..................................Cambiando Paradigmas .... Psicóloga. Verónica D. Montes ................

martes, 18 de junio de 2013

los adictos al azúcar ... necesidad de ser amados

los adictos al azúcar ... necesidad de ser amados

El colapso general de nuestros chakras cardiacos, se debe a nuestra forma de vida en la que la alienación y la pérdida de valores, significa que muchos de nosotros experimentamos muy poco amor en nuestras vidas diarias.
Una razón de la confusión entre el azúcar y el amor es que el azúcar ocasiona un flujo de sangre al área cardiaca, y esto nos hace creer, a nivel incosnciente, que este chakra está siendo nutrido.
Ultimadamente, lo que el azúcar hace es debilitar las paredes del corazón y los vasos sanguíneos creando una tolerancia tal que necesitamos más y más azúcar para conseguir el mismo efecto.
El daño hecho en el chakra del corazón repercute fuertemente sobre el chakra del plexo solar.
La obstrucción de este centro conduce a sentimientos de autorechazo. Adicionalmente, cuando la energía del corazón está bloqueda, la persona no se siente amada, y los problemas del plexo solar se transladan a ello: "Debe haber algo malo en mí si nadie me ama."

El azúcar también tiene un poderoso efecto en el primer chakra, ya que toma la energía de éste para llevarla arriba y producir el efecto de energía en el corazón.

Las obstrucciones  del primer chakra pueden predisponer a problemas de aumento de peso o de alcoholismo.

El azúcar ES UNA DROGA, quizá no altere tu conciencia de una manera obvia e inmediata como el alcohol o las pastillas, pero produce cambios en el estado físico, emocional, mental y espiritual del usuario. Y como cualquier otra adicción, es devastadora en esos cuatro niveles.
Está en la naturaleza del todos los adictos negar que tienen una adicción.
Y también lo está apuntar hacia otros adictos y decir "Mi problema no es tan serio como ese". Especialmente los adictos al azúcar sufren de esta forma de negación, en parte porque en nuestra cultura se subestima grandemente el poder del azúcar como droga.
Los anuncios nos empujan a consumirla, las gigantes corporaciones alimenticias nos empujan a consumirla y las situaciones sociales nos empujan también. El azúcar se ha convertido en el mayor contaminante de nuestras comidas.
Por otra parte, la negación viene del hecho mismo de que el azúcar afecta el plexo solar, el asiento de la auto estima. Y para dar salida al auto odio resultante, los adictos al azúcar se comprometen en buscar fuera de ellos la adicción. Mantén una mente abierta acerca de esto.
Parte de esto quedará registrado y trabajará en tu conciencia superior, no importa cuan vehementemente lo rechaces a nivel conciente.

Cuando somos niños y nos enfermamos nos programan diciéndonos "Come -esto te dará fuerzas", aunque seguramente el ayuno nos iría mejor en tales situaciones. Entonces estamos programados desde la niñez para ver a la comida como una fuente de poder, y entre más fuerzas creemos necesitar para cumplir nuestra visión, más comemos buscando esta fuerza.
El combustible de nuestros cuerpos es la glucosa, nuestra primaria y más directa herramienta de poder.
Así es que el abuso de azúcar, que está estrechamente ligada a la glucosa, es parcialmente acerca de combustible, y nuestras comidas cada vez contienen menos energía debido a todo el procesamiento.
Confundimos comida con energía y comemos cuando nos sentimos drenados. Incluso los comerciales hacen ver al azúcar como una fuente instantánea de energía. Si la energía y la comida fuesen lo mismo, entre más comiésemos, más energía tendríamos.
Pero en lugar de ello, sobrepasarse comiendo causa un colapso de energía en todo el cuerpo.
La comida procesada ha perdido su energía, su fuerza de vida, y nosoros aún tenemos la expectativa de que la comida la contiene.


En muchas culturas y religiones, la comida se compartía en situaciones rituales. La comida era una declaración de amistad, un extraño que comía contigo se convertía en tu protegido.
El ritual de comunión en muchas religiones afirmaba la conexión de las almas cuando compartían el pan.

Hoy en día, comer juntos continúa siendo uno de nuestros principales actos sociales, aunque a menudo falte la comunión, falte la conexión entre los corazones y comamos de más para llenar el vacío.
sanando el vacío.. armonizar el centro energético plexo solar y corazón:
 El azúcar refinado es una forma cristalina, de manera que los adictos a ella pueden vibrar especialmente con los cristales, siendo el cuarzo transparente especialmente útil. Sin embargo, el cuarzo rosa es la piedra principal del chakra cardiaco , ten cerca un cuarzo rosa, medita con èl, duerme cerca de un cuarzo rosa.
cuando te den ganas de comer dulces: Necesitas una pieza de cuarzo rosa del tamaño de una nuez y una pieza de cristal transparente un poco menor. Sostén el cuarzo rosa en tu mano izquierda y el cuarzo transparente en la derecha. Cierra los puños y siente la energía subiendo por tus brazos hacia tu pecho. Abre el campo energético de tu corazón y estómago para que sea llenado por esta energía confortable y cálida.
 
 
 

Cuando no eras más que un brillo en los ojos de tus padres

«cuando no eras más que un brillo en los ojos de tus padres»

Las investigaciones revelan que los padres actúan como ingenieros genéticos con sus hijos durante los meses previos a la concepción. En las etapas finales de la maduración del óvulo y del espermatozoide, se ajusta la actividad de los grupos de genes específicos que darán forma al niño que está por nacer mediante un proceso llamado «impresión genómica», los acontecimientos de la vida de los padres influyen en la mente y el cuerpo de su hijo.
Las madres y los padres son responsables de la concepción y del embarazo, aun cuando sea la madre quien lleva al hijo en su vientre.

Las culturas originarias conocen la influencia del ambiente en la concepción desde hace milenios. Antes de concebir un hijo, las parejas purifican mente y cuerpo en un rito ceremonial.

La esencia de la paternidad responsable es que tanto las madres como los padres se responsabilicen de educar niños sanos, inteligentes, productivos y llenos de alegría. Claro está que no podemos culpamos, y tampoco a nuestros padres, por los fracasos de nuestra vida o de la vida de nuestros hijos.
La ciencia concentra nuestra atención en el determinismo genético y no nos informa de la influencia que las creencias tienen en la vida ni, lo que es más importante, de cómo influyen nuestros comportamientos y actitudes en la vida de nuestros hijos.
La información adquirida mediante la percepción paterna del entorno se transmite a través de la placenta y orienta la fisiología fetal para que el niño pueda enfrentarse de un modo más eficaz a las necesidades futuras que encontrará tras su nacimiento.

«Eres personalmente responsable de todo lo que te ocurre en la vida una vez que eres consciente de que eres personalmente responsable de todo lo que te ocurre en la vida».

(fragmento del libro La Biología de la Creencia )
 
 

sábado, 15 de junio de 2013

El aprendizaje social y emocional, las habilidades para la vida


Estamos privando a niños y jóvenes de un desarrollo óptimo cuando no les damos
oportunidades de aprendizaje social y emocional.
René Diekstra


Elsa Punset:
Entonces, si tantos datos confirman que las habilidades sociales y emocionales son importantísimas para los niños en todos los ámbitos: el empleo, sus relaciones con otros,su salud mental y física, ¿por qué todas las escuelas no los ponen en práctica de la misma forma que enseñan matemáticas?, ¿por qué no enseñan otras habilidades ?
René Diekstra:
La mayoría de las escuelas no lo hacen de forma sistemática. No tienen tiempo ni apoyo ni financiación, pero lo más importante es que no saben cómo hacerlo. No se les ha asesorado respecto a cómo hacerlo de la mejor forma posible.

Un niño que conoce y sabe gestionar sus emociones no solo tendrá mejores resultados académicos, sino que estará más preparado para el mundo laboral. Uno de los grandes descubrimientos de las últimas décadas es que se pueden educar las emociones y el comportamiento. Mediante programas probados científicamente, es posible desarrollar lo que llaman habilidades para la vida, es decir, una serie de destrezas en el ámbito social, emocional y ético, que complementan y optimizan las habilidades cognitivas e intelectuales. 
En este capítulo de Redes, Elsa Punset charla con el psicólogo y experto en educación emocional Rene Diekstra, con quien veremos en qué situación se encuentra actualmente el aprendizaje de esta disciplina y qué ventajas concretas tiene en el desarrollo de niños y jóvenes. 



Las rabietas y el llanto de los niños

Está muy extendida la teoría de que a los niños (2 o 3 años) hay que dejarlos solos cuando tienen una rabieta. 
Claro, en la versión progre” del tema se dice que al niño se le deja desahogarse, pero el resultado es el mismo (le dejas solo y llorando) que en la versión tradicional: 
 “no es más que teatro, así que hay que quitarle el público”, 
o en la conductista: 
“aislado en tiempo de exclusión hasta que aprenda a comportarse como es debido”.

Quizás parte del éxito de algunas de las teorías de “dejar llorar” viene de una confusión semántica: “no dejar llorar” frente a “no dejar llorar”. 
Me explico. Cuando yo digo que no hay que dejar llorar a un niño lo que estoy diciendo es que los padres no tienen que hacer una actividad denominada “dejar llorar”, actividad que consiste en pasar de un niño que llora y no hacerle caso. Yo no estoy prohibiendo nada al niño, en todo caso estoy “prohibiendo” a los padres que le “dejen llorar”. En cambio algunas personas lo que dicen es algo muy distinto, que el niño no debe hacer una actividad denominada “llorar”, que los padres deben impedírselo, prohibírselo, incluso castigarlo por ello. Eso, claro, me parece una barbaridad.

Es una actitud mucho más extendida de lo que parece. Miles de veces, en vez de intentar consolar de forma adecuada a un niño (cogiéndolo en brazos, o dándole teta, o preguntándole qué le pasa, o diciendo “pobrecito, qué pupa más grande” o “sana sana culito de rana” o reconociendo el problema “sí, qué rabia, tenemos que irnos del parque porque es muy tarde, menos mal que mañana podremos volver…”), se le dicen con la mejor de las intenciones cosas como “no llores, que te pones muy feo”, o “qué vergüenza, un niño tan grande y llorando”, o “no llores, que los niños valientes no lloran”, o “no llores que pareces una nena” o “me duele la cabeza de oírte llorar”, o “este señor se va a enfadar si lloras”, o “cállate de una vez”, o “me tienes harto con tus llantos”.

Todos estos son ejemplos, unos más suaves y otros más bestias, de “no dejar llorar”. Claro, a todos se nos ha escapado alguna vez, y por una vez no tiene importancia; pero imagínense lo que es que cada vez que lloras, sea cual sea el motivo, te digan que te pones feo. 
¿Qué va a sentir, cuando sea mayor, una persona educada así? 
¿Qué comprensión, qué empatía, podrá sentir por el dolor ajeno, por el llanto de sus propios hijos? 
Le estamos diciendo que la belleza es el valor supremo, y que uno tiene incluso que reprimir sus propios sentimientos para poder ser “guapo” y por tanto aceptado socialmente.

Lo mismo que, cuando dejamos solo a un niño con una rabieta, cuando deliberadamente nos vamos de la habitación, o lo enviamos sólo a una habitación, le estamos enseñando que el dolor no es socialmente aceptable, que una persona bien educada no “se deja llevar” por sus sentimientos en público.

Otra cosa sería un niño mayor (o adolescente) que deliberadamente se va a llorar solo. También hay que demostrarle que tiene derecho a aislarse, si eso es lo que desea. No salgas corriendo detrás, no le digas que “es de mala educación” y que “no puede levantarse de la mesa”… pero puedes, al cabo de un tiempo prudencial, acercarte, decir algo, y seguir o retirarte según su respuesta. 
Cuando mis hijos tenían rabietas, lo probaba todo. Es cierto que en algunos casos parece que no quieran ser consolados: si les hablas o les preguntas, lloran aún más fuerte o te insultan, si intentas cogerles en brazos se resisten y patalean, si les tocas te pegan. En esas circunstancias, es muy humano sentir la tentación de decir:
 
 “¿Y encima me pegas? ¡Pues me voy y te j….! ¡Yo no tengo por qué aguantar esto!”  

Sentimiento que muchos intentarán racionalizar (pues la capacidad del ser humano para engañarse así mismo parece ser aún mayor que su capacidad para dejarse engañar por otros) con argumentos como “es mejor que se desahogue” o “no es un castigo, es aplicar las consecuencias lógicas, debe aprender que si insulta y pega nadie querrá estar con él”. Es muy humano reaccionar así, pero ¿no es un poco “infantil”?  
 
¿No debería un adulto, que encima es padre, tener más herramientas que un niño de tres años para canalizar la ira y para mantener la compostura en situaciones difíciles?

Es un poco como si hubiera un individuo de pie en una cornisa, amenazando con tirarse de un octavo piso, diciendo a los bomberos: “si se acercan, me tiro”, y los bomberos dijeran, “bueno, hemos hecho lo que hemos podido; si se pone en plan imbécil no tenemos por qué aguantarle las impertinencias” y se fueran.

Supongo que cada niño es distinto, y que cada familia encontrará su propia estrategia. A nosotros nos iba muy bien, en las rabietas más terribles, alejarnos un poco y ponernos a hablar del niño en voz alta: “¿Sabes, Mamá, que ayer llevé a María a ver a Abuela? - ¿Ah, sí, fuisteis a ver a Abuela? - Si, y María estuvo ayudando a Abuela a preparar un pastel - ¿María ya sabe cocinar? - Sí, lo hizo muy bien, dijo Abuela que nunca había quedado la masa tan bien revuelta, sin ningún grumo de harina…” A medida que vamos hablando, notamos como María deja de llorar para poder oír mejor. “¿Y con qué hicieron la masa del pastel? - Pues con harina, leche, huevos, levadura, y… a ver si me acuerdo, había otra cosa…” Y de pronto María interviene: “-Y limón rallado, lo rallé yo”. 
 
A partir de ahí, la rabieta puede darse por concluida, siempre y cuando los padres sigan disimulando un rato y eviten la mezquina tentación de vengarse: “Ah, conque ahora hablas, creí que sólo sabías llorar”, o “No me interesa lo que digas, si tú no me querías oír a mí, yo tampoco te quiero oír a ti”, o “Ahora que has dejado de llorar, ¿me puedes explicar qué te pasaba?”…

Es asombroso la cantidad de padres que sienten (sentimos) la ridícula necesidad de decir la última palabra, de ajustar cuentas, de dejar bien claro quién se ha portado mal y quién se ha portado bien, la necesidad no sólo de vencer, sino de humillar al vencido. 
Que el mentiroso confiese, que el culpable pida perdón, que el desobediente obedezca… Supongo que son frustraciones sin resolver de nuestra propia infancia, que nos creemos con derecho a exigir de nuestros hijos absoluta sumisión porque sabemos que jamás la obtendremos ni de nuestros padres, ni de nuestro cónyuge, ni de nuestros amigos, ni de nuestros jefes, ni de nuestros subordinados, ni del gobierno…
 
por Carlos Gonzalez ( pediatra) 

Miralo otra vez... :)

durante la niñez tenemos todo el potencial...
con el tiempo.. què nos habrà sucedido???



domingo, 19 de mayo de 2013

El proceso febril en la infancia desde la medicina antroposofica

Lo que durante generaciones fue natural para toda madre, hoy es inaudito
 
Uno de los síntomas más alarmantes, que delatan el distanciamiento de la naturaleza por el que atraviesa el hombre de nuestra época es el que, de día en día, va perdiendo más el sentido necesario para interpretar los hechos fundamentales de la vida, o sea, para comprender la relación que existe entre la salud y la enfermedad. Se encuentra desamparado ante los procesos de su propio organismo, al haber disminuido su instinto de discriminación entre lo saludable y lo nocivo. 
Tanto es así que, hoy en día la mayoría de la gente sólo ve en la enfermedad un suceso molesto, y con frecuencia hasta peligroso, que debe eliminarse cuanto antes, preferentemente empleando vacunas preventivas, o bien con medicamentos de efectos radicales, aún cuando sólo se trate de una inofensiva fiebre catarral. Aquello que durante generaciones ha sido evidente y natural para toda madre, al hombre de nuestro tiempo le parece un concepto totalmente nuevo e inaudito. 
Nos referimos al hecho de que toda enfermedad propiamente dicha, o bien sus síntomas de carácter secundario, como la fiebre, puede tener como motivo un fin oculto de vital trascendencia para el desarrollo físico y anímico del individuo.
 
El miedo a la fiebre
Especialmente en el caso de las enfermedades infantiles los padres, conscientes de su responsabilidad y en su afán de velar por un ser indefenso y dependiente de la ayuda de sus semejantes, ven con angustia y espanto los aspectos, al parecer sólo negativos y peligrosos, de las enfermedades. 
Muchos padres, ignorando la relación de los hechos fundamentales entre sí, exigen del médico que elimine la fiebre con la mayor rapidez posible y algunos, neciamente, incluso juzgan la aptitud de aquel en función de la velocidad con que logre reducirla o extinguirla. 
Esta actitud tiene su origen en la falsa suposición de que la fiebre es una enfermedad en sí misma.
En efecto, hoy en día el mercado ofrece numerosos medicamentos por medio de los cuales el médico está en condiciones de disminuir, e incluso eliminar la fiebre en el término de pocas horas. Pero, lamentablemente, se le presta muy poca atención al hecho de que se hace cada día más necesario poner en el mercado nuevas "drogas prodigiosas" más potentes, debido a que las anteriores dejan de surtir efecto. 
Sin embargo parece ser que la relación "drogas peligrosas-eliminación de la fiebre-curación" carece de fundamento. A qué se debe, si no, el que a pesar de todo los médicos cada día tengan más trabajo y los hospitales no den abasto? Sin duda alguna, gran número de enfermedades en estado agudo pierden rápidamente su carácter violento gracias a esa clase de medicamentos, pero después de estos tratamientos se ve con frecuencia que el paciente no ha sanado en la verdadera acepción de la palabra -no se restablece del todo- aquejándole, a veces muy pronto, otro tipo de trastornos, pues los anteriores no han sido curados realmente, sino sólo tratados sintomáticamente, es decir, reprimidos.
El motivo de que se presenten más y más enfermedades sin estados febriles, tal como se observa hoy en día, no residirá quizás en que el hombre ha perdido el hábito de generar la "fiebre curativa" a raíz del empleo de medicamentos violentos? 
Sea como fuere, es un hecho indiscutible que el hombre civilizado apenas conoce en la actualidad la sensación de disfrutar de plena salud, se encuentra en un continuo estado de "suspenso" entre una especie de "semienfermedad" y "semisalud".
Hasta hace poco esta evolución se había limitado a los adultos. 
Sin embargo, es de lamentar que los "éxitos" médicos descritos se vayan extendiendo paulatinamente a grupos de individuos de edades cada vez menores, es decir, a escolares e incluso a párvulos y lactantes. 
Hay actualmente niños de dos o tres años que no responden a estos tratamientos, debido a que han tenido ya amplio contacto con los antibióticos existentes, y como los diversos gérmenes se han ido haciendo resistentes a tales medicamentos, la fiebre no se deja reprimir. 
Cada dos o tres semanas vuelven a presentar alguna enfermedad febril aguda. En ese momento se puede percibir la desesperada vehemencia con la que el niño que ha nacido sano desea experimentar y hacerle frente a una enfermedad, aunque sólo sea por una vez. 
Ese niño está vacunado contra todo, pero a pesar de ello, quiere ponerse a prueba a sí mismo en una enfermedad, quiere que le dejen hacer uso de sus propias capacidades curativas para fortalecer con ello su constitución.
Es obvio que en los casos de abuso de medicamentos nos encontramos ante manifestaciones degenerativas de nuestra civilización, degeneraciones que, por el momento, aún no constituyen normas. Pero tampoco cabe duda de que estas tendencias van en ascenso, de que el número de esos desdichados niños es ya enorme y de que seguirá en aumento. 

Del sentido de la fiebre
 
En la historia de la Medicina probablemente no haya habido ningún gran médico que no haya instruido a sus discípulos con gran énfasis en el hecho de que la fiebre no es una enfermedad sino algo semejante a un arma, de la que dispone y que produce el enfermo en su lucha contra la enfermedad. 
Para el médico que trata a sus pacientes aplicando principios biológicos, este concepto es obvio y en los últimos tiempos ha sido totalmente confirmado por la Medicina Académica. El profesor O. Westphal de Friburgo, quien ha vuelto a investigar los procesos febriles, dice al respecto: 
"La fiebre es sólo uno de los síntomas de una enfermedad. Hoy sabemos con toda certeza que la fiebre en sí es todo lo contrario de una enfermedad, es decir, que la fiebre es parte de los mecanismos de defensa del organismo contra las enfermedades infecciosas."

Ya hemos destacado que se pueden presentar complicaciones y recaídas y, ante todo, una convalescencia prolongada, a raíz de hacer desaparecer la fiebre prematuramente, sin combatir la enfermedad en sí en forma curativa. 
Además, extinguiendo la fiebre antes de tiempo, el organismo, con frecuencia, no genera inmunidad alguna contra esa determinada afección, de modo que, por ejemplo, una escarlatina cortada con antibióticos puede reincidir varias veces. Y es que el cometido real del médico no debe consistir en mitigar la fiebre, sino que sus esfuerzos deben dirigirse a la vigilancia de su evolución biológica, permitiéndole ejercer su función de factor beneficioso. 
Se sobrentiende que toda enfermedad puede presentar una evolución grave. En esos casos la naturaleza del tipo de fiebre pone en manos del médico importantes indicios para diagnosticar precozmente tales situaciones. Por lo tanto, es necesario consultar al médico cuando se presenten temperaturas altas, con el fin de que vigile el curso de la fiebre.
Sin embargo, es imprescindible que la persona que está al cuidado del enfermo esté persuadida de la acción benéfica de la fiebre y sepa que una potente reacción febril ayuda al paciente a restablecer la armonía perdida entre los procesos que tienen lugar en su organismo.
La inquietud interior inherente al temor a la fiebre y sus complicaciones, de las que quizás se haya oído hablar en alguna oportunidad, se transmite lamentablemente con demasiada rapidez al paciente, dificultando con ello los procesos de curación.
Estas consideraciones son aplicables muy en especial a los estados febriles de los niños. Hay niños vigorosos que presentan temperaturas hasta de 41 grados y a los dos o tres días están completamente sanos. Los padres que tienen experiencia ya han aprendido a recibir con agrado los estados de alta fiebre que acompañan a las afecciones agudas, como la gripe, anginas, o las enfermedades infecciosas infantiles ?principalmente el sarampión y la escarlatina. Reconocen en ellos el gran vigor con el que sus hijos se defienden de la enfermedad.
Igual que todas las crisis por las que se atraviesa en la vida, también la fiebre viene frecuentemente acompañada de manifestaciones desagradables. Puede causar una considerable afluencia sanguínea al cerebro con dolores de cabeza bastante fuertes. 
Se sobrentiende que, o bien el médico o bien la madre, intentarán detraer la sangre de la cabeza, ya sea con compresas frías en las pantorrillas, o poniéndole al niño medias mojadas, o haciéndole lavados de agua tibia con vinagre.
También hay que tener en cuenta el hecho de que algunas enfermedades se tornan sólo peligrosas cuando presentan alguna inflamación sin la alta fiebre correspondiente. 
La fiebre es, por consiguiente, una exteriorización plena de sentido de la vitalidad del enfermo. 

El sarampión
Los padres que observan con atención el desarrollo de sus hijos tienen experiencia de que toda enfermedad infantil, siempre que se sobrelleve de modo adecuado, redunda en beneficio del niño. En el sarampión es donde se observa con mayor claridad. Un sarampión fuerte se presenta con una especie de esponjamiento de la piel y las mucosas, lo que produce constipado o catarro, conjuntivitis, tos con secreción de flemas y, sobre todo, un ablandamiento de las facciones. Los rasgos se tornan borrosos, de modo que a menudo se observa una transformación hacia una fisonomía casi grotesca. Pero, una vez transcurridos dos o tres días, la hinchazón desaparece y, tanto la fiebre como las manifestaciones catarrales de ojos, nariz y bronquios, disminuyen. Paulatinamente, pero siempre con mayor claridad, aparece una expresión hasta entonces desconocida en el rostro del niño y, transcurrido un tiempo, a los padres alertas les llama la atención que hasta el parecido al padre o a la madre, que había tenido hasta entonces el niño, ha disminuido también y que ha surgido un rostro nuevo de expresión más individual. Se observan también otros cambios en el niño y desaparecen particularidades y dificultades que se habían observado hasta entonces en su carácter. 
Evidentemente el niño ha entrado en una nueva fase de su desarrollo. 
Para expresarse con toda exactitud podría decirse: ?El niño ahora está mejor encarnado: su cuerpo y su alma han llegado a una mejor compenetración?. 
Sólo es posible hallar una explicación más precisa para estos sucesos si se profundiza en el estudio de la más íntima relación entre los procesos que ocurren en el ser humano. Con ayuda del proceso febril, el niño ha conseguido vencer ciertas características adoptadas por transmisión hereditaria, logrando así encontrarse a sí mismo. 
Su propio ser, aquello que representa su propia personalidad, se ha impuesto. -con la ayuda del sarampión y la cooperación de la fiebre-.
Con esto nos hemos acercado a la comprensión del verdadero sentido de este tipo de enfermedades: el Yo del niño, es decir, su propio ser, que actúa dentro de él mismo, hace uso del aumento de temperatura al que nosotros llamamos fiebre para lograr su realización. 
Es a través de esa experiencia como consigue hacerse dueño y señor dentro de su propio reino. 

La fiebre escarlatina
Todavía no se reconoce suficientemente que en el organismo humano toda manifestación fisiológica no es tan solo un fenómeno químico, sino que simultáneamente, es también un instrumento de los procesos anímico ? espirituales. 
Esto queda demostrado brevemente en el ejemplo de la fiebre escarlatina.
Cuando en su senda hacia una alta meta, que considera digna de esfuerzo, al hombre se le presentan obstáculos difíciles de superar, a veces exclama montando en cólera: "Estoy que exploto!" 
Es decir, está que "se sale de sus casillas", de su envoltura, en la que se siente aprisionado. Su rostro enrojecido, la vena frontal hinchada, demuestran que su conmoción se extiende también a todo su cuerpo físico. 
Su energía volitiva acumulada quizás se descargue dando un puñetazo en la mesa, y así como en una exteriorización volitiva de esta especie los músculos del brazo son los instrumentos de un alma con voluntad propia que se levanta en cólera, así reside también, por ejemplo en la cavidad muscular del corazón, o sea, en cada uno de sus latidos, la voluntad espontánea de vivir que se genera en nuestra alma. 
Sí, efectivamente todo proceso térmico fisiológico generado en nuestro cuerpo es un transmitir de las fuerzas ocultas espontáneas de nuestro ser espiritual y anímico, siempre y cuando disponga de carácter volitivo. 
El calor es el portal a través del cual nuestra voluntad de vivir, que tiene su origen en el núcleo de nuestro ser, invade nuestro cuerpo, anidando en nuestro mundo emocional.
Por eso no establecemos simplemente una comparación al darle a la fiebre la denominación de cólera o ira orgánica, instintiva o espontánea. 
En realidad, cada uno de los procesos febriles es motivado por un incremento de nuestra voluntad de vivir. 
El enfermo de escarlatina se libera literalmente de su "envoltura", de su piel enrojecida que frecuentemente cae a jirones en un justificado ataque de ira y toma posesión de su cuerpo, de esa corporeidad que puede oponerle más de un obstáculo y más de una traba oculta a la ocupación del alma y del espíritu. 
Ese enfermo está tratando con vehemencia de poner en consonancia con sus necesidades el "modelo" que le ha impuesto su corriente hereditaria, ya que no siempre le viene bien. Precisamente una enfermedad dramática como ésta nos ilustra sobre el motivo oculto anímico-espiritual de la fiebre. 
Por lo tanto, toda ingerencia violenta en los procesos febriles representa al mismo tiempo un choque para el ser espiritual del hombre, significa debilitar su voluntad de vivir.
La reincidencia de los perjuicios provocados al eliminar la fiebre de manera inadecuada, en lugar de guiarla con inteligencia, ejerce, especialmente en los organismos en desarrollo, una acción perniciosa sobre la evolución de la personalidad, creando disposiciones a la abulia, o sea, a debilitar la voluntad y a cohibir la iniciativa vital, pudiendo llegar incluso a conducir a estados de melancolía y depresiones en la edad madura. 
Ocurre exactamente lo contrario con aquellos seres humanos que, en su infancia, han logrado poner en consonancia su individualidad con el "instrumento cuerpo" en formación, valiéndose de los procesos patológicos que haya exigido el giro de su destino. Estos seres seguirán siendo más sanos físicamente y más elásticos anímicamente. 

Con respecto al problema de las vacunaciones
 
Partiendo de lo expuesto, nos encontramos ante un nuevo aspecto de la gran responsabilidad que debemos asumir al vacunar, sin reflexionar, a nuestros niños contra todas clase de enfermedades infantiles. 
Nuestro concepto de que cada una de las enfermedades infantiles desempeña una profunda misión en el destino evolutivo de la personalidad, demuestra que el eliminar artificialmente las posibles enfermedades no es tan beneficioso, y de ningún modo tiene aspectos tan positivos, como se desea ver hoy en día. 
Sin embargo, si con continuas vacunaciones evitamos al organismo del niño la típica controversia con las enfermedades infantiles, tan beneficiosa en la mayoría de los casos, asumimos en pago -según Rudolf Steiner-, en nuestra función de médicos y de educadores, la obligación de activar y armonizar las fuerzas anímicas de nuestros niños con medidas pedagógicas adicionales, tal como se hace por ejemplo en la pedagogía de las Escuelas Waldorf.
Por otra parte, el educador deberá tener conciencia de que toda medida pedagógica provoca reacciones. 
Así como, por ejemplo, los accesos de cólera de un padre, o la educación exclusivamente intelectual del colegio, debilitan y perjudican el organismo infantil, la formación del individuo dirigida a cultivar y desarrollar su intelecto en equilibrio armonioso con su centro emocional y su voluntad, actúa fortaleciendo la relación entre el cuerpo y el alma y acrecienta con ello la resistencia del organismo contra las tendencias patológicas. 
No se ha reconocido aún lo suficiente la benéfica influencia que desempeña a este respecto, por ejemplo, la euritmia, adaptada al organismo en desarrollo y cuya aplicación es ya posible en la edad preescolar.
Nos limitamos aquí al ejemplo del sarampión y la escarlatina para exponer el sentido oculto de las enfermedades infantiles. 
Aquél que comprenda el encadenamiento fundamental aprenderá a ver los maravillosos procesos de la fiebre con otros ojos. 
Los observará con esmero y atención, pero ya no tratará de intervenir prematuramente y de manera abrupta en el curso de la curación partiendo de estrechos temores. 
El lugar del temor lo ocupará la admiración hacia estos sabios procesos de la naturaleza, así como la confianza en las fuerzas vivas de cada ser humano en desarrollo, que está tratando de abrirse paso hacia su corporeidad de las más variadas e individuales maneras. 

Artículo publicado en Perceval - Revista Espiritual de Occidente Nº 4  - Editorial Antroposófica

Las enfermedades en la infancia.. medicina antroposófica

Todavía hoy recuerdo con claridad el paño rojo sobre la lámpara. A pesar de haber transcurrido más de 40 años desde mi sarampión, aún persisten imágenes nítidas de aquellos momentos. Estar transitando una enfermedad eruptiva en aquella época era todo un acontecimiento en el que se mezclaban momentos de fastidio por la enfermedad y otros esperados como la visita de las tías que siempre traían revistas nuevas o algún juguete.
Por aquellos años no teníamos televisor, y cuando me sentía mejor y ya había leído todas las revistas, ejercitaba mi imaginación con las manchas de humedad de la pared.
Todas estas vivencias formaron parte de mi infancia, siempre bajo la figura tranquilizadora de mamá, quien pacientemente alargaba los pantalones después de cada fiebre, porque en aquella época la fiebre y las enfermedades eruptivas eran parte de la infancia de todos los niños.
Hoy, en el siglo XXI, parecería que los progresos científicos de las ultimas décadas, que permitieron evitar el padecimiento de ciertas enfermedades a través de las vacunas, han producido una nueva clasificación de las mismas y, con una visión estrecha, se podría concluir que si es posible evitarlas es porque son malas y sus complicaciones más graves de lo que parecen. En esta línea de pensamiento se tiende a combatir los síntomas naturales de defensa del organismo como si fueran la verdadera enfermedad, por ejemplo la fiebre.
Como padres, nada nos genera más angustia que ver a un hijo enfermo. Ver a nuestro pequeño en aparente estado de indefensión debiendo soportar el trance de la infección hace que nos invada un sentimiento de impotencia y, si pudiéramos, seriamos capaces de tomar su lugar para evitarle el sufrimiento.
Ante este cuadro muchos padres, presionados por el miedo e influenciados por la costumbre de eliminar los síntomas, tratan desesperadamente de bajarle la fiebre al niño a cualquier precio y le practican baños de agua fría, compresas heladas y utilizan medicamentos antitérmicos, a veces más de uno y en altas dosis, para asegurarse que la temperatura se normalice lo mas rápido posible.
Así, en la desesperación, eliminan la primera respuesta efectiva del organismo ante la infección, como si a ese pequeño que está intentando balbucear sus primeras palabras lo hicieran callar violentamente.
Debemos comprender que la fiebre es un mecanismo inicial de respuesta, común a todas las infecciones, que permite defenderse al organismo mientras comienza a organizarse la respuesta específica de los anticuerpos que a veces puede tardar varios días en ser efectiva. La ciencia ha comprobado en trabajos de investigación que por cada grado de elevación de la temperatura corporal la replicación viral disminuye exponencialmente.
Para la medicina de concepción antroposófica las enfermedades infantiles acompañadas de fiebre cumplen un rol fundamental en el desarrollo del niño. El desafío de tener que enfrentarse a organismos ajenos a su individualidad obligan al niño a ejercer acciones de defensa en las que interviene su Yo a través de una voluntad orgánica que no es consciente pero que fortalece y afianza la Voluntad (consciente) en cada triunfo sobre la enfermedad, preparándolo para los desafíos y dificultades que se le presentarán en la vida futura.
En la lucha contra las enfermedades infecciosas, se activan procesos en el cuerpo, como la fiebre y la inflamación, que producen destrucción y eliminación de proteínas. Este hecho representa para el niño la oportunidad de renovar su constitución corporal formada a partir de las proteínas que aportaron sus padres en la concepción, y así construir su cuerpo con nuevas proteínas que posean un exclusivo sello propio. Por lo tanto, un niño con sus procesos febriles cambia sus proteínas y llega a los 7 años con un cuerpo renovado, totalmente adecuado a esa personalidad única e irrepetible.
Si miramos al Ser Humano desde la visión antroposófica, en su estructuración cuaternaria, con un Cuerpo Físico o térreo, con un Cuerpo Vital o acuoso, con un Cuerpo Astral o cuerpo de sensaciones sustentando en el organismo aéreo y un Espíritu u Organización para el Yo manifestado en el organismo calórico, comprenderemos mejor la acción del Yo en la fiebre, como también la participación de éste en el sistema inmunológico que representa lo más elevado de nuestra individualidad corporal, capaz de discernir eficientemente lo que es propio de lo que es ajeno. Si consideramos los procesos febriles en toda su magnitud y actuáramos respetándolos como hechos naturales con consecuencias trascendentes estaríamos contribuyendo al desarrollo adecuado de nuestros hijos.
La práctica médica diaria nos muestra que los niños de los últimos años poseen menos defensas naturales; bastaría comparar el recuento de glóbulos blancos de niños sanos actuales con registros de hace 20 años y veremos una marcada disminución en los primeros.
Vivir en la sociedad del siglo XXI implica gozar de grandes beneficios pero también resignar ciertas libertades. Por un lado, el desarrollo tecnológico nos permitió mejorar cada vez más la calidad de vida y extender las expectativas de vida. Por otro lado, estamos obligados a vivir en un ambiente cada vez más artificial y contaminado, además debemos cumplir con programas de vacunación obligatorios para nuestros hijos que los privan de la posibilidad de contraer las enfermedades infantiles habituales que representaban un antes y un después en su desarrollo.
Debemos considerar también el tipo de alimentación que podemos ofrecer, con frutas y hortalizas, carnes y cereales tratados para su conservación, con lo que se pierde muchas veces la condición de producto fresco. Hasta la leche, el clásico alimento de los niños, se comercializa esterilizada (libre de bacterias); y si pretendemos aportarles lactobacilos debemos comprarlos por separado en yogures y alimentos probióticos que están adicionados con edulcorantes y conservantes químicos. De esta manera, reducimos drásticamente el ingreso al organismo de pequeñas cantidades de bacterias contenidas en los alimentos naturales que son útiles para estimular las defensas a través del intestino.
Si a ese panorama sumamos el abandono precoz de la lactancia materna y el ingreso temprano de bebes muy pequeños a los jardines maternales, exponiéndolos así a infecciones virales frecuentes antes de que estén capacitados para defenderse, obtendremos como resultado a niños inmunológicamente débiles con una muy aumentada probabilidad de padecer enfermedades alérgicas, asma y enfermedades autoinmunes, siendo también más propensos al cáncer durante la vida adulta.
Para quienes vivimos en la ciudad resulta casi imposible escapar de esta realidad, entonces debemos tratar de reducir los impactos negativos sobre la inmunidad de nuestros hijos con acciones simples pero concretas. Por ejemplo:
  • Ofrecer una alimentación lo más natural posible, eligiendo alimentos frescos y si es posible orgánicos; con un mínimo contenido de aditivos. Recomendamos leer la composición de los alimentos envasados.
  • Prolongar la lactancia materna hasta mas allá del año de vida.
  • Desalentar el consumo de golosinas, jugos artificiales y comida chatarra.
  • Retrasar el ingreso de niños muy pequeños a jardines maternales.
  • Respetar la evolución natural de las enfermedades febriles evitando el uso de antitérmicos, dando así al organismo la posibilidad de crear defensas adecuadas.
  • Evitar el uso indiscriminado de antibióticos; recordemos que más del 90 % de las enfermedades infantiles son virales y no son necesarios.
  • Evitar la aplicación de vacunas fuera de las estrictamente obligatorias. Reclamar al medico la aplicación de toda nueva vacuna que aparece es distraer la inmunidad del niño, y en algunos casos, quitarle la oportunidad de padecer enfermedades benignas en la infancia que pueden ser graves en el adulto. Ninguna nueva vacuna garantiza inmunidad de por vida; por lo tanto, si evitamos un padecimiento para el cual está preparado en la infancia lo desprotegeremos en la vida adulta. La única inmunidad duradera es la que se adquiere con la enfermedad.
  • Estimular las actividades que impliquen contacto con la naturaleza, evitar la vida sedentaria moderando el tiempo de exposición ante computadoras y televisores.
  • No fomentar las actividades intelectuales en niños pequeños, ya que desgastan la vitalidad que necesitan para sus defensas y su crecimiento.
Sabemos que podemos considerar muchas medidas más, pero si comenzamos a poner en practica las que están a nuestro alcance, estaremos orientando ya a nuestros hijos hacia un futuro más saludable.
Miguel Ángel Fernández (médico pediatra de orientación antroposófica)