo, los accesos de cólera de un padre, o la educación exclusivamente intelectual del colegio, debilitan y perjudican el organismo infantil, la formación del individuo dirigida a cultivar y desarrollar su intelecto en equilibrio armonioso con su centro emocional y su voluntad, actúa fortaleciendo la relación entre el cuerpo y el alma y acrecienta con ello la resistencia del organismo contra las tendencias patológicas. 
No se ha reconocido aún lo suficiente la benéfica influencia que desempeña a este respecto, por ejemplo, la euritmia, adaptada al organismo en desarrollo y cuya aplicación es ya posible en la edad preescolar.
Nos limitamos aquí al ejemplo del sarampión y la escarlatina para exponer el sentido oculto de las enfermedades infantiles. 
Aquél que comprenda el encadenamiento fundamental aprenderá a ver los maravillosos procesos de la fiebre con otros ojos. 
Los observará con esmero y atención, pero ya no tratará de intervenir prematuramente y de manera abrupta en el curso de la curación partiendo de estrechos temores. 
El lugar del temor lo ocupará la admiración hacia estos sabios procesos de la naturaleza, así como la confianza en las fuerzas vivas de cada ser humano en desarrollo, que está tratando de abrirse paso hacia su corporeidad de las más variadas e individuales maneras. 

Artículo publicado en Perceval - Revista Espiritual de Occidente Nº 4  - Editorial Antroposófica

Las enfermedades en la infancia.. medicina antroposófica

Todavía hoy recuerdo con claridad el paño rojo sobre la lámpara. A pesar de haber transcurrido más de 40 años desde mi sarampión, aún persisten imágenes nítidas de aquellos momentos. Estar transitando una enfermedad eruptiva en aquella época era todo un acontecimiento en el que se mezclaban momentos de fastidio por la enfermedad y otros esperados como la visita de las tías que siempre traían revistas nuevas o algún juguete.
Por aquellos años no teníamos televisor, y cuando me sentía mejor y ya había leído todas las revistas, ejercitaba mi imaginación con las manchas de humedad de la pared.
Todas estas vivencias formaron parte de mi infancia, siempre bajo la figura tranquilizadora de mamá, quien pacientemente alargaba los pantalones después de cada fiebre, porque en aquella época la fiebre y las enfermedades eruptivas eran parte de la infancia de todos los niños.
Hoy, en el siglo XXI, parecería que los progresos científicos de las ultimas décadas, que permitieron evitar el padecimiento de ciertas enfermedades a través de las vacunas, han producido una nueva clasificación de las mismas y, con una visión estrecha, se podría concluir que si es posible evitarlas es porque son malas y sus complicaciones más graves de lo que parecen. En esta línea de pensamiento se tiende a combatir los síntomas naturales de defensa del organismo como si fueran la verdadera enfermedad, por ejemplo la fiebre.
Como padres, nada nos genera más angustia que ver a un hijo enfermo. Ver a nuestro pequeño en aparente estado de indefensión debiendo soportar el trance de la infección hace que nos invada un sentimiento de impotencia y, si pudiéramos, seriamos capaces de tomar su lugar para evitarle el sufrimiento.
Ante este cuadro muchos padres, presionados por el miedo e influenciados por la costumbre de eliminar los síntomas, tratan desesperadamente de bajarle la fiebre al niño a cualquier precio y le practican baños de agua fría, compresas heladas y utilizan medicamentos antitérmicos, a veces más de uno y en altas dosis, para asegurarse que la temperatura se normalice lo mas rápido posible.
Así, en la desesperación, eliminan la primera respuesta efectiva del organismo ante la infección, como si a ese pequeño que está intentando balbucear sus primeras palabras lo hicieran callar violentamente.
Debemos comprender que la fiebre es un mecanismo inicial de respuesta, común a todas las infecciones, que permite defenderse al organismo mientras comienza a organizarse la respuesta específica de los anticuerpos que a veces puede tardar varios días en ser efectiva. La ciencia ha comprobado en trabajos de investigación que por cada grado de elevación de la temperatura corporal la replicación viral disminuye exponencialmente.
Para la medicina de concepción antroposófica las enfermedades infantiles acompañadas de fiebre cumplen un rol fundamental en el desarrollo del niño. El desafío de tener que enfrentarse a organismos ajenos a su individualidad obligan al niño a ejercer acciones de defensa en las que interviene su Yo a través de una voluntad orgánica que no es consciente pero que fortalece y afianza la Voluntad (consciente) en cada triunfo sobre la enfermedad, preparándolo para los desafíos y dificultades que se le presentarán en la vida futura.
En la lucha contra las enfermedades infecciosas, se activan procesos en el cuerpo, como la fiebre y la inflamación, que producen destrucción y eliminación de proteínas. Este hecho representa para el niño la oportunidad de renovar su constitución corporal formada a partir de las proteínas que aportaron sus padres en la concepción, y así construir su cuerpo con nuevas proteínas que posean un exclusivo sello propio. Por lo tanto, un niño con sus procesos febriles cambia sus proteínas y llega a los 7 años con un cuerpo renovado, totalmente adecuado a esa personalidad única e irrepetible.
Si miramos al Ser Humano desde la visión antroposófica, en su estructuración cuaternaria, con un Cuerpo Físico o térreo, con un Cuerpo Vital o acuoso, con un Cuerpo Astral o cuerpo de sensaciones sustentando en el organismo aéreo y un Espíritu u Organización para el Yo manifestado en el organismo calórico, comprenderemos mejor la acción del Yo en la fiebre, como también la participación de éste en el sistema inmunológico que representa lo más elevado de nuestra individualidad corporal, capaz de discernir eficientemente lo que es propio de lo que es ajeno. Si consideramos los procesos febriles en toda su magnitud y actuáramos respetándolos como hechos naturales con consecuencias trascendentes estaríamos contribuyendo al desarrollo adecuado de nuestros hijos.
La práctica médica diaria nos muestra que los niños de los últimos años poseen menos defensas naturales; bastaría comparar el recuento de glóbulos blancos de niños sanos actuales con registros de hace 20 años y veremos una marcada disminución en los primeros.
Vivir en la sociedad del siglo XXI implica gozar de grandes beneficios pero también resignar ciertas libertades. Por un lado, el desarrollo tecnológico nos permitió mejorar cada vez más la calidad de vida y extender las expectativas de vida. Por otro lado, estamos obligados a vivir en un ambiente cada vez más artificial y contaminado, además debemos cumplir con programas de vacunación obligatorios para nuestros hijos que los privan de la posibilidad de contraer las enfermedades infantiles habituales que representaban un antes y un después en su desarrollo.
Debemos considerar también el tipo de alimentación que podemos ofrecer, con frutas y hortalizas, carnes y cereales tratados para su conservación, con lo que se pierde muchas veces la condición de producto fresco. Hasta la leche, el clásico alimento de los niños, se comercializa esterilizada (libre de bacterias); y si pretendemos aportarles lactobacilos debemos comprarlos por separado en yogures y alimentos probióticos que están adicionados con edulcorantes y conservantes químicos. De esta manera, reducimos drásticamente el ingreso al organismo de pequeñas cantidades de bacterias contenidas en los alimentos naturales que son útiles para estimular las defensas a través del intestino.
Si a ese panorama sumamos el abandono precoz de la lactancia materna y el ingreso temprano de bebes muy pequeños a los jardines maternales, exponiéndolos así a infecciones virales frecuentes antes de que estén capacitados para defenderse, obtendremos como resultado a niños inmunológicamente débiles con una muy aumentada probabilidad de padecer enfermedades alérgicas, asma y enfermedades autoinmunes, siendo también más propensos al cáncer durante la vida adulta.
Para quienes vivimos en la ciudad resulta casi imposible escapar de esta realidad, entonces debemos tratar de reducir los impactos negativos sobre la inmunidad de nuestros hijos con acciones simples pero concretas. Por ejemplo:
  • Ofrecer una alimentación lo más natural posible, eligiendo alimentos frescos y si es posible orgánicos; con un mínimo contenido de aditivos. Recomendamos leer la composición de los alimentos envasados.
  • Prolongar la lactancia materna hasta mas allá del año de vida.
  • Desalentar el consumo de golosinas, jugos artificiales y comida chatarra.
  • Retrasar el ingreso de niños muy pequeños a jardines maternales.
  • Respetar la evolución natural de las enfermedades febriles evitando el uso de antitérmicos, dando así al organismo la posibilidad de crear defensas adecuadas.
  • Evitar el uso indiscriminado de antibióticos; recordemos que más del 90 % de las enfermedades infantiles son virales y no son necesarios.
  • Evitar la aplicación de vacunas fuera de las estrictamente obligatorias. Reclamar al medico la aplicación de toda nueva vacuna que aparece es distraer la inmunidad del niño, y en algunos casos, quitarle la oportunidad de padecer enfermedades benignas en la infancia que pueden ser graves en el adulto. Ninguna nueva vacuna garantiza inmunidad de por vida; por lo tanto, si evitamos un padecimiento para el cual está preparado en la infancia lo desprotegeremos en la vida adulta. La única inmunidad duradera es la que se adquiere con la enfermedad.
  • Estimular las actividades que impliquen contacto con la naturaleza, evitar la vida sedentaria moderando el tiempo de exposición ante computadoras y televisores.
  • No fomentar las actividades intelectuales en niños pequeños, ya que desgastan la vitalidad que necesitan para sus defensas y su crecimiento.
Sabemos que podemos considerar muchas medidas más, pero si comenzamos a poner en practica las que están a nuestro alcance, estaremos orientando ya a nuestros hijos hacia un futuro más saludable.
Miguel Ángel Fernández (médico pediatra de orientación antroposófica)

La Vida en septenios


En una biografía, el desarrollo de los septenios guarda estrecha relación con la transformación de los cuerpos constitutivos del hombre. De esta manera, estas transformaciones darán origen a las sucesivas etapas biográficas o septenios.
Recordemos que la Antroposofía es una cosmovisión del hombre, la cual nos permite conocer cada uno de los cuerpos que lo conforman. 
Estos cuerpos son:

  • Cuerpo físico,  lo visible y conocido.
  • Cuerpo etérico o vital, impregna el cuerpo físico y le da vida.
  • Cuerpo astral o cuerpo de sensaciones,  permite que el hombre sienta.
  • Yo o individualidad, aquello que nos hace inéditos y distintos a todos.
Sobre estos cuatro cuerpos se desarrollan los septenios o la biografía humana


Clasificación de los septenios
 
Básicamente, podemos hacer una triestructuración: 


Septenios del cuerpo Del nacimiento hasta los 21 años
Septenios del alma Desde los 21 años hasta los 42 años
Septenios del espíritu Desde los 42 años hasta los 63 años



Aproximadamente, cada siete años se produce la transformación de cada uno de los cuerpos que componen al hombre.
Así como los chinos dicen: "Aprender, luchar y ser sabio"; en Antroposofía, se habla de:

  • maduración física,
  • maduración anímica y
  • maduración espiritual.

Esto quiere decir que se emplean veintiún años en consolidar la estructura del cuerpo físico.
Los primeros tres septenios se llaman septenios del cuerpo, durante los cuales se producen la mayor cantidad de cambios y dando como resultado la fisonomía correspondiente a esta etapa. 



  Primer Septenio Desde el nacimiento a 7 años Cuerpo Físico
Septenios del Cuerpo Segundo Septenio Desde 7 años hasta 14 años Cuerpo Etérico
  Tercer Septenio Desde 14 años hasta 21 años Cuerpo Astral


Alrededor de esta edad, el cuerpo deja ya de crecer y comienza una transformación de lo que llamamos el alma, el mundo interior. A los 21 años, se produce el nacimiento del Yo y el cuerpo astral es donde se expresa el Yo. Un niño recién nacido no tiene conciencia, tiene conciencia cósmica. El Yo no está totalmente presente; a medida que el niño crece, el Yo se acerca cada vez más.

El septenio central, que transcurre entre los 28 y los 35 años, es el período donde el Yo está más cerca de la organización física, período denominado alma racional. Aquí, el Yo se refleja con mayor fuerza en la personalidad. La persona privilegia el pensamiento y trae, también, el reflejo de la individualidad; puede ser el momento de mayor orgullo, de máxima ambición y soberbia.

En el septenio de la maduración física, desde el nacimiento a los 21 años, el individuo conoce o empieza a conocer la vida; 
en el septenio de la maduración anímica, de 21 a 42 años, el individuo acepta la vida y, 
en el tercer ciclo, el septenio de la maduración espiritual, de 42 a 63 años, recapitula sobre lo vivido. 
Teóricamente, esto es lo que va sucediendo, cuando no hay alteraciones en los procesos.
 
Septenios del Cuerpo

  • Primer septenio, desde el nacimiento hasta los 7 años

Cuando es concebido, el hombre como embrión, aún no está organizado, no está constituido por los cuatro cuerpos. En el seno materno, ya es físicamente visible; esto es posible gracias a la ecografía. La madre aporta vitalidad y, a medida que se alimenta, forma sustancia viviente. Esto es un milagro, nadie puede hacerlo como quiere y, así, decimos que la vida no es nuestra sino que recibimos vida.
Tanto el embrión como el niño recién nacido no tienen conciencia; el recién nacido no sabe quién es. En el nacimiento, el hombre no sólo es muy parecido a un animalito sino que es mucho más débil que cualesquiera de los animales de la creación. Los estudios nos muestran que, desde el momento del nacimiento hasta la manifestación del Yo, el hombre podría funcionar como un animal porque posee sólo tres cuerpos: cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral. 
Físicamente, el Yo demora más o menos un año en manifestarse. 
El hombre sostiene su cabeza a los tres meses; se sienta, a los seis meses; se pone de pie, a los nueve meses y camina a los doce meses aproximadamente; ésta es la influencia del Yo. Poder caminar significa que la columna vertebral del hombre se yergue como consecuencia de la acción del Yo. Merced a su propio Yo, el hombre puede erguirse y comenzar el trabajo de sostenerse.
Como hemos visto, los cuerpos constitutivos del ser humano no están totalmente formados ni están todos presentes en el momento de nacimiento. 
Así, describimos la vida de siete en siete años, ya que éste es el tiempo que necesitan los cuerpos para madurar. 

Por lo tanto, cada siete años se producen crisis que generan cambios importantes.
Nuestro primer planteo es determinar qué pasó en los tres primeros septenios y cómo ellos se reflejarán en el resto de nuestras vidas. 
Las experiencias por las que atraviesa un ser humano en las primeras etapas de su vida se reflejarán en los últimos años de la misma. 
Lo importante de este planteo es descubrir los procesos de enfermedad o las situaciones problemáticas que surgen, determinar cuáles son sus raíces y tratar de analizar estas cuestiones desde otros puntos de vista, más allá de un enfoque estrictamente psicológico.
Después de nueve meses de embarazo, el niño no está totalmente formado; son necesarios, aproximadamente, treinta y tres meses para hablar de una evolución mínima completa. 
En ese tiempo culmina la formación del sistema nervioso. Todo lo que es normal para un niño antes de los dos años resulta patológico en el adulto: sus reflejos, la circulación sanguínea; todo esto necesita una transformación.
En los primeros siete años, el niño conforma y consolida su cuerpo físico; a partir de ahora, su cuerpo físico está completo. Éste es, además, el septenio durante el cual aparecen las enfermedades infantiles. 
El niño, al nacer, trae el cuerpo vital de la madre, al cual quemará con las altas temperaturas de las enfermedades infantiles. La fiebre que se manifiesta, en estos primeros años de vida, no tiene nada que ver con la fiebre que se desarrolla en los otros períodos de la vida.
Las enfermedades infantiles tienen el propósito de que el niño desarrolle su propio cuerpo vital, a partir de los siete años, abandonando el cuerpo vital donado por su madre. Esto es el principio de su proceso de individualización. Por lo tanto, es importante no interrumpir estas enfermedades cuando aparecen. 
Entonces, a los siete años se produce una transformación muy importante: el niño ha completado la formación de sus órganos; la formación de su cuerpo. 
A partir de ahora, las fuerzas que estaban dedicadas al crecimiento se liberan, transformándose en fuerzas del pensamiento; es decir, las fuerzas vitales que ayudaron al crecimiento formarán la conciencia del niño y, desde este momento, podrá pensar
Por esta razón, es muy importante no interrumpir la evolución física del niño aplicando estas fuerzas del crecimiento al pensar. 

Septenios del Cuerpo

  • Segundo septenio, desde los 7 a los 14 años
Desde los siete a los catorce años, se desarrolla el septenio del cuerpo vital. Este nuevo nacimiento, invisible para nosotros, está señalado por dos hechos fundamentales:

  • se completa el proceso de cambio de dientes
  • el sistema nervioso ya está conformado

A partir de los siete años, el niño está más despierto al mundo, ya ha desarrollado su capacidad de aprendizaje y, así, podrá iniciar su vida escolar
Esto es posible porque las fuerzas formadoras del cuerpo vital o cuerpo etérico se liberan de la tarea de configurar órganos y sistemas, correspondientes al cuerpo físico, y se transforman en fuerzas de pensamiento 
El cuerpo vital es la base del temperamento, razón por la cual el segundo septenio se caracteriza, también, por la manifestación de los temperamentos
Son cuatro los temperamentos, a saber:

  • temperamento melancólico, con preponderancia del cuerpo físico, se expresa en el predominio de los órganos de los sentidos, tendiendo a los sabores ácidos
  • temperamento flemático, con preponderancia del cuerpo etérico, se expresa en el predominio del sistema glandular, tendiendo a los sabores salados
  • temperamento sanguíneo, con preponderancia del cuerpo astral, se expresa en el predominio del sistema nervioso, tendiendo a los sabores dulces
  • temperamento colérico, con preponderancia del Yo, se expresa en el predominio del sistema sanguíneo, tendiendo a los sabores amargos

El temperamento es una cuestión de destino; es decir, el hombre, a lo largo de su biografía, deberá trabajar su temperamento. 
Cada ser humano tiene, en su interior, los cuatro temperamentos, predominando, en él, uno de ellos. 
En el suceder de la vida y con el trabajo del Yo, debiera lograrse la armonía de los cuatro temperamentos.
Durante el desarrollo de este septenio, el niño tiene la posibilidad de adquirir hábitos, no sólo los hábitos de comer, dormir, sino también hábitos de conducta, como: no criticar, respetar a los otros, saber perdonar. 
Por lo tanto, la labor de los educadores, no sólo la de los maestros sino también la de los padres, adquiere fundamental importancia. 

Septenios del Cuerpo

  • Tercer septenio, desde los 14 a los 21 años

A los catorce años ha terminado la escolaridad primaria y se prepara para ingresar en uno de los septenios más dramáticos que tendrá que vivir: el tercer septenio, que transcurre entre los catorce y los veintiún años.
A partir de los catorce años, aparecen las formas corporales características y determinantes de ambos sexos: la menstruación, en las niñas; la aparición del vello; el cambio de voz, en los varones. 
Algunos hablan de bisexualidad otros de asexualidad; se diría que los sexos se confunden, estableciéndose amistades muy profundas e íntimas entres seres del mismo sexo. 
Es una etapa durante la cual no hay una clara discriminación sexual.
En el embrión, hasta los dos meses de gestación, están los esbozos genitales del hombre y de la mujer; luego, uno de los sexos se atrofia, desarrollándose el restante. 
Por lo tanto, venimos de un mundo espiritual en el cual no hay diferenciación sexual. Lo sexual aparece después, en el plano físico. 
Las fuerzas espirituales son las que promueven el funcionamiento glandular con la secreción hormonal, determinando que ese ser, que ha encarnado, sea hombre o mujer. 
Por consiguiente, un ser humano, por el hecho de ser mujer, segregará hormonas femeninas y su condición femenina guarda una estrecha relación con las experiencias a desarrollar en su vida terrenal. 
El código genético es el resultado del plan que se trae del mundo espiritual, tiene relación con el Yo, con la individualidad, y no con el cuerpo físico. Es el resultado del destino del ser.
Durante este septenio tan difícil, se desarrolla el cuerpo astral o cuerpo de sensaciones; es decir, el ser humano comienza a tener nuevos sentimiento y sensaciones. 
Básicamente, comienza el aprendizaje para quererse o para distinguirse a sí mismo. El joven se encuentra inmerso en un mar de sensaciones y, así, frente al mundo, actuará según su gusto o disgusto; es decir, aparecen las polaridades
El joven de esta edad vive el deseo. 

A partir de los veintiún años, esta situación se modifica porque nos acercamos al nacimiento del Yo. 


Septenios del Alma

  • Desde los 21 hasta los 42 años

A partir de los veintiún años, nos acercamos al nacimiento del Yo. Todo este proceso conduce a separar al joven de la madre.
A través de las distintas etapas de la vida del niño, la madre lo siente de diferente manera. 
La madre percibe al niño y ese estar percibiéndolo es una conexión vital. 
A los siete años, cuando nace el cuerpo vital del niño, la madre va desconectándose un poco del niño, proceso necesario para su desarrollo y crecimiento. 
A los catorce años, surge el cuerpo anímico del niño y, a partir de este momento, la madre percibe a su hijo de una manera diferente; hasta puede dudar de si ese ser es verdaderamente su hijo. 
Esta sensación se acrecienta al llegar a los veintiún años, cuando la madre puede sentir que desconoce totalmente al joven que tiene a su lado. 
Cuando la madre dice conocer mucho a su hijo; en realidad, sólo conoce al embrión de ese ser, conoce los pasos previos necesarios para que ese ser llegue a ser la individualidad que ahora es con sus veintiún años. 
A partir de este momento, podremos observar quién es en verdad la persona que comienza a manifestarse, un personaje que la madre aún no conoce. 
Los padres, como constituyentes del medio que rodea al niño, influyen pero no pueden conocer los impulsos que recién aparecen a los veintiún años. 
Esto es lo nuevo para cada uno de ellos.
Alrededor de los veintiún años, muchos jóvenes sufren crisis violentas relativas a su propia identidad. Muchos jóvenes sienten que deben liberarse de las imágenes fuertes de su padre o su madre, para lo cual abandonan la casa paterna.
En este septenio, la mayoría de las personas inicia su carrera profesional, iniciando una etapa de experimentación, una etapa en la cual se adquieren experiencias de vida. 
Es una etapa de gran creatividad, de una gran satisfacción por vivir y probar todo aquello que fue aprendido, especialmente, en la fase anterior. 
El joven está abierto hacia su entorno, sus capacidades todavía son ilimitadas y, por lo tanto, todo es posible para él.
El desafío que debe enfrentar el joven, en esta etapa de su vida, es tratar de alcanzar el equilibrio interno, su seguridad interna, independientemente del medio que lo rodea.
Estos son los tres septenios centrales de la Biografía Humana, aquellos que corresponden a la conformación del alma. Pueden ser descriptos como los septenios de la vida anímica ya que, desde los veintiún años, el Yo se hace presente plenamente en la vida de nuestras sensaciones. 
El alma es nuestro mundo interno al cual sólo nosotros tenemos acceso.
Existen tres niveles en la conformación del alma que llamaremos

  • Alma sensible, se desarrolla entre los veintiún y los veintiocho años;
  • Alma racional, se desarrolla entre los veintiocho y los treinta y cinco años;
  • Alma consciente, se desarrolla entre los treinta y cinco y los cuarenta y dos años.

Durante el septenio del alma sensible el ser humano comenzará a controlar su vida anímica; es el momento del autodominio. Aquellos juicios impregnados de simpatía o antipatía son tomados con mayor seguridad. El Yo aún no se constituyó en el centro del alma, pero el individuo quiere saber cómo son realmente las cosas, quiere aprender a conocer la vida y el mundo. Busca con empeño una posición en la vida, afirmarse en su trabajo o en su profesión, compartir sus días con alguien y, también, formar una familia. El joven percibe en sí una gran creatividad y satisfacción de vivir. 
El septenio del alma racional es el centro de la biografía y durante el cual el pensar actúa de manera más intensa. Lentamente, el Yo se emancipa del alma, ha disminuido la violencia de los deseos y de los impulsos. Por lo general, el individuo se torna escéptico y le es muy difícil acceder a un pensar que no sea científico ? racional. Modifica su relación con los otros, ya que terminada la juventud la vida se torna más seria. 
Durante el septenio del alma consciente se desarrolla la autoconfianza, lo cual demanda un trabajo de la voluntad. Con este septenio culmina el proceso de maduración del alma humana. A partir de este momento, el individuo siente la exigencia de ser él mismo; no es ya el simple hecho de hacer y lograr lo correcto sino de hacer y lograr aquello que tenga valor.

En el plano físico suele producirse una disminución de la vitalidad y de la capacidad de trabajo; inconvenientes que pueden superarse con el aumento de la autoexigencia, lo cual tendrá un costo en el futuro. 
Es una etapa en la cual aparece frecuentemente la sensación de vacío; vacío que predispone al encuentro consigo mismo. Es un período de aceptación de sí mismo y de los otros, constituyendo un verdadero ejercicio para lograr la autoconfianza. 


Septenios del Espíritu

  • Séptimo septenio, desde los 42 años a los 49 años

Este septenio, regido por Marte, es el septenio de la acción. Hemos llegado a los 42 años; comienza el desarrollo del espíritu
El hombre y la mujer se convierten en principiantes o aprendices, comenzando a recorrer el largo camino del despertar espiritual.
Esta etapa de la vida se caracteriza por la transformación consciente del Cuerpo Astral y no meramente por el hecho de haber durado una cantidad de años a partir del nacimiento físico.
Hay una gran diferencia entre el esfuerzo consciente individual que cada ser humano realiza, en un lapso aproximado de siete años, en beneficio de la transformación de uno de sus miembros esenciales, y la suposición de que cada siete años ocurren o "deben ocurrir" determinados fenómenos en la vida de un individuo. 
Si el hombre o la mujer, que se aproximan a esta etapa clave para el desarrollo de sus potencialidades espirituales, no hacen esta transformación sufrirán una gran falencia.
Nos encontramos con que el individuo debe reconocer el comienzo de la declinación físico-biológica, lo cual se puede presentar de distintas maneras:

  • Mayor desgaste físico.
  • Aumento del cansancio frente a los mismos esfuerzos.
  • Aumento de peso, ya que no es posible controlarlo como ocurría con anterioridad.
  • Posibilidad de una incipiente caída del cabello.
  • Notoria disminución de la visión.
  • Pérdida de la memoria.
  • Decaimiento de las fuerzas vitales.
  • Desequilibrios hormonales.
  • Tendencia a la sequedad de la piel; por lo tanto, aparecen las arrugas;
  • Un elemento infaltable en este período es la sensaión de vacío que acompaña a todas estas manifestaciones físicas y anímicas. Este vacío, que puede ser vivido como soledad, trata de compensarse con gratificaciones buscadas en el mundo exterior (viajes, cambio de automóvil, de casa y, con frecuencia, cambio de pareja).

No obstante el esfuerzo desmedido para sobreponerse a la disminución de las fuerzas vitales, detrás de este proceso de negación siempre está latente la posibilidad de la depresión / cáncer o de la hiperexcitabilidad / infarto, supeditada al destino individual de la persona. 
Y así, una concepción puramente materialista de la vida tornará al hombre o a la mujer en esclavos de la casualidad, el azar, la buena o la mala suerte. 
Sin embargo, cualquiera sea el concepto de vida que se tenga, a partir del séptimo septenio el mundo espiritual comenzará a llamar a la puerta y cada vez lo hará con más fuerza.
Lo descripto hasta aquí, corresponde a costumbres habituales y generales observadas en nuestra sociedad; una sociedad que lucha por sobrevivir, muy enejenada de sí misma como para poder percibir el llamado del espíritu
Pero afortunadamente hay, cada vez más, individuos cuyo Ser interior puede escuchar ese llamado.
El desarrollo social estará directamente relacionado con la elección del camino a seguir: la actitud podrá orientarse hacia fines realmente altruistas o podrá caer en la tentación del uso y del abuso del poder.
En los tres Septenios del Espíritu -séptimo, octavo y noveno- las tareas y las metas deberán estar comprendidas dentro de una cosmovisión total. 
Ahora, se generarán la humildad, la aceptación y el amor
Las realizaciones deben ser patrimonio del espíritu y no meramente de la materia. El trabajo individual se halla en el mundo físico, no podría ser de otro modo ya que somos cuerpos físicos; pero la esencia del acto de trabajar pertenece a un orden de leyes no materiales
En este septenio es imprescindible armonizarse con las leyes cósmicas.
 
En este primer septenio de desarrollo espiritual, el alma se pone al servicio del espíritu. El alma es lo que nos conecta la mundo físico para que el espíritu pueda expresarse. 
A su vez, el espíritu, para poder utilizar el cuerpo necesita  sentir y transformar ese cuerpo (el alma) que representa su conexión con el plano físico. Este constituirá el trabajo interior del septenio: la transformación del Cuerpo Astral; es decir, nuestro cuerpo de sensaciones, para permitir el advenimiento del Yo espiritual, el más elevado de nuestros cuerpos suprasensibles.
 
Septenios del Espíritu

  • Octavo septenio, desde los 49 años a los 56 años

En plena crisis de los 50, el hombre y la mujer se acercan a los umbrales de un nuevo proceso. Se trata de un fenómeno sociocultural y familiar muy fuerte que determina, drásticamente, la transferencia a otro grupo social: el de la tercera edad, la edad madura o, el de la vejez en desconexion.
En la mujer, el hecho biológico dominante está dado por el cese de su período menstrual o menopausia. Por supuesto, este proceso será vivenciado individualmente de manera muy diferente según sea su preparación interior y su disposición anímico-espiritual. 
En el caso del hombre, un fenómeno biológico parecido se produce merced a los problemas de la próstata, aunque éstos no son inexorables en su aparición ni poseen igual jerarquía sociocultural que la menopausia.
En la actualidad, se han desarrollado una serie de investigaciones sobre estos temas. Desafortunadamente, gran parte de las conclusiones a las que éstas arribaron desemboca en alguna sustancia química que, al emplearla en el organismo humano, reproduce los efectos producidos por la hormona o el neurotransmisor que ha comenzado a declinar naturalmente. 
Sin embargo, estas soluciones parciales para sentirse mejor  no brindan ninguna respuesta valedera a los interrogantes básicos del hombre y de la mujer de esta edad.

El problema del climaterio masculino y femenino no se resuelve en plano químico-biológico, aún cuando algunas modificaciones, en este sentido, otorguen un alivio pasajero a determinados síntomas. 
Tampoco es una cuestión estrictamente psicológica. 
Quiere decir, entonces, que se han dado respuestas al cuerpo físico en el terreno de la bioquímica; se ha dado respuesta a una parte del alma en el ámbito de la psicoterapia; pero no hay respuestas para el espíritu en el plano trascendente. 
Y éste es un trabajo individual, de perseverancia y de elevación de la propia conciencia.

He aquí, precisamente, lo que se abre para el ser humano tras esta nueva crisis: la época central de los tres Septenios del Espíritu
Lo que antes era una insinuación, en este octavo septenio, es una norma. 
Aquella vaga necesidad de una respuesta espiritual que empezó a ceñir el alma después de los 40, se transforma ahora en una presión constante sobre nuestras actividades cotidianas. 
Es el reflejo del segundo septenio (7 a 14 años), cuando se consolidaba el incipiente cuerpo etéreo individual. Así como a los 7 años se producía el nacimiento del cuerpo etéreo del hombre, ahora es necesario prepararse para transformar ese cuerpo etéreo
Sobre la base de aquella estructura, hemos administrado vitalidad al cuerpo físico y hemos adquirido poco a poco los hábitos y las costumbres. Aquí debemos recordar que es mucho más difícil cambiar un hábito o una costumbre -ámbito del cuerpo etéreo- que modificar una cualidad anímica -ámbito del cuerpo astral-. Es más sencillo revertir una tendencia egoísta -cuerpo astral- que el hábito de la crítica -cuerpo etéreo-. 
En este octavo septenio se produce la culminación de la reflexión y del pensar, que ya no están exigidos por la acción como en el período de 42 a 49 años.
Además este es el septenio del desarrollo moral; una verdadera transformación del cuerpo etéreo trae aparejada una profundización de lo moral
La moral no se fundamenta en sermones, ya que si esto fuera posible no habría inmoralidad sobre la Tierra. 
Dice Rudolf Steiner: "Saber lo que hay que hacer, lo que es moralmente correcto, es lo que menos importancia tiene en la cuestión moral; lo importante es que existan dentro de nosotros impulsos que, en virtud de su poder interior, de su fuerza interna, se conviertan en actos morales, es decir se proyecten al mundo exterior como realidad moral."

En estos tres últimos septenios, se hace cada vez más evidente la dualidad del ser humano. 
Puede manifestarse un hombre con predominio de apetencias y necesidades solamente materiales: es el hombre que "duerme" o que, simplemente, "existe" y para quien la vida es una caja de sorpresas, de casualidades ilimitadas, un continuo esquivar de obstáculos o un aprovechar la ausencia de ellos, sin que despierte en él la conciencia del aprendizaje que la vida ofrece. 
Pero también puede emerger el otro hombre: aquel en el que germinaron las semillas sembradas durante el septenio anterior cuando era un principiante en el camino espiritual y ese proceso lo conduce ahora al despertar de su maestro interior.
En esta pugna es fundamental el trabajo de autoconocimiento desarrollado por cada uno. Ahora ya no importa lo que el hombre quiera realizar sino lo que los otros necesitan de él. 
La creatividad se expande con una cosmovisión de la Totalidad. Una nueva filosofía de vida se puede instalar y, también, puede aparecer una nueva concepción del mundo.
En este septenio hay dos temas centrales: el despertar del maestro interior y la enseñanza; ambos indisolublemente ligados por su esencia. 
Ese maestro que ha despertado es el arquetipo de lo humano.  
Maestro es el que puede cambiar a los otros. 
Su despertar en nosotros hace verdad la promesa tácita de reunificación, de reencuentro con nosotros mismos. Este maestro ya no es el guía sino que es el consejero que da instrucciones para lograr la disciplina interior, a la vez que procura un decidido desarrollo del pensar
Y la consecuencia directa de este despertar permite la posibilidad del enseñar como ideal y de aconsejar con amor


Septenios del Espíritu

  • Noveno septenio, desde los 56 a los 63 años

Estamos ahora en el umbral de una nueva crisis muy especial dado el grado de conciencia que puede alcanzar el hombre a esta edad. 
La crisis puede manifestarse en el ámbito de lo humano y de lo espiritual. 
En el primer caso, la crisis se puede producir como corolario de una vida poblada de desaciertos o equivocaciones que no han podido ser reparadas. El ámbito de esta manifestación es el referido a los vínculos; es decir, la sociedad toda en la que se desarrolla cada biografía. Sobrellevar estas situaciones conflictivas suele demandar grandes esfuerzos y, si no se resuelven, una incipiente depresión puede ser la consecuencia.
La crisis espiritual se produce por una apertura de conciencia, por un despertar del espíritu que llamamos fase mística de la evolución: el individuo siente un llamado imperativo de ciertos impulsos espirituales que no logra concatenar con la vida llevada hasta es presente. Estos impulsos pueden obedecer a ideales tales como la verdad, la fraternidad, la justicia o la libertad.
A medida que el ser huamno se acerca a las últimas etapas de cada experiencia de vida, las crisis anímicas debieran ser de menor envergadura mientras crecen en importancia las experiencias vinculadas al mundo trascendente o espiritual. Tarea nada fácil y que supone un sabio desapego del mundo exterior y una marcada inmersión en el mundo interior. 
El noveno septenio es el indicado para realizar una síntesis de todo lo vivido; también, es propicio para hacer una síntesis de toda la biografía y aprehender con claridad las tres funciones anímicas: sentir, pensar y actuar
La comprensión puede llegar a través de un trabajo consciente o inconsciente. La comprensión inconsciente se puede lograr a través de la propia experiencia vivida y suele ser la más habitual. La comprensión consciente, en cambio, exige de la persona una participación activa, una observación atenta del mundo y de sí mismo y una concepción integral del hombre.
En este noveno septenio es importante que el hombre aprenda a tomar clara conciencia de estas actividades esenciales del alma. 
El pensamiento sirve para captar los conceptos y relacionarlos. Es una actividad subjetiva que tiene por objeto una realidad objetiva. 
El propio pensar es una actividad espiritual por excelencia por la que el hombre participa de una realidad inmaterial: el mundo de los conceptos. 
El hombre los capta, no los produce. Cuando se llega a ciertos niveles de interiorización nos damos cuenta de la poca importancia que tiene la necesidad de refutar a nuestro interlocutor con el mezquino deseo de afirmar nuestra personalidad.
Y así como tratamos de penetrar el mundo espiritual de los conceptos a través del pensar, así debemos conocer qué es el sentir en nosotros. 
En esta etapa tenemos que tener muy clara la diferencia entre lo que pensamos y lo que sentimos; debemos descubrir cuándo un deseo latente impulsa la construcción de un juicio para justificarlo. 
A esta edad, tanto los deseos como las pasiones, deben ser metamorfoseadas en sentimientos nobles y elevados. 
Lo mezquino deberá ser desplazado por sentimientos altruístas (alter = otro). 
En este septenio es muy importante la luz que emana de un ideal, como la verdad o la libertad, para que el ser humano sea guiado y logre desarrollar a pleno las grandes metas humanas que viven impresas en su espíritu. 

Si el hombre tiene clara conciencia del pensar y del sentir, le resultará más sencillo cómo debe actuar, cómo debe ser usada su voluntad, en este tramo de la biografía signado especialmente por la realización.
Pero, ¿qué es la voluntad? Es una fuerza que anida en las profundidades inconscientes del alma. Es la fuerza de la acción, es el acto volitivo. 

Podemos identificar a la voluntad a medida que se expresa en los miembros esenciales del ser humano. Su primera expresión la denominamos instinto y opera en el ámbito del Cuerpo Físico haciéndose cargo de los impulsos vitales (crecimiento, alimentación y reproducción) y, así, fue caracterizada en el primer septenio. 
Cuando esta fuerza es penetrada por el Cuerpo Etérico, se convierte en apetito o impulso. La acción repetida del impulso genera el hábito
En el segundo septenio, es cuando su acción se manifiesta con claridad; pero es, en el tercer septenio, cuando se hace consciente al establecer contacto con el Cuerpo Astral transformándose en deseo.
Cuando esta fuerza de lo volitivo entra en el dominio del Yo, se transforma en motivo, ocupando los tres septenios centrales, los septenios del alma. 
Y, aquí, se establece una clara diferencia con lo animal: tanto el hombre como el animal pueden tener deseos, pero sólo el hombre puede tener motivos
De ahí en más, en los septenios del espíritu, la voluntad adquiere connotaciones elevadas de acuerdo con el nivel que alcance cada uno de los gérmenes superiores del Yo:

  • Aspiración, en el nivel del Yo Espiritual (séptimo septenio)
  • Propósito, en el nivel del Espíritu Vital (octavo septenio)
  • Resolución, en el nivel del Hombre Espíritu (noveno septenio)

Como corolario de la conciencia de las funciones anímicas a desarrollar, en este septenio, repetimos que la comprensión del pensar, del sentir y del actuar, puede ser fruto de un trabajo inconsciente o consciente
Hacer el trabajo plenamente consciente nos impulsará de lleno a penetrar el conocimiento de los mundo superiores.
Este septenio está regido por Saturno; lo dominante es la resolución que se expresa a través de la realización. La realización es la fuerza para que el Yo pueda hacer lo que el espíritu quiere en mí; es la realización del acto, la posibilidad de realizar por sí mismo.
La forma física, que surgía en el primer septenio, es vivida ahora espiritualmente
Las que antes eran fuerzas creadoras, ahora se transforman en fuerzas de la conciencia. Ya hemos dicho que, detrás del aspecto físico visible, conformado por la sustancia, se entretejen las fuerzas espirituales propias de la materia integradas en el Cuerpo Etéreo, en el Cuerpo Astral y en la organización del Yo
Y, así, el cuerpo físico se transforma en un verdadero recéptaculo de fuerzas espirituales. Por supuesto que la percepción de esta metamorfosis de fuerzas dependerá del desarrollo espiritual alcazado por cada persona.

La presenilidad, posible en este septenio, puede acompañarse con problemas de salud, físicos o psíquicos. Si estos se hacen presentes y el individuo no ha hecho un trabajo de apertura espiritual, es muy fácil que toda su atención se centre en sí mismo, tornándose egoísta, perdiéndose para sí y para el mundo. 
Este tipo de situaciones inhiben las posibilidades de percepción espiritual y el hombre se encamina hacia un verdadero proceso de deterioro y esclerosis psicofísica.
La vivencia de la muerte es muy clara, lo cual lleva a una nueva crisis. Aparece otra depresión: la de la vejez. 
Una adecuada transformación de la fuerzas físicas en fuerzas de la conciencia es una buena prevención para este tipo de depresiones. 
En este noveno septenio, se establece una conexión con el primero; hay una iluminación de la vida infantil y una reconciliación con todas sus manifestaciones. Si el hombre o la mujer del noveno septenio no fueron buenos padres o madres, pueden descubrir ahora, como abuelos o abuelas, las delicias de esta etapa de la vida. 


Los septenios y sus transformaciones

Los tres primeros septenios (septenios del cuerpo), desde el nacimiento hasta los veintiún años, se reflejarán en los tres septenios de la madurez. 
Este será un reflejo consciente; es decir, aquí comienza a actuar la conciencia que la persona pone en marcha para que se produzcan determinados cambios en ella.
Así como a los 14 años comienza la menstruación, a los 49 años comienza la menopausia.
Así como a los catorce años, anímicamente, el joven compite, el varón y la mujer se diferencian y los grupos que forman se destruyen entre sí; a partir de los 42 años, las personas tienen, en general, otra manera de relacionarse, tienden a formar comunidades y trabajar con ideales comunes.
Así como a los 14 años, comienza la vida sexual; a los 42 años, puede empezar a caducar el interés por la sexualidad, a caducar con un sentido de transformación.
A los catorce años, todo lo relacionado con el cuerpo tiene enorme importancia, mientras que, a partir de los 42 años, este interés se transforma en algo que podemos llamar espiritual y comienza a plantearse el tema de la muerte. 


A partir de los 42 años, aparecen crisis que pueden ser físico - anímicas. 
Una crisis física consiste en sentir que el cuerpo físico ya no responde como antes y, en este caso, la persona puede reaccionar de dos maneras:

  • luchando contra esta situación, pudiendo matarse en el esfuerzo.
  • aceptando lo que le ocurre y, así, adoptar una nueva actitud frente a la vida. En este caso, surgirán las necesidades espirituales.

El septenio de los 49 años a los 56 años tiene como espejo el septenio de los siete a los catorce años.
Así como a los siete años el niño comienza su escolaridad; a partir de los cuarenta y nueve años el ser humano necesita enseñar, se transforma en maestro. 
Esta es una necesidad vital; el ser humano necesita ser escuchado, necesita transmitir algo, en suma, necesita dar.
Así como entre los 7 y los 14 años empiezan los hábitos; entre los 49 y los 56 años será muy importante trabajar sobre los hábitos adquiridos, ya que, en este septenio, se desarrolla una fuerza que nos permite cambiar nuestros hábitos. 


En el último septenio, entre los 56  y los 63 años, se producen alteraciones sobre todo en lo que respecta a la memoria. Es muy común que las personas de esta edad olviden hechos recientes; sin embargo, están revitalizando hechos que ocurrieron entre el nacimiento y los siete años, hechos que se recuerdan con gran claridad.
A partir de los cuarenta y dos años y a lo largo de los septenios que siguen es muy importante recuperar las vivencias infantiles, no sólo recuperarlas sino revitalizarlas y transformarlas. 

Una característica de la niñez es el asombro, así como también el egoísmo. 
Por lo tanto, en esta etapa de nuestras vidas es ideal percibir la necesidad del otro, desarrollar nuestra capacidad para escucharlo y, de este modo, lograr el asombro. Precisamente, gracias a estas vivencias el mundo se desplegará ante nosotros y podremos transformar el egoísmo infantil en la capacidad para reconocer al otro. 


A partir de los 42 años es fundamental comenzar un trabajo constante con el desapego y con el perdón. 
El desapego cobrará una importancia cada vez mayor a medida que pasan los años ya que con el paso del tiempo la persona tiene menos necesidades materiales. El desapego constituye una muy buena señal en el camino de la evolución personal.
El trabajo con el perdón es mucho más difícil y requiere una preparación espiritual. 



Trabajo espiritual para los Septenios del Espíritu
 

Existen cinco cualidades que se manifiestan en una evolución sana de un proceso biográfico de madurez, ancianidad y muerte.

Estas son: unicidad, desapego, amor al prójimo, agradecimiento y perdón.
 

La sensación de unicidad ocupa el centro del alma del hombre y de allí se desprenden las otras cuatro características. La idea de que la unicidad ocupa el centro del alma ha surgido al observar que, cuando la persona llega a experimentarla, las otras cualidades pueden ser alcanzadas sin dificultad.  
Ocupar el centro significa que la persona se siente ubicada allí reiteradamente y hace de esto un aspecto central de su vida.
Al hablar de la sensación de unicidad nos referimos a esa especial sensación de unidad con el Todo. Pero, ¿qué es el Todo? En realidad, no hay conceptos que puedan definirlo, ya que en el caso de lograrlo, lo definido dejaría de serlo; simplemente, el Todo Es.
Las personas, que han hecho abandono de su cuerpo físico en una situación de extremo riesgo, como un accidente o una operación quirúrgica, describen la sensación de unicidad como la sensación de no poseer un cuerpo y, a la vez, de sentirse parte del Universo. 

El cuerpo es el Cosmos mismo y la sensación de unicidad se manifiesta con la esencia de las cosas y no con las cosas en sí. 
Las cosas del mundo físico se vivencian como una consolidación material de aquella esencia. Sin embargo, no es una fusión cósmica con pérdida de conciencia; siempre existe la conciencia de sí mismo participando y gozando de esta experiencia inédita.

Cuando la experiencia cesa y se retorna al cuerpo, por lo general, se duda de lo vivido, ya que el imperio de los sentidos y nuestro condicionamiento cultural no dejan resquicios para experiencias suprasensibles. Pero lo más valioso de estas experiencias es el cambio de vida de quienes las han vivido y su necesidad de conocimiento acerca de los mundos espirituales.
Existe otra forma de acercarse a esta sensación de unicidad y es la que verdaderamente interesa en todo proceso biográfico. No se manifiesta bruscamente y no posee ni la fuerza ni la intensidad de las experiencias relatadas por las personas que atravesaron por dichas situaciones de extremo riesgo. Es un proceso que se instala lentamente, a partir de la cuarta década de la vida, debiendo ser cultivado cuidadosamente. En este caso, si la persona abre sus sentidos a esta nueva sensación de unicidad, decidiéndose a profundizarla conscientemente, se habrá iniciado el verdadero camino del principiante que aspira a la fraternidad y unidad en el camino espiritual. 
Para este proceso son de gran ayuda la meditación diaria y la observación constante de sí mismo
De esta manera, es posible romper con la esclavitud de la conciencia de vigilia y apreciar la causalidad


Al tomar conciencia de esta causalidad, que obra en nuestra existencia, nos preparamos para abordar el concepto de karma. Sólo así, la vida adquiere sentido como escuela y cada tropiezo será bienvenido por el mensaje que encierra. 
Todo hecho deberá relacionarse con la causalidad y el orden universal y, así, la persona logrará instalarse, poco a poco, en la sensación de unicidad emergente. 
Más aún, todo conocimiento adquirido debe apuntar a la unión con el Todo y aquel conocimiento antiguo deberá ser reformulado en relación con la Totalidad. 

Cuando este estado de unicidad ocupa el centro del alma se percibe una agradable sensación de paz y un germinar de sentimientos serenos de amor y fraternidad universal. 

Estas sensaciones de unidad y de paz interior suelen despertar el desapego. ¿Qué es el desapego?

  • Es un cambio de valores.
  • Es la transformación de valores materiales en valores espirituales.
  • Es un valor que está en el centro, equidistando entre la posesión y la indiferencia.

El verdadero desapego produce una sensación de paz y esta misma sensación lo incentiva. La actitud de desapego estimula en la persona la alegría de descubrir que necesita cada vez menos para estar cada vez mejor.  
Desapegarse no significa no tener, significa no depender de lo que se tiene
Los valores materiales susceptibles de ser trabajados internamente como actitud de desapego abarcan todos los sbjetos físicos que nos rodean, desde los más insignificantes hasta los más grandes.
Mucho más difíciles de ser abandonados son los valores anímicos, porque son más sutiles y están menos expuestos al campo iluminado de nuestra conciencia; por ejemplo, los roles que ejercemos diariamente, el prestigio alcanzado o el manejo del poder.
Las razones espirituales del desapego son casi obvias: la conciencia superior sabe de lo efímero de la existencia física; basta elevarse a otro nivel de conciencia para que el desapego del mundo físico se constituya en un hecho lógico y necesario.
 Desde el punto de vista de la conciencia de vigilia u objetiva, hay un solo acontecimiento en la vida que no resiste la menor objeción por parte de la razón, esto es la muerte del cuerpo físico. 
Es muy comprensible, entonces, que a partir de la segunda mitad de la vida esta tremenda verdad humana cobre fuerza inconscientemente en el alma. 

Todo desapego del mundo de los sentidos, antes de enfrentar la muerte física, facilitará enormemente el tránsito hacia el otro plano de conciencia y permitirá, en futuras encarnaciones, disfrutar serenamente del proceso tan temido.

La sensación de unicidad y la actitud de desapego confluyen en un sentimiento muy elevado el amor al prójimo.
"Amarás al Señor, tu Señor, y al prójimo como a ti mismo" encierra una verdad oculta: el re-conocimiento de la Divinidad en el otro así como en nosotros mismos. 
Reconocer a Dios en el otro y en nosotros sólo es posible merced a una profunda devoción y reverencia que despierta en el hombre la emanación divina que vive en su Espíritu.
El amor al prójimo se cultiva y crece. Es un largo camino que parte del egoísmo para llegar al altruísmo, al otro. 
Desde un punto de vista es un proceso que, por un lado, recibe aportes de la unicidad y del desapego y, por otro lado, del agradecimiento y del perdón
 Es una sensación que se instala en nuestro Ser y se manifiesta como sensibilidad ante la necesidad ajena. Cuando esta sensibilidad se expande en el alma, se expresa en el mundo como acto de generosidad.
La sensación de amor al prójimo siempre despierta un sentimiento de sana alegría, un verdadero bálsamo anímico-espiritual. 

¿Y qué podemos decir del agradecimiento y del perdón


El agradecimiento es una sensación muy poco cultivada en el alma humana. 
El agradecimiento nace de los hechos más insignificantes, como respirar, caminar conscientemente, oir el canto de un pájaro, presenciar una puesta de sol, recostarse sobre el tronco de un árbol o acariciar a un animalito. Todo esto despierta un sentimiento de amor y fraternidad universal que incentiva el amor al prójimo, pudiendo trascenderse lo humano para llegar a lo divino.
El perdón provoca una sensación de benevolencia. Si analizamos el vocablo en detalle nos encontramos que la palabra perdón se compone de una preposición inseparable: per, que refuerza su significado y de un verbo que tiene una profunda sognificación en sí mismo como acción de desprendimiento y entrega, donar. Sin embargo, en el mismo vocablo permanece en silencio otro significado el de don
El sentido de la donación es el de la dádiva u ofrenda, como así también es una cualidad del ser huamno. 
Por lo tanto, el perdón es una verdadera cualidad del hombre que le permite desprenderse tanto de objetos materiales como del orgullo personal; desapego, para ofrecer una dádiva; amor al prójimo, que estimula en el espíritu la sensación de agradecimiento que lo une con el Todo, unicidad


Aquí hablamos del perdón como una actitud del alma en relación con el mundo; una actitud libre que, en cada momento, podemos elegir asumir o rechazar. La actitud interior de perdonar encierra un doble aspecto: anímico y espiritual. 
En el aspecto anímico produce un alivio y una liberación, es un desprenderse de algo que a su vez nos mantenía atrapados y esclavizados. Nos desprendemos de sentimientos tales como odio, humillación, dolor.
En el aspecto espiritual, el trabajo consciente del perdón nos abre las puertas del aprendizaje, nos torna flexibles y compresivos con respecto a la naturaleza humana. 
Es un excelente instrumento para cincelar aspectos oscuros del alma y nos abre el camino a la indulgencia y la compasión. La compasión se apoya en la humildad y es el profundo sentimiento de amor cristiano hacia el semejante, sin guardar relación con el sentimiento de lástima.
Saber que el otro es nuestro espejo, que los mismos errores que hoy criticamos fueron nuestras equivocaciones ayer, que en nuestro corazón y en el de nuestros semejantes brilla la misma luz, es suficiente para que se agigante el sentimiento de unicidad y amor al prójimo. 
Por estos motivos, los tres septenios de Espíritu constituyen, en cada encarnación, la oportunidad de que el Yo evolucione un poco más para acercarse a sus verdaderas metas espirituales. 

Por lo tanto, el perdón es una verdadera cualidad del hombre que le permite desprenderse tanto de objetos materiales como del orgullo personal; desapego, para ofrecer una dádiva;amor al prójimo, que estimula en el espíritu la sensación de agradecimiento que lo une con el Todo, unicidad.
 

La Vida continúa: ¿ancianidad o vejez?

A partir del noveno septenio (63 años en adelante) comienza una etapa signada por una nueva polaridad: el predominio de las tribulaciones físicas y anímicas donde “todo duele o molesta” o la aparición del sol de la sabiduría donde el agradecimiento a la Vida preside todos nuestros actos.
Es una etapa difícil, pero no imposible, para introducir cambios sustanciales en la propia vida. La muerte del cuerpo físico constituye un hito cercano; se puede optar entre la añoranza de la lozanía perdida ( himno a la decreptitud) o expandir la conciencia más allá del destino final de dicho cuerpo (himno al Amor). 
De nosotros depende seguir el camino de la ancianidad o la vejez.
El diccionario de la Real Academia presenta a los dos conceptos (ancianidad y vejez) como sinónimos, pero ofrece algunos ejemplos sutiles que llevan a la reflexión.
Lo obvio es, en este caso, también significativo: Anciano (letra A) figura al comienzo y Viejo (letra V) al final.
La palabra “anciano” deriva de “ante”, y ya se utilizaba a mediados del siglo XIII; otros sinónimos que aparecen son “patriarca” y “abuelo”, los cuales transmiten en sí mismos una sensación de ancianidad sabia y respetable.
Por su parte, la palabra “viejo” ostenta también algunos sinónimos tales como “deslucido” y “estropeado por el uso”, que hacen innecesario agregar comentario alguno. Etimológicamente deriva del vocablo “vetus”, y su evolución fue la siguiente:
En el siglo XVII, veterano
En el siglo XIX, veterinario (El significado tenía relación con las “bestias de carga”, es decir, animales viejos, impropios para montar y que necesitan de un veterinario más que los demás).
En el siglo XIX, vetusto (muy viejo)
De tal modo, si aplicamos estas reflexiones a la biografía, debe hacerse una diferenciación sustancial cuando un ser humano deviene viejo ó anciano.
Vamos a desarrollar los dos estados arquetípicos: ancianidad y vejez.
Observando el siguiente cuadro, surge con claridad la diferencia radical entre ambos arquetipos.
 
En cuanto a la vejez:

· Golpea con fuerza la conciencia de la madurez de quien la observa.
· La decrepitud, el deterioro de la forma y la desconexión con la realidad circundante se presentan ante nosotros como una pésima caricatura de lo que fue.
· El automatismo semiconsciente, el malhumor y un monótono parloteo estimulan la necesidad de ignorar la presencia del “viejo”.
· La debilidad del que grita y golpea se hace realidad ante nosotros.
· El viejo vive sumido en el egoísmo y la desconfianza.
· Tiene muchos miedos, le teme a la muerte.
· No existe la propia responsabilidad, la culpa siempre es ajena.
· Celebra su cumpleaños, o sea la cantidad de años vividos, y no sabe porqué.
· Vegeta, vive biológicamente.
· El destino es un geriátrico, al que le teme.
· La esclerosis de los órganos de los sentidos lo aísla cada vez más del mundo.
· Vive preso del cuerpo y de la vida.
· El espíritu se ha desconectado del cuerpo físico.
- Es su MUERTE.
 
En cuanto a la ancianidad:

· La imagen del anciano está unida a la sabiduría y el respeto; dos altos valores que hablan de la dignidad humana.
· La sensación de transitoriedad que deja traslucir ahora su vida, le brinda algo positivo: una conciencia cada vez más clara de lo que le pasa, de lo que es eterno. Sabiduría es aquello que surge cuando lo absoluto y lo eterno se manifiestan en la conciencia finita y transitoria arrojando luz sobre la vida.
· Su fortaleza interior le permite callar y escuchar. El anciano aprendió a escuchar y sabe cuándo debe callar.
· Cuando habla, su discurso siempre denota una cosmovisión del mundo.
· La reflexión, la prudencia y la oportunidad son sus características.
· Sabe perdonar y agradecer.
· Asume la responsabilidad de sus propios actos.
· Aprendió a confiar, y no teme que lo engañen.
· No tiene miedos.
· No le teme a la muerte, la aguarda.
· Acepta su destino y no tiene exigencias; podría vivir en un geriátrico pero nadie quiere privarse de su compañía.
· Su cuerpo envejece armónicamente, la esclerosis del cuerpo físico es soportada con nobleza; eso le otorga lozanía.
· Celebra el día de su aniversario (birthday) recordando el momento y la época en que llegó al mundo. Celebra la cualidad que posee dicha fecha en relación con su existencia.
· El espíritu sigue expresándose a través de ese cuerpo físico que envejece, expandiendo la luminosidad del Ser.
· Vive en sí mismo la libertad plena de su alma y de su espíritu.
· Es su RENACIMIENTO.
 
Características generales

Hemos hablado de la polaridad arquetípica ancianidad- vejez; sabemos que, como en toda división de lo humano en categorías, nadie se encuentra totalmente involucrado en una sola de tales polaridades. Es raro que la realidad individual sea blanca ó negra; en general, es gris claro ó gris oscuro. El proceso siempre es gris y se puede dirigir hacia la luz o hacia la oscuridad.
Por otra parte, lo expuesto, más que una descripción de lo existente es un alerta para quienes nos acercamos a esas etapas. Es ésta una semblanza espiritual de la vida después de los 63 años.
Por entonces deben existir objetivos de vida. El hombre o la mujer de esta edad puede observar que tiene por delante una gracia divina y esto estimulará su reconocimiento y veneración; no porque la vida sea tan bella sino porque puede estructurarla y analizar la existencia pasada evaluando así los distintos aspectos de la misma. 

Extracto del libro La Tierra como Escuela
 Roberto Crottogini